Su rostro reflejaba dulzura y humildad. A la vez tenía carácter fuerte y en ocasiones su conducta era matriarcal. Se esmeraba en tener su casa perfectamente ordenada y su habilidad en la cocina era igual de perfecta. Siempre se preocupaba de que los suyos lucieran “bonitos” y que vistieran limpios y cuidados. Era trabajadora y muy amable. A veces callada y otra conversadora.

Junto a su familia enfrentó años difíciles de estrechez económica y tuvo que dejar la escuela a los 13 años para aportar. Así, su autoestima comenzó a afectarse. Desconozco qué experiencias de vida vivieron ella y sus hermanas y hermanos, que sus emociones se vieron afectadas adversamente de diferentes formas. 

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Desde muy temprano dejó ver cambios en su comportamiento. Podía estar feliz y al rato le invadía la tristeza. A veces su temperamento se tornaba irritable y en otras decía que todos estaban en su contra y que le querían hacer daño. Fueron muchas las veces en que alegaba que le estaban haciendo brujería y se sentía rechazada sin razón alguna.

Su esposo falleció a muy temprana edad y su mundo colapsó. El suceso provocó gran inestabilidad emocional. Aún permanecía ese gran amor por los suyos, pero desconfiaba de todo y de todos, hasta de sí misma. Tenía sus momentos de estabilidad, pero la depresión, sentido de persecución y temores la hicieron más frágil. Su cuerpo comenzó a ceder a las enfermedades físicas y su mente la hacía comportarse en ocasiones de forma errática.

Al desconocer sobre la bipolaridad y depresión entrábamos en discusiones absurdas, a veces intensas u ofensivas y la tolerancia disminuía.

Logró su diploma de cuarto año pasados los 60 años. Desarrolló destrezas manuales pese a sus temblores y timidez, lo que dejaba ver su gran inteligencia y talento, pero su condición empeoraba aún con los tratamientos y poco a poco fue derrotándose, no porque quería, sino porque no podía. 

Transcurrieron años antes de encontrar la dosis médica que le diera la estabilidad, pero embargo los ciclos de recaídas estaban establecidos. Navidades, febrero y los meses de verano eran los de mayor sentido de soledad, abandono y depresión. Lo intentó todo, la fe, la medicación y las terapias. El apoyo familiar no faltaba y aun así los períodos de depresión se hacían más extensos. Constantemente clamaba por la muerte y decía que Dios la había abandonado.

En ocasiones hubo que internarla, en otras llevarla de emergencia porque se medicaba exageradamente, o escondía los medicamentos y no los tomaba. Su mente viajaba entre la paz, el coraje, la depresión, la ira y el comportamiento incoherente. 

Este hermoso ser de luz que lo había dado todo por los suyos no encontraba paz espiritual. Sus espectaculares ojos siempre estaban tristes, desorientados y anhelaban amanecer sin síntomas, lágrimas, dolor y temores. Cuando ya pudimos entender lo que son estas condiciones, el Alzheimer se fue apoderando de su cerebro. Increíblemente fue esa enfermedad la que le dio algo de paz al final.

Juzgamos sin entender ni conocer. No nos informamos y señalamos y acusamos impúnemente. Despreciamos y nos avergonzamos de los que padecen estas condiciones. No damos oportunidad de rehabilitación y nos “hartamos” de la situación.

Por eso, ver a una figura como Manny Manuel pasar por la difícil y bochornosa situación de ser expulsado de una tarima por no tener control de su mente me ha hecho revivir esos momentos. Sí, porque esa hermosa mujer llena de contradicciones era mi madre. Hicimos lo que pudimos y más por ella porque se lo merecía y por ser digno. No podemos señalar a Manny y nadie que padezca de cualquier condición mental o vicio. Ellos tienen una lucha eterna y nos toca levantarlos cuantas veces sea necesario. Debemos ser sensibles, compasivos y comprensivos. Ellos deben saber y sentir que aún en el peor momento siempre podrán contar con una mano amiga y un abrazo. 

Amigo Manny Manuel... eche pa’ca que no está solo. Vamos a empezar de nuevo cuantas veces sea necesario. Ahí estaremos.