Relato del arma que mató a Carmen Paredes
Recopilación de los vaivenes de la FN Five Seven calibre 5.7x28 desde el día del asesinato en Guaynabo.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 11 años.
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NOTA: El siguiente texto es una narración basada en información divulgada en la sala 706 del Tribunal de Bayamón durante el juicio por jurado contra Pablo José Casellas Toro por el asesinato de su esposa Carmen Paredes Cintrón, del cual fue hallado culpable por asesinato en primer grado, destrucción de prueba, violación al Artículo 5.15 de la Ley de Armas y reportar falsamente la comisión de un delito.
Me accionaron, al menos, siete veces la mañana del 14 de julio de 2012 en la terraza de la residencia H-5 de la calle Ruiseñor en la urbanización Tierralta III en Guaynabo. Cuentan quienes escucharon las detonaciones que generó mi tenedor que para entonces corrían los primeros minutos de las 9:00 a.m. de aquel sábado de verano. No hay consenso sobre la cantidad de disparos que ese hombre, mi dueño, realizó conmigo; quizás solo él sepa. Lo que sí puedo establecer es que en ese instante comenzó un recorrido que me llevó por varias manos hasta que, al cabo de 55 días, la Policía me recuperó y entregó en el Instituto de Ciencias Forenses (ICF).
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Pero volvamos al 14 de julio de 2012 cuando yo, una pistola FN Five Seven calibre 5.7x28, de fabricación belga, color negra y verde, con número de serie 386203685, fui sacada de Tierralta III en un automóvil Mercedes Benz gris, pocos minutos después de disparada, por el mismo que haló el gatillo. Mientras manejaba por la avenida Santa Ana de Guaynabo en dirección a Torrimar, mi portador me tomó con su mano izquierda y me lanzó por la ventanilla del conductor. Viajé en el aire la distancia de dos carriles y caí sobre la acera, junto a un montón de escombros de una construcción que había en una propiedad de esta zona residencial y comercial.
Eso fue en algún momento entre las 9:12 y las 9:43 a.m. Luis Alberto Guzmán Hernández, que cruzaba la avenida en ese instante, se percató del brazo blanco del hombre que me expulsó del Mercedes y de que reboté en la grama antes de caer en la acera. Cuando llegó donde mí, me levantó, me colocó en su cintura y me llevó a la barriada Los Filtros, donde vivía.
Una vez allí, Guzmán Hernández acudió donde su amigo y dueño del punto de drogas, Joselito Rivera Seda, para ofrecerme en venta. El negocio se concretó -el primero dijo que por $100 y marihuana y el segundo que por $500-, y quedé en manos de Rivera Seda, aunque no por mucho tiempo.
Al día siguiente, el 15 de julio, Luis Yamil Morales Valderrama regresó a la barriada Los Filtros para continuar la negociación de la compra de unos vehículos todo terreno que había iniciado en la víspera con Joselito, y éste aprovechó la ocasión para ofrecerme en venta. Morales Valderrama decidió llevarme y pagarle posteriormente; tampoco aquí hay certeza de si desembolsó $600 o $700.
Teniéndome en su poder, Morales Valderrama dispuso de la única bala que había en mi interior botándola en un monte. Según Guzmán Hernández, esa bala tenía la punta de color rosa. En cambio, para el entonces jefe de la División de Homicidios de Bayamón, Carlos Ríos Treviño, la punta de la bala era de color bronce.
El 6 de septiembre de 2012, Joselito Rivera Seda, que estaba evadido de Pensilvania, donde tenía que responder por un caso de drogas, se entregó a la Policía de Puerto Rico, dijo, porque sabía que lo estaban buscando con relación al asesinato de Carmen Paredes Cintrón. ¿La razón? “Había tenido en su poder el arma homicida”. Es decir, me había tenido a mí. El 14 de julio de 2012, Carmen Paredes Cintrón fue el blanco de mi dueño registral, su esposo, Pablo José Casellas Toro.
Contra Rivera Seda se radicaron cargos por portar y vender un arma ilegal para garantizar su permanencia en la Isla ante la posibilidad de que Casellas Toro llegara a juicio, pero un acuerdo de inmunidad que firmó con la Fiscalía para que le sirviera de testigo incluía el compromiso de archivarle los cargos estatales y enviarlo a Estados Unidos para enfrentar su otro caso pendiente.
El viernes, 7 de septiembre, volví a cambiar de manos.
Luis Yamil Morales Valderrama fue ubicado por las autoridades, respondió preguntas del agente Abiel Soto, el sargento Carlos Ríos Treviño y el inspector Rafael Rosa, director del Cuerpo de Investigaciones Criminales de Bayamón, y luego me entregó en un restaurante de comida rápida en Vega Baja. Este comerciante también firmó un acuerdo de inmunidad con el Ministerio Público y declaró sobre la forma en que me adquirió.
El 8 de septiembre, Luis Alberto Guzmán Hernández fue arrestado por la Policía, luego de que en tres ocasiones previas mintiera sobre la forma en que me encontró. Con inmunidad del Estado, entonces contó la verdad. Ese mismo día, el agente Soto me llevó al ICF en San Juan, donde al día siguiente el examinador de armas Carlos del Valle me analizó e hizo pruebas.
Caí en custodia de la Policía dos días después de la radicación de cargos contra Casellas Toro por asesinato en primer grado, destrucción de prueba, violación al Artículo 5.15 de la Ley de Armas y por reportar falsamente la comisión de un delito. El juicio en su fondo comenzó el 10 de diciembre de 2013, pero no fue hasta el 19 de diciembre, en el séptimo día de desfile de prueba, que fui vista en la sala 706 del Tribunal de Bayamón. Junto a otras armas que también le pertenecieron al acusado, fui marcada como identificación del Ministerio Público y, más tarde en el proceso, fui admitida como evidencia.
El 7 de enero de 2014, en el noveno día de juicio, Luis Alberto Guzmán Hernández me identificó en sala como la pistola que él recogió en la avenida Santa Ana. Joselito Rivera Seda y Luis Yamil Morales Valderrama también me reconocieron como el arma de su compra-venta.
En el undécimo día de juicio, el 9 de enero, el examinador de armas Carlos del Valle, desde la silla de los testigos, me tomó en sus manos y afirmó ante el jurado -compuesto por 6 hombres, 6 mujeres y 3 suplentes- que los dos casquillos de bala encontrados en la terraza de la casa H-5 de la calle Ruiseñor y los nueve proyectiles y fragmentos recuperados del cuerpo de Paredes Cintrón fueron disparados conmigo. Además, dijo que yo tenía una grieta y raspadura en el lado izquierdo y en la parte trasera izquierda.
El 14 de enero, durante el decimotercer día de juicio, el hoy sargento retirado de la Policía Carlos Ríos Treviño estimó que Pablo Casellas Toro me utilizó para hacerle siete disparos a su esposa y dijo que la patóloga forense Rosa Rodríguez Castillo le había comentado en una conversación que ella entendía que fueron nueve disparos. Sin embargo, Rodríguez Castillo no colocó una cifra en el informe de autopsia de Paredes Cintrón.
En su última comparecencia ante el jurado con oportunidad de hablarle, el 21 de enero, la fiscal Phoebe Isales Forsythe afirmó no tener duda de que yo era el arma homicida. El abogado Harry Padilla Martínez cuestionó el examen balístico que arrojó esa conclusión y la fiscal Janet Parra Mercado, en su turno de refutación, reafirmó la postura del Ministerio Público.
El pasado 22 de enero, el jurado tuvo oportunidad de verme y evaluarme con el resto de la prueba durante el proceso de deliberación, que le tomó 10 horas. Eran las 9:40 p.m. cuando el panel regresó a la sala 706, presidida por el juez José Ramírez Lluch, entregó su veredicto y la secretaria lo leyó. En una decisión de 11-1, Pablo José Casellas Toro fue declarado culpable en los tres cargos graves, esposado y llevado a prisión. Ramírez Lluch lo encontró culpable en el cargo menos grave y denegó la absolución perentoria solicitada por la defensa.
Desde el veredicto, permanezco en el tribunal hasta que concluyan los procesos apelativos en este caso.