Nació hace 51 años en una época en la que no había ecografías ni tecnología clínica de avanzada que les advirtieran a sus padres que el bebé que esperaban sería una niña más pequeña del tamaño promedio.

Así de sorpresiva comenzó la vida de Brenda Martínez, quien creció sin saber con precisión qué provocaba que su cuerpo no se desarrollara como el de sus amiguitos.

De hecho, fue en su juventud que la mujer descubrió que era una de cada 10,000 personas que nacen en el mundo con la condición de enanismo.

“Uno de los médicos les dijo a mis papás: ‘Esa nena va a ser pequeña’. Pero nadie se sentó a explicarles lo que sucedía y, para colmo, para ese tiempo, no había mucha información ni recursos como Internet”, dice.

Fue la comparación que hicieron sus padres con una prima hermana –que nació el mismo día que ella–, lo que llevó a la familia de Brenda a consultar a varios especialistas.

“Ellos veían que mi prima crecía y yo no... Mi mamá cuenta que fue entonces que fueron a varios médicos por toda la Isla buscando información. Pero nadie pudo decirles algo concreto. Solamente insistían en que ‘la nena sería bajita’”, agrega quien descubrió a los 25 años y a través de unos médicos de la organización Little People of America, que tenía displasia espóndiloepifisaria. Este tipo de enanismo se caracteriza por la persona tener un torso pequeño, extremidades promedio y pecho pronunciado.

Brenda –quien mide 3’7”– cuenta que sus padres supieron manejar la situación y no le dieron tratos especiales por tener una estatura baja.

“Tengo una hermana menor y nunca hubo diferencias entre nosotros. Siempre fueron los mismos premios y los mismos castigos para ambas. No hubo un ‘ay bendito’ porque fuera pequeñita”, expresa.

Su adolescencia transcurrió con normalidad, aun cuando se enfrentó al “shock inicial” de algunos compañeros de escuela que la trataron como un ser extraño, desconociendo que aún con la diferencia de estatura Brenda poseía sus mismas cualidades y capacidades intelectuales y de productividad.

“Tuve una adolescencia bastante normal , pero recuerdo que en escuela superior tuve una situación un poco negativa el primer día de clases porque cuando llegué los demás se sorprendieron y me hicieron una rueda, y me hicieron como 20 preguntas porque no entendían por qué era así... ya luego, me trataron como a una más y hasta reina de corazones fui en cuarto año”, recuerda.

En cambio, a medida que fue creciendo y entró en la etapa de adultez, Brenda encaró una lamentable realidad: el estigma social que afrontan a diario las personas de estatura baja.

Miradas indiscretas, menosprecios y risas burlonas son parte de ese comportamiento excluyente en el que incurren algunos ciudadanos.

“Te diría que lo notamos en la calle... personas que comentan, se ríen, se burlan. Yo trato de que no me afecte y te diría que tengo unos días que trato de coger a broma lo que digan, pero hay otros que me molesta porque hay comentarios hirientes. Por ejemplo, una vez una señora me miró y le dijo a otra: ‘Ojalá Dios nunca me castigue con un hijo así’. Y esto no es un castigo, es una condición que le puede pasar a cualquiera y, aunque no hay solución –porque yo no creceré–, sí somos personas que podemos desarrollarnos y lograr las metas que nos propongamos. Claro, dependerá de nosotros mismos”, manifiesta.

De hecho, fue el desconocimiento colectivo que hay sobre las personas de talla baja, más las expectativas que tiene Brenda de lograr una mejor calidad de vida para las 400 personas que se estima que tienen su misma condición en la Isla, lo que la llevó a presidir el capítulo de Puerto Rico de Little People of America en 1985.

Comentó que, entre la misión de la organización está concienciar entre los puertorriqueños todos aquellos asuntos que afectan a la población y darles visibilidad social.

Un primer paso es tratar de educar a la gente para que evite utilizar la palabra “enano”, un término que, aunque está correcto, resulta despectivo para los que tienen la condición. De hecho, explicó que en inglés el término midget es catalogado como ofensivo, por lo que en el 2009 fue declarado inadecuado en Estados Unidos.

“También queremos que la gente entienda que esto no es una enfermedad, que tenemos algunas limitaciones, pero no estamos discapacitados. Queremos romper con los mitos, que sepan que sí llevamos una vida normal si hacemos unos ajustes. Que sí podemos casarnos, que sí podemos tener hijos”, destaca quien tiene estudios universitarios en secretarial. Actualmente, Brenda trabaja como especialista en documentación de Johnson & Johnson Ortho Pharmaceuticals, en Manatí, lugar donde han modificado su área de trabajo a un acomodo razonable de acuerdo con su tamaño.

Otro gran reto social son las barreras arquitectónicas pues para las personas de baja estatura los quehaceres cotidianos son en ocasiones un dolor de cabeza.

Subir y bajar del transporte público, alcanzar los counters en los comercios y hasta una tarea tan simple como tomar un artículo en el supermercado son algunos de los escenarios que les complican los días.

Por otra parte, Brenda puso como ejemplo de evolución el momento en que llevó a cabo su independencia, proceso que define que ocurrió cuando aprendió a manejar un auto.

“Para mí, independencia era poder guiar mi propio carro, no depender de otra persona para realizar mis cosas. Para muchos, pudiera ser algo normal, pero yo no sabía cómo podía lograrlo”, explica quien tomó el control de un volante a los 23 años.

“Me enseñó a guiar un señor que tenía un auto preparado con unas palancas que controlaban la gasolina y el freno... pero era muy peligroso. Tiempo después un compañero de trabajo se puso a inventar y me hizo unas extensiones para los pedales”, explicó quien utiliza en el asiento de su carro un cojín que le da altura y le permite tener visibilidad al conducir.

Otro gran paso en la vida de Brenda fue su casamiento. A los 30 años contrajo matrimonio con un hombre que también era de estatura baja.

Fue para esa época que enfrentó inesperados retos emocionales. “Quedé embarazada en dos ocasiones y perdí los bebés... al pasar del tiempo comprendí que el tipo de enanismo de él, que es acondroplásico, y el mío no eran compatibles para procrear, pues crean complicaciones en el desarrollo del feto”, contó nostálgica quien poco tiempo después de las pérdidas se divorció.

La maternidad...

Tras su separación, Brenda decidió rehacer su vida. Quiso desbordar sus sentimientos con lo que describe su mejor proyecto de vida: ser mamá.

“Siempre dije que quería tener un hijo. Y si no podía tenerlo, quería adoptar. Pero algo tenía claro: tenía que ser un niño con mi misma condición”, explicó quien comenzó en 1999 a hacer los trámites legales que requiere este proceso.

Intentó que la adopción se llevara a cabo en la Isla, pero como ella misma explica, “no todos los días nace un niño con esta condición”. Así que tuvo que vestirse de paciencia y ampliar su campo de búsqueda a nivel internacional.

Los meses pasaron... y se convirtieron en tres años en los que estuvo varias veces a punto de concretar su anhelo maternal, pero siempre se interponía algo en el camino.

“En República Dominicana hubo un niño, pero ocurrieron cosas extrañas que me hicieron desistir. En China encontré a dos niñas y justo cuando empecé el proceso, me informaron que el Gobierno allá no acepta que si un niño tiene una condición X, su padre adoptivo también lo tuviera. ¡Eso me pareció absurdo! Luego, en India encontré a otra niña disponible y llegué hasta el proceso de selección. Pero el comité que evaluaba escogió a otra familia”, relata.

“Me desanimé y estuve a punto de quitarme. Pero una mañana volví a mirar en Internet y vi una agencia en Oregon que tenía unas fotos de unos niños para adopción... allí vi a una niña de 11 años con la condición. La vi tan linda, me robó el corazón”, rememora en referencia a la pequeña que vivía en Rumania y que llegó al centro de adopción luego que sus padres la abandonaran y, alegadamente, maltrataran.

El nombre de la niña era Klaudia y tras ella fue Brenda luego de ser aceptada por la agencia de donde la llamaron para darle la gran noticia el 6 de enero de 2002.

“Ha sido el mejor regalo del Día de Reyes”, dijo llorando quien viajó muchos kilómetros anhelando el gran encuentro, del que sería testigo su hermana. Ambas se prepararon aprendiendo vocabulario básico del idioma del país y conociendo un poco de su cultura.

“Yo iba bien emocionada a encontrarme con ella. Era una ilusión, una película que me había hecho del momento. Y cuando llegamos al lugar, me encontré con una gran sorpresa”, recuerda.

Brenda cuenta que estaba en una oficina esperando a la niña, cuando la vio entrar sonreída. “Pero al verme, su rostro cambió. Yo decía: ‘¿Qué pasó?’. No entendía. Trataba de acercarme a ella y no dejaba que la tocara. Pero con mi hermana su actitud era distinta”, rememoró al agregar que el escenario se complicó cuando supo que la niña no hablaba rumano, sino húngaro, pues provenía de una región en el que predominaba este idioma.

Resulta que el asombro de Klaudia era el efecto de que nunca había visto a una persona pequeña. De hecho, la niña no era consciente de que ella misma tenía la condición.

“Eso lo supe meses más tarde... cuando hizo bonding conmigo, aprendió a hablar español y me lo dijo. Fue un proceso fuerte para ella. Dejó un pasado en Rumania y poco a poco entendió que yo iba a ser su mamá, que la quería, que este iba a ser su hogar y que no la abandonaría”, explicó sobre la joven, que actualmente tiene 22 años.

¿Es la relación de madre que anhelaste?

Sí, completamente. Klaudia es mi hija, pero es también mi amiga... Ahora tengo el gran reto de lograr que ella también pueda alzar su vuelo.