Además de aceite, sal y otros condimentos, en la cocina supervisada por Ana Mercedes Labiera nunca falta optimismo, caridad, respeto y amor entre los ingredientes claves para preparar los alimentos que a diario sirven a cientos de jóvenes estudiantes.

En el comedor de la escuela superior Trina Padilla de Sanz de Río Piedras, donde Labiera dirige las operaciones, el orden es fundamental y a pesar de su fama de mujer estricta, los alumnos la aprecian y muchos incluso la siguen procurando por años, después de graduados.

"Lo que no se hace con amor no sirve", sentencia en tono firme Mercedes, quien a sus 64 ha descartado el retiro, demostrando un compromiso de servicio público en tiempos de grandes retos y limitaciones.

"No le tengo miedo al trabajo porque el trabajo honra", indicó en entrevista con este medio.

Labiera es una de 6,229 empleados que este viernes, 4 de ocutbre, celebrarán el Día del Empleado de Comedores Escolares en el sistema público de enseñanza y que en muchos casos arriban a las escuelas desde antes de que salga el sol para preparar el desayuno de los alumnos y, luego, sin perder tiempo, confeccionarles también un almuerzo nutritivo.

Con una trayectoria de 28 años en comedores escolares, Mercedes confiesa que más allá de servir alimentos, su labor incluye ser consejera y recurso de apoyo ante las inquietudes o problemas de "sus bebés", como llama a sus ya creciditos comensales.

A la 1:45 p.m. del jueves, con el cansancio reflejado en su rostro, después de cocinar, limpiar bandejas y acomodar mercancía en el almacén del comedor, se sentó unos minutos para responder algunas preguntas sobre lo que la mantiene en la lucha laboral por el bienestar de los alumnos.

"Yo sé que algunos (niños) lo que comen en el comedor escolar es lo que se comen en todo el día", reconoció reflexiva al recalcar su compromiso con la juventud, en la que tiene fe inquebrantable, a pesar de los males sociales que los acechan.

"El problema de algunos son las juntillas que cogen. Le venden el cielo y los descarrilan", comentó al opinar que "mayormente la droga" troncha el potencial de muchachos buenos que pasan por las mesas del comedor y en la calle se involucran en la delincuencia.

En tal sentido, observó que "todos los niños son buenos, pero viven tiempos difíciles. Muchos tienen a sus padres distantes trabajando o en ciertos casos divorciados... Ellos llegan con sus cosas y uno los escucha y los orienta".

Narró que ha atendido alumnos de conducta difícil que luego evolucionan positivamente. "Esos cambios son los que llenan a uno de satisfacción porque yo los adoro y soy como su abuelita".

Sobre las reglas en el comedor, precisó que "aquí no se puede entrar con el (teléfono) celular prendido, ni con gorras porque aquí se viene a comer y a conversar entre compañeros con respeto y orden". Por eso en el almuerzo, mientras se alimentan, se animan "y hablan hasta por los codos", dijo sonriente.

En ese recinto, reconoce que le brinda gran satisfacción verlos alimentarse y tranformar rostros serios en alegres al degustar lo que más les gusta. Reveló que en el desayuno "prefieren el revoltillo, los pancakes y las tostadas francesas". Mientras, a la hora del almuerzo se deleitan sobre todo cuando se sirven hamburguesas o chuletas al horno. 

Mercedes laboró en una fábrica de diamantes que operó en la década de los setenta en la zona de Tres Monjitas en Hato Rey. También trabajó en las desaparecidas tiendas Velasco y González Padín para garantizar el sustento de sus tres hijos. Sin embargo, al pensar en múltiples opciones laborales, sin titubear señala que si le dan a escoger siempre preferirá la tarea de cocinarle a los niños, a pesar de ser una dura labor, que requiere gran esfuerzo físico y hacer múltiples tareas a la vez debido a una marcada reducción de personal.