Aida L. Rivera vive para servir a pacientes indigentes
La enfermera retirada sirve a los enfermos del Centro Médico en Río Piedras.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 14 años.
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El espíritu caritativo de doña Aida L. Rivera es tan natural en ella como su coquetería.
Con 86 años de edad, no debería tener ninguna obligación más allá de disfrutar de su familia y descansar.
Ella, sin embargo, tiene una responsabilidad: servir a los enfermos del Centro Médico en Río Piedras. Y lo hace por amor, por nada más.
Sus días comienzan a las 4:00 de la mañana, cuando se levanta, se prepara café y se sirve unas galletas export soda con mantequilla.
Como enfermera retirada, la residente del complejo público Sabana Abajo en Carolina conserva la costumbre de usar uniforme. Pero no lo lleva blanco, sino azul marino. Los zapatos sí son blancos, tan blancos como las canas que a diario recoge en un moño con un vistoso lazo. También, lleva pañuelo en su cuello y es que la elegancia es otro de los atributos de doña Aida.
No por casualidad algunos pacientes la apodan “La Barbie”.
Una breve lectura de la Biblia le da la fortaleza suficiente para caminar, a oscuras y a solas, hasta la parada de guagua pública. “No me da miedo”, afirma esta viuda desde hace 36 años, los mismos que sirvió como enfermera en distintas instituciones médicas.
Tres guaguas públicas y el arcoíris de historias que transporta cada una anteceden la rutina de esta santurcina, madre de dos hijos, Ana Luz (54) y Ricardo Santiago (52) y abuela de nueve nietos.
Doña Aida abre cerca de las 7:00 de la mañana la Tiendita de Voluntarios del Centro Médico en Río Piedras.
Allí se une a otra voluntaria, Teresa González, y a su supervisora Nilsa Rodríguez.
“Es una persona bien cooperadora, es bien alegre, ella nos alegra por las mañanas cantando. Siempre está bien disponible para todo lo que nosotros necesitemos”, dice Nilsa.
Adentrada en ese pequeño espacio abarrotado de dulces, ropa y artículos de primera necesidad, esta admiradora de la cantante Ana Gabriel se mueve entre la voluntad de ayudar y la picardía con la que ha cautivado a una diversidad de hombres jóvenes.
“Todos los muchachos de aquí del hospital vienen a abrazarla y a darle su beso, y se la pelean”, asegura su compañera y amiga, Teresa.
Con la misma sonrisa que conquista a sus novios, doña Aida se dirige con su paso lento, pero firme, hacia el área llamada Medicina Sur, en el cuarto piso del Centro Médico. Allí las supervisoras de enfermeras, como Luz Aida Fernández, le entregan una lista con los nombres, habitaciones y necesidades mayormente de pacientes médico-indigentes que acuden en busca de servicio, a veces sin una pieza de vestir que cubra sus cuerpos.
Luis Ángel Rosa Martínez, de Puerta de Tierra, es un ejemplo. Llegó al hospital tras sufrir una caída que no le permite levantarse de la cama.
Apenas tenía un pañal y una sábana liviana cuando lo visitó doña Aida.
Ella le brindó una frisa, una camiseta, medias, pasta y cepillo de dientes, jabón y hasta una revista. Todo lo consiguió en la Tiendita de Voluntarios, adonde cualquier persona puede acudir para donar ropa de niños o niñas, de mujer, de hombre, frisas y productos para la higiene personal, que luego serán ofrecidos gratuitamente a ciudadanos necesitados como Luis Ángel.
“Uno se va satisfecho, se va contento con su conciencia, porque uno sabe que es de beneficio para otros”, dice esta mujer madura cuyo único vicio es entregarse a los demás.
“Yo me acuesto temprano, yo no fumo, no bebo, no bailo, nada. Nada que sea de juerga, yo lo hago”, anota, quien también gusta de ver devedés de novelas viejas y escribir poemas.
Detrás de la vitalidad que emana doña Aida, sin duda, hay un corazón noble que le legaron sus padres.
“Mi mamá era maestra; mi papá era un pastor de iglesia, que me enseñó a estudiar la palabra, me enseñó cosas bonitas que yo he guardado y siempre las he atesorado en mi corazón y así he sido siempre, porque ellos me lo hicieron ver así”, manifiesta tímida, humilde.
Como servidora de su prójimo, a doña Aida le inquieta el estado de violencia que se vive en el país. También, se preocupa cada vez que ve a “los niños realengos”; no obstante, confía en que en cada pueblo, cada mañana, se levantan otros héroes y heroínas como ella.
“Hay gente buena todavía y a pesar de que la enseñanza no es la misma, porque la enseñanza de antes no es la misma que la de ahora, todavía hay gente que le gusta a hacer el bien”.