Sigue perplejo Daniel Fernández a un año de que el papa Francisco lo sacara de obispo de Arecibo
Publica una carta para exponer lo que ha vivido.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 1 año.
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Al cumplirse un año de haber sido removido por el papa Francisco como obispo de Arecibo, el monseñor Daniel Fernández Torres emitió una carta abierta en la que afirma que todavía se siente perplejo de que lo hayan removido del cargo.
Según expresó, “todavía siento la misma perplejidad que sentí cuando sorpresivamente se me pidió la renuncia y cuando, de modo atropellado, se ejecutó la remoción. Cumplido un año, reafirmo exactamente las mismas palabras del comunicado que hice público el 9 de marzo de 2022. En este tiempo he descubierto el sentido de ser testigo de las bienaventuranzas más que predicarlas”.
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Fernández Torres fue removido del cargo, tras negarse a realizar la renuncia voluntaria el 9 de marzo pasado.
En aquel entonces, el religioso explicó que se le imputó no ser obediente al Papa Francisco ni tener comunión con el resto de los obispos boricuas. A tales justificaciones, respondió: “Me siento bienaventurado por sufrir persecución y calumnia”.
El boletín de prensa publicado por el Vaticano no detalló las razones para el despido de Fernández Torres. Sólo se limitó a informar: “El Santo Padre ha relevado a monseñor Daniel Fernández Torres del cuidado pastoral de la Diócesis de Arecibo (Puerto Rico) y ha nombrado administrador apostólico ad nutum Sanctae Sedis de la misma diócesis el Arzobispo Álvaro Corrada del Río, S.I., obispo emérito de Mayagüez”.
Corrada del Río sirvió hasta el pasado 14 de septiembre, cuando el papa nombró como obispo de Arecibo a monseñor Alberto Arturo Figueroa Morales.
A continuación, la carta completa de Fernández Torres:
“A mis hermanos y amigos que me han acompañado espiritualmente durante el pasado año: “…Como un tejedor, devanaba yo mi vida y me cortan la trama” (Is 38, 12). A un año de haber sido “removido” de mi servicio pastoral como obispo de mi amada diócesis de Arecibo, Puerto Rico, comparto una breve reflexión con todos aquellos que me han estado acompañando espiritualmente.
Todavía siento la misma perplejidad que sentí cuando sorpresivamente se me pidió la renuncia y cuando, de modo atropellado, se ejecutó la remoción. Cumplido un año, reafirmo exactamente las mismas palabras del comunicado que hice público el 9 de marzo de 2022. En este tiempo he descubierto el sentido de ser testigo de las bienaventuranzas más que predicarlas. Al mismo tiempo, puedo compartir con ustedes algún pensamiento que ha ido fraguándose en mi interior en los pasados doce meses. Constantemente han venido a mi memoria unas palabras de lo que se conoce como el Cántico de Ezequías (Is 38, 10-14. 17-20), que rezamos en la Liturgia de las Horas, y que he citado al comienzo de esta comunicación.
Cuando en el año 1990 entré al Seminario lo hice lleno de ilusión y convencido de que Dios me llamó a servirle a la Iglesia por el resto de mi vida. Pero de pronto…”me cortan la trama” y quedo “removido”. De ahí que pueda hacer mías esas palabras del Cántico y que San Juan Pablo II magistralmente comentaba en una de sus Catequesis (Audiencia general del miércoles 27 de febrero de 2002). Decía él, refiriéndose al Cántico del rey Ezequías: “La vida humana es descrita con el símbolo, típico entre los nómadas, de la tienda: somos siempre peregrinos y huéspedes en la tierra. También se recurre a la imagen de la tela, que es tejida y puede quedar incompleta cuando se corta la trama y el trabajo se interrumpe (cf. Is 38,12)”.
Sobre esa realidad nos decía San Juan Pablo II: “El Señor no queda indiferente ante las lágrimas del que sufre y, aunque sea por sendas que no siempre coinciden con las de nuestras expectativas, responde, consuela y salva. Es lo que Ezequías proclama al final, invitando a todos a esperar, a orar, a tener confianza, con la certeza de que Dios no abandona a sus criaturas…”. Esa es mi invitación a todos los que me han acompañado en el dolor por la Iglesia que sufre escandalizada por algunos acontecimientos actuales, incluyendo el atropello personal desde el cual procuro seguir sirviéndola: esperar, orar y confiar.
El Papa Juan Pablo II concluye su Catequesis citando a San Bernardo que “aplicando a la vida de cada uno el drama vivido por el rey de Judá e interiorizando su contenido, escribe entre otras cosas: «Bendeciré al Señor en todo tiempo, es decir, de la mañana a la noche, como he aprendido a hacer, y no como los que te alaban cuando les haces bien, ni como los que creen durante cierto tiempo, pero en la hora de la tentación sucumben; al contrario, como los santos, diré: Si de la mano de Dios hemos recibido el bien, ¿por qué no debemos también aceptar el mal? (...) Así, estos dos momentos del día serán un tiempo de servicio a Dios, pues en la tarde habrá llanto, y en la mañana alegría. Me sumergiré en el dolor por la tarde para poder gozar de la alegría por la mañana»”.
Con esta sencilla reflexión quiero expresar mi agradecimiento a Dios y a todos los que han orado por mí y me han expresado su apoyo y cercanía durante este tiempo y que han sido tantos. Todo eso lo he recibido convencido de que son inmerecidos consuelos divinos”.