Arquitecto de “la gente de a pie”
Su odisea inició mientras estudiaba arquitectura en la Universidad de Puerto Rico (UPR).
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 12 años.
PUBLICIDAD
No es un arquitecto tradicional. Desde muy joven se arriesgó a ser diferente. Era, y aún es, un idealista que decidió proyectar y construir lo que entendía que era posible y necesario. Eso le costó el rechazo y el desprecio de sus pares. Pero siempre ha sido “terco y testarudo”. Lo hace por una pasión: los espacios de las comunidades marginadas de Puerto Rico.
Le llaman el “Arquitecto de los Barrios”, Edwin Quiles.
“Lo que yo hago yo sé que es a contracorriente”, confiesa. “Me ha sido bien difícil que me acepten. Hasta que no me premiaron fuera de Puerto Rico por Alto del Cabro, a mí me veían en la profesión como un trabajador social, 'tú no eres arquitecto'”, decían de él.
Su odisea inició mientras estudiaba arquitectura en la Universidad de Puerto Rico (UPR).
Quiles “pensaba que iba a ser un arquitecto de monumentos” hasta que una experiencia en el desaparecido arrabal Tokío, en Hato Rey, le cambió su mundo, al descubrir que “la arquitectura también era para los pobres.” Llevó sus planteamientos a la academia, pero se encontró con una muralla difícil de escalar. “Eso no es así”, le dijo el decano. “Me hicieron la vida imposible”. Fue entonces cuando una beca para la Washington University le permitió terminar en el 1970 su bachillerato en Ciencias en Diseño Arquitectónico. De ahí en adelante, muchas “puertas se me abrían”.
Evidencia de eso es su envidiable currículo de ocho páginas -encabezado por estudios en Estados Unidos, Londres y México-, en el que se enumeran las oportunidades y logros de un hombre al servicio de su vocación y de la gente a la que hasta entonces el arquitecto le era un ser lejano o, inclusive, desconocido, la gente de a pie.
Tras esa primera zapata en su proyecto de vida, Quiles regresó a la Escuela de Arquitectura de la UPR, esta vez como profesor y catedrático, y creó, con la ayuda posterior del arquitecto Eliot Martínez Joffre, el Taller de Diseño Comunitario.
Al mismo tiempo, siguió acercando la arquitectura a las comunidades en lugares como Felices Días, en Mayagüez; La Vía, en Aguadilla; Alto del Cabro, en Miramar; la Península de Cantera y La Perla, en San Juan, y proyectos como Re-crear Río Piedras. A sus residentes los ha sumergido, con el proceso de investigación y diseño de sus espacios, en un mar de aprendizaje, capacitación y apoderamiento. “Al diseñar un espacio para ti, te haces más consciente de lo que eres, de lo que no eres, de lo que quieres ser, de lo que quisieras ser”, explica.
Sus aportaciones también van dirigidas a ofrecer contra- propuestas a los desalojos. “No es lo mismo resistir una propuesta adversa a tu comunidad, resistir una amenaza, con la mera protesta, que resistirla con una protesta que apoye una propuesta”, expone.
Para Quiles, el desalojo es “una manera injusta, insensata, atropellante, realmente irrespetuosa, que no tiene que ser así; no creo que la eliminación total sea la única manera, hay maneras de incorporar la comunidad con lo nuevo”.
En esa odisea, se ha enfrentado a frustraciones con proyectos como el Plan para Desarrollo Integral de la Península de Cantera, de donde lo expulsaron en el 1992 porque las ideas propuestas “eran muy radicales”, ya que “iban a empoderar más a la comunidad”. Años después, Quiles regresó a petición de la comunidad sanjuanera para presentar el año pasado un plan de desarrollo que analiza lo que se ha hecho y lo que se puede hacer, con o sin financiamiento gubernamental.
También se frustró con Alto del Cabro, proyecto de revitalización premiado internacionalmente, por decisiones políticas. Aun así, el éxito en cada uno de sus diseños es palpable en la medida en que “la gente pueda aprender en el proceso”, apoderarse y organizarse.
Hoy, a sus 62 años, Quiles, también planificador sigue siendo idealista y creyente del cambio social, al considerar que aporta con su trabajo comunitario. Sus labios le huyen a propagar el pesimismo.
“El ideal no tiene que morir. El país está tan lleno de gente buena (...). Yo apuesto a que el país va a sobrevivir toda esta crisis ética, económica, política, urbana; porque hay gente -que algunos son gente desconocida o gran parte son desconocidos, son los que se llaman 'los ciudadanos de a pie', los que no son protagonistas- que está haciendo la diferencia”.
“Los gobiernos pasan, las épocas de oscuridad pasan; para que haya un amanecer tiene que haber oscuridad primero, y ese amanecer viene, apuesto a eso (...), pero tenemos que trabajar”, agrega quien se define como un hombre espiritual.
De seguro es gente como su padre, cartero, y madre, secretaria, que emigraron de Ponce a Río Piedras para estar más cerca de la UPR, adonde como adolescente solía ir durante la hora de almuerzo para “conocer profesores”, dice entre risas, porque “quería conocer gente importante”; de ahí va cultivando su convicción de que la UPR es una extensión de Río Piedras.
Ha logrado muchos éxitos, como sus 18 premios, publicaciones, docencia y otros, ¿qué le falta?
Un montón. De aquí a 30 años puede que me retire. En la computadora tengo tres libros empezados (es autor de La ciudad de los balcones y de San Juan tras la fachada, premiados internacionalmente). Los premios son un apoyo. Yo no soy un premio. Soy una persona que está incompleta. Las metas mías son seguir inventando.
Uno de sus sueños es la creación de la Fundación Otro Mundo es Posible, junto con su esposa, la socióloga urbana Liliana Cotto, la mujer que lo hizo gravitar hacia ella por su cautivadora sonrisa e inteligencia. “Somos muy independientes, pero coincidimos mucho en el trabajo comunitario (...). Hay un diálogo continuo, permanente, de 30 años, sobre el tema de la comunidad”.
¿Las claves del éxito?
Es una mezcla de disciplina, tener metas, levantarse, porque uno se cae; me he caído muchas veces, he cometido errores, y no se los puedo achacar a nadie, son míos; es saber que uno se cae, se levanta, y un día camina tres pasos sin caerse.
¿Cuántas veces se ha caído?
Muchas veces. Tiene que ver con incomprensión, gente que no entiende lo que uno quiere hacer, gente que se siente amenazada con lo que uno quiere hacer, gente que prefiere que las cosas se queden como están y te ven como un enemigo.
Pero esos retos, afirma, son parte de llegar a la meta, que alimenta por sus ansias de “devolver lo mucho que me han dado (...), porque no me he hecho solo”.