Me dio escalofríos cuando David me anunció que una parranda vendría a visitarnos. No me había preparado. La nevera vacía y con poco tiempo para resolver. Un party mix de la última fiesta con las galletas “mojás” y el jamoncito que se pone baboso. Menos mal que hoy los garajes de gasolina son también supermercados y pude salir a comprar unas cositas para cumplir con lo mínimo. Papitas, refrescos, cervezas y un cubito con sabor a pollo necesario para tratar de hacer un sopón, ya que éramos la última parada de la parranda y se supone que eso no falte en el menú. Demasiado estrés en poco tiempo.

 Aproveché la ocasión para ensayar con los nenes las canciones de parrandas, dándome cuenta al instante que el tiempo no pasa en vano. Se me han ido olvidando; solo recuerdo los coros y los comienzos. Cuando trato de cantar otra parte termino siempre resolviendo  con una vieja y un viejito en el pozo, los gandules o la piedra bendita.

Las bombas no se acababan y hasta se improvisaban; hoy solo recuerdo la de la chancleta y la chuleta. Ni hablar de los instrumentos, era fácil encontrar maracas, güiro y guitarra en cualquier esquina. El tuqui-tuqui de Kentucky siempre estaba disponible. Hoy la cosa es diferente: sobran las manos, pero faltan los instrumentos.

 Además de los trovadores y cantantes de la época como José Nogueras y Nano Cabrera, los grupos de música tropical sacaban canciones para la ocasión. El Conjunto Quisqueya, Héctor Lavoe, entre otros … Siempre recuerdo esa letra inspiradora de Tavín Pumarejo como “La monga en la Navidad”. Ahora tenemos el especial del Banco Popular, al que ya nos hemos acostumbrado, y Tito “el Bambino”, quien siempre sorprende con algún estribillo pegajoso. 

Llamaron de la caseta de seguridad para anunciar que la parranda había llegado. Espero que al menos le hayan gritado ¡asalto! a la guardia porque sin el grito no es parranda. La verdad  es que ese elemento sorpresa del asalto navideño ha sido una gran pérdida. La emoción de ver la luz prenderse luego de media hora cantando lo mismo en la acera no tiene comparación. 

Llegó por fin la parranda a casa y, aunque no era muy tarde, apagamos todas las luces y le pedimos a los “parranderos” que gritaran asalto para vivir la película completa con los nenes. Así fue, al son de “Alegre vengo…” tocaron a la puerta, comenzando la parranda. Eran solo tres, dos buenos músicos con guitarra y cuatro y un tercero que a juzgar por el peso de su lengua debía estar dando la décima parranda del día. Ese solo aplaudía y cantaba. En esto también hay diferencias, antes eran parrandones de 20 a 25 personas, pero ahora los grupos tienden a ser más reducidos. El cantante tiró el repertorio completo del “Bombazo Navideño 3” en el mismo orden. 

La pasamos superbién y aunque eran pocos y flacos, acabaron con el sopón ciego que les preparé. Los nenes lo disfrutaron muchísimo.

 Nuestras navidades son las mejores del mundo. Que las canciones navideñas nunca mueran. Si no llega parranda, juntémonos en familia a cantarlas y a disfrutarlas.