Pavo asado con un relleno especial, servido con papas majadas y un gravy de cranberries, pie de calabaza y la oración antes de comenzar. Esta es la estampa típica en los Estados Unidos, cuna de la tradición de “Thanksgiving”.

No estoy segura de que los peregrinos imaginaran que aquel acto de dar gracias  llegaría alguna vez a celebrarse en un país tan folclórico y pintoresco como Puerto Rico. 

Para empezar, cuando nos dimos cuenta que tendríamos que celebrarlo todos los años, buscamos un nombre alterno porque “Thanksgiving”  era muy difícil de pronunciar.  Le pusimos “San Givin” o el día del pavo para facilitarnos la vida.

La costumbre de preparar en el hogar la típica comida chocó con la astucia de nuestras panaderías: un pavochón entero , padrino de refresco, arroz con gandules, ensalada de coditos, flan de queso y dos libras de pan sobao, $119.99.

El arroz con gandules sacó de carrera a las papas majadas y el mofongo al relleno original. El pie de calabaza no creo nunca haberlo visto sobre la mesa. En su lugar, arroz con dulce y tembleque.

Poco a poco hemos ido convirtiendo la celebración en una fiesta de Navidad. Solo faltaba el pavo, con quien decidimos  llegar a un acuerdo: “Si te dejas adobar como lechón te quedas en el menú”. Así nace el pavochón , una solución para seguir celebrando el día de Acción de Gracias, pero a nuestro estilo.

Cuenta la leyenda que todo comenzó en el programa “Friendo y comiendo” cuando, luego de una noche larga de jangueo, Luisito Vigoreaux irrumpió en el set para exigirle a Luis Antonio Cosme que en vez de un pavo preparara un lechón para el programa del día de Acción de Gracias. Cosme le respondió que prefería renunciar antes de hacer semejante barbaridad.

En ánimo de mediar, Otilio Warrington (“Bizcocho”), quien tenía la conciencia con Cosme pero el paladar con la propuesta de Luisito, propuso adobar el pavo como lechón, dando paso al nacimiento de lo que hoy se ha convertido en el favorito de la mesa. Recuerden que la historia anterior es solo una leyenda, excepto lo de la noche larga de Luisito, la cual podemos confirmar sin ir a los récords históricos.

 Tal ha sido el impacto del término pavochón en el país que doña Plinia decidió bautizar con su nombre a las balsitas o chichitos que nos salen en el área de la cintura.  Si los peregrinos brincaron en la tumba al enterarse de que en Puerto Rico su tierna  ave era adobada como lechón, imaginemos su reacción al ver a Plinia agarrándose la barriga en televisión y gritando “pavochón, pavochón”. Claro, al probarlo se hubieran dado cuenta de que los cranberries no tenían nada que buscar.

Todos esos ajustes criollos le han añadido personalidad propia a esta celebración.  Sin embargo, debemos mantener intacto el propósito original  del día de Acción de Gracias. Si  la mesa sirve  para reunirnos en familia  y acercarnos más a Dios, poco importa lo que comamos y cómo se sirva.