Boricua desde el día que llegó al país
Su vida comenzó en 1955, en La Habana, Cuba. De esos primeros años recuerda muy poco.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 12 años.
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Lejos de la formalidad de sus trajes de ejecutivo, el ingeniero Antonio de Vera Fernández es una persona jovial y visionaria.
Hijo de Manuel F. de Vera y Librada Rosa Mercedes de la Caridad Fernández, el director ejecutivo a cargo de las operaciones de los servicios biomédicos para Puerto Rico y el Caribe de la Cruz Roja Americana abrió las puertas de su casa y de su vida para que conozcamos a la persona que transformó la donación de sangre en la Isla.
Su vida comenzó en 1955, en La Habana, Cuba. De esos primeros años recuerda muy poco. Apenas tiene imágenes en su memoria de la casa en la que vivía y de su escuela. Lo que no olvida es el momento en que partió de su tierra.
De 1960 a 1962, 14,033 niños salieron de Cuba bajo la operción Pedro Pan. De Vera tenía siete años.
“Cuando llegamos al aeropuerto, creía que nos íbamos todos juntos. Allí es que me entero... papi y mami me dan un abrazo. Yo les digo: ‘Pero, ¿ustedes no van con nosotros?’ y mi papá me dice que no, que cuando el avión aterrice ‘yo estaré al final de la escalera, esperándote’”, contó De Vera. Ese día partió de Cuba con sus dos hermanos y una hermana.
En su mente de niño, Antonio pensó que subiría al avión, le darían la vuelta a la isla y regresaría al mismo aeropuerto. Cuando aterrizaron, su padre no estaba y él se encontraba en Miami escuchando un idioma que no conocía.
De Miami fue enviado a Indiana “en un avión que paraba muchas veces” y, cada vez que aterrizaban, esperaba ver a su padre al final de las escaleras.
Ese viaje lo llevó a un orfanato donde separaron a los cuatro hermanos. Allí estuvo siete meses.
En septiembre de 1962, Antonio llegó a Puerto Rico.
“El piloto le pidió a todos los que estaban en el avión que no se bajaran para que cuatro cubanitos fueran alante y cuando abrió el avión, era cuando se bajaba por escaleras, allí estaba mi papá en el (aeropuerto Internacional Luis) Muñoz Marín. Bajé corriendo a todo lo que da y le di un abrazo”, recuerda quien desconoce cómo su progenitor logró estar allí.
La familia se estableció en Mayagüez.
“Mi padre nos reunió y nos dijo: ‘Mira, llegamos a Puerto Rico, ahora compórtensen como puertorriqueños. Nos abrieron los brazos, ustedes son puertorriqueños. Nunca olviden la tierra que les dio el ser, pero tienen que vivir como puertorriqueños’”, rememoró de una conversación con su padre, quien fue profesor de ingeniería en el Recinto Universitario de Mayagüez (RUM).
Desde los ocho años, Antonio trabajó repartiendo diarios. Vendió dulces en el ahora Teatro Yagüez, y postales a domicilio. También laboró en un supermercado.
Estudió en el colegio Inmaculada Concepción. Allí quiso ser sacerdote, pero tras asistir a un seminario, no pudo ser “obediente ciego”. Luego ingresó al RUM para estudiar ingeniería.
“Pensaba ser arquitecto y un buen profesor que tuve, el doctor Ocasio, me preguntó: ‘¿Qué piensas estudiar?’. Le dije arquitectura. ‘No sirves para arquitectura. Serías muy buen ingeniero’. Me convenció”, contó quien quería una profesión en la que pudiera dejar un legado para generaciones futuras.
Se graduó en 1977 de ingeniería civil con concentración en hidráulica. Comenzó a trabajar con la Autoridad de Carreteras, luego para la Corco (Commonwealth Oil and Refining Company) y en la industria farmacéutica, donde llegó a producir los productos que después utilizaría en su trabajo con la Cruz Roja.
Cuando Antonio De Vera llegó a la Cruz Roja en 1999, fue contratado como CEO para clausurar el capítulo local.
“El jefe me dice: ‘Aquí tienes todos los números. No hay más alternativa que cerrar. Puerto Rico es un país enfermo, en el sentido que casi el 6% de la sangre recolectada salía positiva a algo. No se debe colectar sangre allí, hay problema de todo’. Yo le dije: ‘Yo no vine aquí para cerrar esto, déjame enderezarlo’”, compartió.
De 36 regiones de la Cruz Roja en Estados Unidos, Puerto Rico ocupaba la última posición. En sólo tres años logró que alcanzara la número uno.
Su éxito lo atribuye a trabajar con objetivos y a conocer a sus empleados directamente.
Su mayor aportación, además, fue transformar la creencia isleña de la reposición de sangre.
Como director ejecutivo a cargo de las operaciones de los servicios biomédicos para Puerto Rico y el Caribe, es su responsabilidad tener los bancos de sangre con suficientes abastos.
Por esto, las campañas de donación voluntaria han tomado auge y se han convertido en la médula de la institución.
Mientras, experimentos de relevancia mundial se siguen desarrollando en la Cruz Roja y siguen buscando alternativas para salvar más vidas.