Alimentar al necesitado es la mayor recompensa de Rafael Ángel Casiano
Su compromiso como voluntario en la Fundación Posada de Ángel en Guaynabo lo convierte en #miheroeanonimo
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 5 años.
PUBLICIDAD
Cocinar y llevarle un plato de comida a cientos de personas que no tienen un techo, y que han quedado desprotegidas ante la amenaza del COVID-19 en la Isla, es la misión que adoptó Rafael Ángel Casiano.
Para él, ofrecer un servicio al prójimo le hace sentir vivo y representa una recompensa que no se puede comparar con alguna cifra de dinero.
Casiano es voluntario de la Fundación Posada de Ángel en Guaynabo, una organización levantada por Vickie Torres hace 41 años para asistir con alimentos a los más necesitados.
Hace un año ayuda a la fundación en la administración de su almacén, pero luego de que se quedaran sin las manos que se encargaban de preparar los alimentos, Casiano dio un paso al frente para hacerse cargo del trabajo. La faena correspondía a un restaurante que cerró tras la emergencia generada por el virus.
Ahora Casiano se levanta a eso de las 5:00 a.m. a preparar 50 libras de arroz, habichuelas guisadas y una proteína. Pero el menú no siempre es el mismo, dependerá de los suministros disponibles para los tres días que salen a entregar las comidas calientes, que son los lunes, miércoles y viernes.
Los ofrecimientos del día los confecciona a base de las donaciones que recibe la organización.
Recientemente, según compartió la fundadora de la entidad, la organización Puerto Rico Rises-Forever Preciosa les donó comida de los comedores escolares del país, lo que les ha permitido ampliar el servicio a familias y égidas, aunque enfatizando más en las personas sin hogar. Las cadenas de supermercados también son algunos de sus donantes.
Una vez preparado el almuerzo, Casiano realiza alrededor de 200 empaques por día para entregar en una ruta que inicia a partir de las 10:00 a.m. y que lo lleva desde la Parada 15 en Santurce hasta el casco urbano de Río Piedras.
El encuentro con los indigentes lo describe como algo que le llena el corazón, pero también se lo destruye.
“Son sentimientos encontrados porque uno sale cansado de hacer el trabajo de hacer el almuerzo y demás, pero es una recompensa tan brutal cuando tú entregas ese platito de comida tan insignificante y ellos lo ven como algo grande, de que: ‘mira, alguien, la Fundación, se preocupa por ellos’. Es algo lindo. Es algo que no se puede explicar”, dijo.
“Tú estás dando un poquito, pero a la misma vez tú recibes tanto porque simplemente con una sonrisa o simplemente ellos recibirte y hablarte un poquito, y todo lo demás, eso te llena tanto. Realmente te sientes vivo al tú saber que están dando un poquito de lo tuyo, por ejemplo, el tiempo hacia ellos”, añadió.
Dijo que por ellos ha sacrificado el tiempo para compartir con su hijo y su nieta, por miedo a exponerlos al virus. Sin embargo, lo hace porque los deambulantes no tienen a nadie que vele por su bienestar.
“A veces uno tiene que sacrificar muchas cosas para hacer un bien”, puntualizó.
Pero este don de servir despertó en Casiano desde muy pequeño, inculcado por su progenitora, quien le decía que vieran en cada deambulante a un Cristo roto.
“Ella me decía: ‘no le tengas miedo, esa es una persona como todos nosotros, eso es lo que se llama un Cristo roto’, claro, explicándome de una manera que pudiera entender, que era una persona con muchos problemas. ‘Aunque sea con una peseta, tú lo ayudas porque tú no sabes si lo va a utiliza para comida o para otras cosas que no son buenas, pero tú siempre vas a tener en tu corazón de que hiciste la obra de bien y que estás ayudando, no a esa persona, sino a Dios’, me decía. Y ahí me quedé con ese pensamiento desde chiquito y de grande siempre tenía esa compasión con ellos”, contó.
De ahí la inquietud por servir.
Desde el 2011 Casiano ha llevado su esfuerzo a países necesitados siendo partícipe de misiones en Kenia, Haití, Honduras, Guatemala y Venezuela. De igual manera, fue voluntario junto a la monja María Rosa, quien iba a La Perla en el Viejo San Juan, a curar a los deambulantes. Adjudica a la monja haberle enseñado a valorarlos, a respetarlos y a tratarlos como realmente son: seres humanos.
“Cuando trato de ayudar a las demás personas, trato de reflejarme y ver que tal vez yo estoy ayudando a uno de mi familia. Estoy ayudando a uno mío o un primo, sobrino y los trato como si fueran un hijo mío, de darle cariño, respetarlo, oírlo. Muchas veces ellos necesitan que los escuches, que hables con ellos, que pongan atención, que le dés un poco de tiempo para ellos sentirse respetados y miembros de la sociedad como tal”, sostuvo.
A cambio, Casiano recibe devuelta innumerables muestras de agradecimiento y respeto de quien recibe de sus manos los alimentos.
“Ellos te cuidan y te ven como si realmente fueras familia. Cuando ven el carro rápido se alegran y te saludan. Es algo bonito, de verdad”, relató.
Y aunque su labor merece ser reconocida y es considerada heroica, la humildad de Casiano no le permite sentirlo así.
“No me considero un héroe, simplemente quise dar un poquito más de mí hacia ellos porque realmente uno tiene que ponerse en sus zapatos, uno no puede juzgar, ellos son personas como todos nosotros”, puntualizó.
Junto a Casiano, hay otro grupo de buenos voluntarios comandados por Torres que, por más de cuatro décadas también se ha dedicado al servicio de los más necesitados mediante la Fundación Posada de Ángel. El 8 de mayo cumplirán sus 42 años de incorporación y dando servicio a la comunidad de manera ininterrumpida.
En estas cuatro décadas Torres asegura que cada día se sensibiliza más ante el dolor.
“Hay veces que yo no puedo ni hablar, porque cada día uno se pone más sensible ante el dolor, y ahora la pandemia a mí misma me ha cambiado. Yo siento que el Universo se está limpiando y nos está limpiando el alma y el corazón a cada una de las personas que estamos dando (ayuda). Yo vine a dar y no a que me den. Mientras más uno da, más papá Dios te da, más el Universo te suple y es algo que con palabras no lo puedo describir”, dijo.
“Extender la mano es una emoción diferente. No hay palabras para describir. Es algo tan complicado… la emoción con el sentimiento de tú como ser humano saber que otros necesitan de ti y en este momento que es tan diferente porque esto nos ha cambiado a todos”, dijo conmovida, quien asegura su personal se activó de manera inmediata y sin la necesidad de llamarlos.
Por eso, el servicio en el que ayuda Casiano con la confección y entrega de comidas calientes, en lugar de un solo día a la semana se amplió a tres por la cantidad de deambulantes y de otras personas que, aunque no lo son, no tienen qué comer.
De igual manera, Torres explicó que se están entregando unas bolsitas con meriendas que incluyen galletas, dulces, leche, jugos, salchichas y otros artículos que no necesiten calentar.
Por otra parte, la Fundación también está entregando compras a iglesias, personal médico que no han tenido oportunidad de salir a hacer sus compras, así como a familias en necesidad que las han solicitado.
Las personas que necesiten de esta ayuda deben llamar con anticipación al 787-708-6609 o al 787-526-7665.
En tanto, las personas o empresas que deseen contribuir con la Fundación, sepan que la mayor necesidad actualmente es agua y mascarillas.