Ceguera no le impidió a Manny Hernández estudiar y graduarse de terapista
A sus 40 años, consiguió comenzar a trabajar en un salón y aspira a poder ayudar a otras personas ciegas a lograr también sus sueños.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 1 año.
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Haber quedado ciego cuando era adolescente no significó para Héctor Manuel “Manny” Hernández Fuentes quedarse sin una visión de lo que quería hacer. Así que, en medio de la pandemia, se lanzó a estudiar para convertirse en terapista certificado, sabiendo bien que tendría que poner mucho empeño y perseverancia para conseguirlo.
Con esfuerzo, y superando el hecho de que los programas de estudio no están diseñados para persona que no pueden ver, en julio pasado se graduó y tomó el examen para ejercer en el estado de Pennsylvania, donde reside, luego que se mudara allí en busca de un tratamiento para no perder la vista, que a la larga no funcionó.
“Yo nací con cicatrices en la retina en el ojo. Así que cuando era pequeño, mis papás me trajeron de Corozal a Estados Unidos para buscar otra segunda y tercera opinión, a ver si había arreglo para eso. Para ese tiempo tenía poca visión, pero los médicos en Puerto Rico habían dicho que mi condición podía provocar que, cuando creciera, esas cicatrices halaran esa retina y la despegaran. Y para ese tiempo no había una cura para eso”, recordó.
Por si fuera poco, se trataba de una condición rara que, según los especialistas médicos, solo se habría dado si durante el embarazado, su madre hubiese sufrido “una fiebre bien alta o varicela”. Sin embargo, su progenitora no padeció ninguna de las dos. Tampoco había antecedentes familiares, de manera que a los doctores les causaba gran asombro su condición.
“Ellos me dijeron, tú tienes tres enfermedades, tienes un poquito de cada una”, indicó sin poder precisar los nombres, “porque son súper mega largos y se me olvidó”.
Antes de cumplir sus 18 años, regresó un día a casa de su escuela en Bayamón, se acostó a dormir, y cuando se levantó comenzó a ver negro en una parte del ojo izquierdo. Y esa oscuridad se fue ampliando poco a poco, opacando su visión. Su médico le dijo a la familia que no había ya nada que se pudiera hacer en Puerto Rico, y que el especialista que necesitaba solo lo encontrarían en Boston, Florida o Filadelfia.
“Escogimos ‘Philly’ (Filadelfia) porque tengo familia acá. Y ahí fue cuando emigré pa’ los Estados Unidos”, recordó.
Apenas llegaron, acudió al hospital, y poco después le hicieron su primera operación, “una cirugía que pusieron todo para atrás. Pero como al mes, las cicatrices volvieron a aparecer y volvieron a halar la retina”.
“Y así seguimos, seguimos, por un tiempo, hasta que tuve siete cirugías”, contó, agregando que los procesos conllevaban dolorosos exámenes y un sinnúmero de gotas que tenían como efecto secundario provocar cataratas, que exigirían futuras operaciones.
“Yo mismo fui el que dije: ‘ya no quiero más operaciones’, porque el ojo sufre y va a llegar el tiempo que voy a tratar de seguir haciéndome cirugías y el ojo ya no va a aguantar más nada, y van a terminar sacándome los ojos porque no van a dar más para tanta cirugía”, comentó.
Para entonces, se resistía a ese cambio radical que se le venía encima. “Yo podía guiar, podía hacer lo que fuera, trabajaba con mi papá en electricidad. Y tuve que cambiar todo, cambiar de país”.
Entre las cosas que se llevó consigo, estaba un “walkie talkie”, artefacto que estaba bien de moda para entonces entre los jóvenes en Puerto Rico. Y fue a través del ese aparato, mientras pasaba largas horas de incómoda recuperación postoperatoria, que conoció a Sandra Naomi, la persona que se convertiría más adelante en su esposa e inspiración para no dejar de perseverar.
Ya ciego, en el proceso de adaptarse a su nueva realidad, buscaba alternativas en qué ocuparse y entretenerse, “para poder bloquear lo que me estaba pasando y poder estar un poquito más contento con la vida, como quien dice”. Así conoció a un profesor de karate, puertorriqueño, que le dio las herramientas para salir del encierro y la depresión. “Me dio esa confianza otra vez, para poder hacer más cosas. Me creó la autoestima, me la subió. Al poder hacer algo, me sentía más útil”.
Más adelante comenzó una etapa como DJ, trabajando en fiestas otros eventos, y aportando a su familia, que ya incluía dos hijos. Pero con la pandemia, se vino abajo ese trabajo. Y ahí fue cuando, siguiendo una sugerencia que le había hecho su esposa de que aprendiera masajes, tomó la decisión de lanzarse a estudiar y encontró una escuela (Northhampton Community College), cerca de su casa, que ofrecía un programa de terapista.
“Se abrió el programa, y me metí, y lo terminé ahora en julio pasado. Saqué la licencia, pasé el examen del estado en octubre, y empecé a trabajar en diciembre 5″, celebró.
La ruta de estudio no fue nada fácil, porque “el programa no estaba hecho para una persona que no podía ver. Era la primera persona que no podía ver en ese programa y todo el contenido que tenían, todo, todo, ellos no creían que iba a poder hacerlo, que no podía terminarlo”.
Pero Manny no estaba en las de darse por vencido, y se ocupaba de llamar a diario a la oficina de ayuda a persona con discapacidades, “para hacer cambios en el programa, para pedir formatos en papel, que cambiaran las cosas para que mi IPad pudiera leerlo”.
Además de “cambiar un montón de cosas”, le asignaron una profesora para que estuviera junto a él, “como mis ojos”, en la parte del curso que era presencial, y “cada vez que explicaban algo, si estaban hablando de un músculo en la espalda, ella me ponía la mano donde estaba ese músculo, para que yo supiera”. De igual forma, consiguió que le proveyeran unos modelos tridimensionales para poder estudiar todos los músculos del cuerpo, además de la asistencia de otra tutora, pues en las clases, “es meterte a un cuarto con muchos posters en la pared, y yo no podía estar mirando a la pared para verlos”.
También encontró en el colegio a una maestra, “que fue a la UPR en Puerto Rico, y me dio más ganas de seguir, porque me dijo, ‘acuérdate que tú eres el primero que estás haciendo esto, tú eres el que va a coger todos los cantazos, pero tú le estás abriendo puertas a todos los que van venir atrás, así que tienes que aguantar ahí y tienes que ser más fuerte y seguir pa’ alante’”.
Al final, la perseverancia rindió frutos, y en la graduación incluso el presidente del colegio le abrazó y le expresó cuan orgulloso estaba de su logro, “porque él sabe que el programa es difícil para una persona que puede ver. Así que imagínate para una persona que no puede ver. Es más difícil, pero no imposible”.
“Uno mismo es el que se pone los límites. Pero si tú tienes deseos de ser alguien y de hacer algo, y le tienes las ganas, hazlo. Porque tú te vas a probar a ti mismo que lo puedes hacer, y le vas a probar a esa gente que estaban mal”, insistió.
Hoy día, a sus 40 años, Manny trabaja en una franquicia de Hands and Stones, a pasos de su casa, “y me va superbién. Y puedo ayudar a mucha gente, le alivio sus dolores”.
A diferencia de lo que solía ocurrirle cuando era DJ, que tenía que mentir para conseguir trabajos, ante la desconfianza por su ceguera, ahora le deja saber a los clientes de antemano que él no puede ver, “y ninguna de esas personas ha dicho que no, ni ha dicho nada malo, ni se sienten raros ni nada”. Por el contrario, a menudo le preguntan por su historia y cómo llegó a esa profesión, y luego de escucharle se expresan sorprendidos, “y salen contentos de ese masaje”.
Si necesita algún consejo adicional, llama a su hermana, que es también masajista, aquí en Puerto Rico, e intercambia ideas y opiniones con ella, además que es otra de las personas que no ha parado de darle aliento para que siga adelante, pues “es importante rodearse de gente que confíen en ti”.
En esa línea, resaltó a su esposa, que “desde que me conoció siempre me ha empujado a hacer cosas”, y así pasó de ser un hombre “que no lavaba ropa, que no fregaba, que no cocinaba, que no hacía nada en la casa, y ahora yo hago todo eso. Y llevo a mi chiquitín, que tiene 6 años, lo camino todos los días a la escuela, que yendo y viniendo me tardo 31 minutos. El otro ya tiene 15, pero ya lo hice con él. Ya tengo una maestría en cuidar niños y le agradezco a mi esposa que me empujó a aprender de todo”.
Aunque consiguió esta importante meta, “que terminé la escuela, que me gradué, que tengo trabajo, en el sitio que dije que quería trabajar”, Manny tiene planes para el futuro que incluyen ayudar a otras personas a superar los obstáculos que ha logrado rebasar.
“Ahora lo que me toca, lo que tengo planeado, es ayudar a más gente. Quiero ir atrás a la escuela, en tres años, a ver si me dejan entrar como profesor, para enseñar a la gente, a alguien que tenga problemas. Y quiero abrir, si puedo y me va todo bien, una beca, para esa misma escuela, para gente que no pueda ver, no necesariamente con masajes, pero para poder ayudar a alguien que quiera superarse y quiera hacer algo con su vida. Eso son los planes que tengo en vista, que ya los tengo visualizados, cómo los quiero y cómo lo voy a hacer”, afirmó.
“Nada es imposible hasta que tú lo trates, viendo o no viendo, para todos es igual”, insistió Manny, con su peculiar tono de positividad.
“Lo único que no me dejan hacer es guiar... dicen que es un peligro”, concluyó, soltando una carcajada y dejando claro que la adversidad tampoco le ha quitado el sentido del humor.