Ponce. El teniente Javier Requena Mercado testificó ayer que las últimas palabras que le escuchó decir a su compañera de vida por 18 años, la teniente Luz M. Soto Segarra, fueron “Secuestrada. Pistola. Guarionex”.

Varios minutos después, aquella mañana del 28 de diciembre de 2015, la mujer policía yacía muerta en sus brazos tras haber sido baleada en su propia oficina de la Comandancia de Ponce, junto al comandante Frank Román Rodríguez y la agente Rosario Hernández de Hoyos.

Requena Mercado, quien dirige la Unidad Motorizada de la Policía en Ponce, fue el duodécimo testigo de cargo en el juicio por jurado que se sigue contra Guarionex Candelario Rivera en la sala 505 del Tribunal de Ponce, ante la jueza Carmen Otero Ferreiras. Al ex policía se le imputa el triple crimen.

El teniente relató que ese día, a las 9:26 a.m., llamó a su esposa desde el estacionamiento de la Comandancia, para hacerle una broma porque ella había aparcado mal su patrulla.

“Le pregunté: '¿pasa algo?'. Me dijo: ‘Secuestrada. Pistola. Guarionex’. Se oía llorosa. Sabía que ella no estaba bien. Habló bajito. Le dije: '¿qué pasó?, ¿qué es?', y se cortó la llamada”, detalló.

El testigo dijo que desde el estacionamiento salió a toda prisa hacia el interior de la Comandancia y subió en ascensor al sexto piso. Al llegar a la oficina de Soto trató de entrar, pero la puerta estaba cerrada. Esa puerta de madera tenía un cristal con una cortina plástica que estaba cerrada, describió.

“El imputado de delito (Candelario) corre la cortina. Cuando yo lo miro, le digo: '¿está todo bien?'. Él me dijo: ‘todo bien’ y cerró la cortina”, indicó Requena Mercado.

El teniente manifestó haber visto a través de un pequeño espacio entre la cortina y el cristal que su esposa estaba sentada detrás del escritorio; dijo que ella lo miró y se secó una lágrima. Rodríguez estaba sentado a su lado derecho.

Requena Mercado salió a buscar al coronel Héctor Agosto, comandante de área, y mientras hablaba con la teniente Ramonita Delgado escuchó las detonaciones. Luego precisó que fueron “más de cinco o seis” disparos.

Corrió hasta la oficina y disparó a través del cristal, dos o tres veces, hacia la silueta de un “hombre corpulento” que aseguró era Candelario.

Dijo que pateó la puerta y una vez adentro vio los tres cadáveres y a Candelario arrodillado con las manos en el piso y entre medio una pistola con el carro abierto (que había sido disparada).

Lo golpeó y trató de controlarlo, algo que consiguió cuando llegaron el inspector José Madera Rodríguez y el capitán Moisés Colón Rivera. Cuando fue a donde Soto, ya había muerto.

“Después de no sé qué tiempo me decían que abandonara la oficia. La senté en su silla, no la dejé en el piso. La acomodé, le di un beso y me fui”, declaró.

El juicio sigue hoy a las 10:00 a.m.