Recogiendo el cuarto de los nenes pisé con el pie descalzo una solitaria y puntiaguda pieza de Lego. Pocas cosas duelen y molestan más. No sé cómo se las arreglan, pero siempre logran colocarse bajo tu pie en el momento que menos te lo esperas. El pinchazo, además de sacarme un grito, me recordó que es momento de empezar a mirar los shoppers y repasar sobre las góndolas los juguetes de Navidad. 

 Antes era más fácil porque todos pedíamos lo mismo, la oferta era más limitada y los juguetes eran más sencillos... más fuertes y duraderos también. Los de hoy son casi desechables, los regala Santa Claus y no llegan a los Reyes. Los Tonka eran feos pero indestructibles, la chicharra del Operation no la callaba nadie. Las bicicletas y teresinas (scooters) igual, bien hechas. A casa llegó una verde y chinita de una promoción de Tang a la  que literalmente le sacamos el jugo. 

Las cajas eran más grandes, aunque adentro tuvieran una muñeca chiquita con muchos accesorios, pero la emoción de verla enorme y romper el papel de regalo todavía la recuerdo. No es lo mismo sin romper el papel. David me cuenta que su madre, mi querida suegra, le pedía que no lo rompieran para reciclarlo el próximo año. No sabe lo que se perdió.

Lo mismo hacía con los adornos y el arbolito. En ocasiones, me cuenta, guardaba el palo con las guirnaldas puestas y lo sacaba igualito al año próximo. Entre los adornos, las caras de Santa Claus que venían en los cuartillos de leche. Como el que lo hereda no lo hurta, sabrán que no le pido mucha opinión a su hijo sobre este tema. 

Algunos juguetes, como las Barbies protagonistas en nuestros tiempos, aún sobreviven, pero ahora como actores de reparto. Lo mismo pasa con los juegos de mesas como Connect Four, Parchis, Hungry Hungry Hippos, entre otros. Eran los APPs de nuestra niñez.

Recuerdo disfrutar mucho de Battleship, el original. El electrónico fue mi amor platónico, que como nunca llegó, me convertí en experta haciendo el sonido de un barco hundiéndose con la boca. Lo mismo con el hornito Easy Bake y la piragua de Snoopy.

Mi muñeco favorito era el Mantecadito, aunque también le daba cariño a Neyda Reynalda, mi Cabbage Patch, y a la Natiora.

Un yoyo Duncan y la Gayla con los ojos rojos siempre lista para volar. La oferta tecnológica era limitada: Atari, Colecovision, Sega y el Nintendo. Tenía una consola de Sega con dos juegos únicamente, uno de cazar patos y otro de una motorita. 

Había más bolas, bicicletas, cuicas y patines con los que disfrutábamos en la calle o en el parque.

La modernidad ha convertido el disfrute de los regalos en un evento individual entre las paredes de la casa. Debemos recuperar ese compartir que tanto bien le hace a la formación de nuestros niños. No hay otra forma, nos toca insertarnos de lleno, nos toca participar.