Milady Segarra repasa los éxitos de su hija teniente asesinada
Con tanto por hacer personal y profesionalmente, la vida de Luz Milady Soto Segarra acabó abruptamente de manera violenta.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 8 años.
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Nota del editor: Última de tres entrevistas a familiares de víctimas de la matanza en la Comandancia de Ponce.
Yauco. Su madre le decía Cuca y el resto de la gente Lucy. Nadie la llamaba por su nombre. Era la teniente Luz Milady Soto Segarra, madre de dos varones y abuela de una bebé de cinco meses que era “la luz de sus ojos”.
Tenía cinco hermanos menores –dos varones y tres mujeres-, de los que siempre estaba pendiente y con quienes se proyectaba como una segunda madre.
Desde temprano, Lucy desafió los estereotipos.
“Ella era muy especial en sus gustos. Cuando pequeña, para un Día de Reyes, se le compró una muñeca de su tamaño y como los hermanos tenían aviones, le metió contra el piso a la muñeca y tuve que irle a comprar un avión. Era exclusiva”, relató su madre en entrevista con Primera Hora.
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¿Ella era la líder de sus hermanos?
“Sí, y lo que ella decía, eso se hacía. Cuando decía algo, eso era ley. Y los hermanos la respetaron mucho siempre”, destacó Segarra Lugo.
Al llegar a la adultez, asumió un nuevo reto. Para entonces ya estaba casada con el padre de sus hijos, Genovés y José, quien estudiaba en la Academia de la Policía.
“Cuando él (el esposo) se graduó, ella le dijo que también iba a entrar a la academia y que iba a subir de rango antes que él, y así fue”, recordó la madre.
Su ingreso a la Policía de Puerto Rico fue posible luego de que bajaran la estatura mínima de los aspirantes.
“Ella medía cinco pies”, puntualizó Segarra Lugo.
Soto Segarra subió peldaños en la Uniformada hasta llegar a ser teniente. En diciembre de 2015, con 49 años de edad y 23 de servicio, estaba cerca de ser ascendida a capitana luego de haber aprobado el examen correspondiente.
En el plano privado, se disfrutaba su nueva etapa como abuela de Leah Isabel, quien le heredó el genio.
“Eso sí era mi hija, corajuda, y te señalaba con el dedo”, afirmó la progenitora.
Con tanto por hacer personal y profesionalmente, su vida acabó abruptamente de manera violenta.
El 28 de diciembre del año pasado, Soto Segarra fue privada de su libertad en su propia oficina del sexto piso de la Comandancia de Ponce, donde se desempeñaba como oficial administrativa, y no salió de allí viva.
El entonces agente Guarionex Candelario Rivera llegó esa mañana a la comandancia con intención de reunirse con el coronel Héctor Agosto, comandante del área de Ponce, pero este le refirió el asunto a Soto Segarra. Una vez en la oficina, Candelario Rivera la desarmó e inició una secuencia de eventos que culminaron con las muertes violentas de ella y otros dos uniformados.
En circunstancias que no quedaron claras, el comandante Frank Román Rodríguez y la agente Rosario Hernández de Hoyos también quedaron secuestrados en la oficina. Candelario Rivera resultó convicto de haberlos matado con múltiples disparos.
“Yo no sé qué pasó conmigo luego de su muerte. La psicóloga dice que yo bloqueé mi cerebro porque lidié muy bien con el asunto. Y los hijos de ella también, dentro de la circunstancia, con su dolor”, expresó la progenitora, quien reside en Yauco.
¿Cómo ha sido este año sin Lucy?
“Bien difícil porque ella era de las personas que cuando no la tenías cerca la añorabas, porque hacía sentir su presencia”, sostuvo.
¿Qué le pareció el juicio?
“Yo de esas cosas no sé, así es que yo tenía que aceptar todo lo que oyera”, respondió.
Sobre el veredicto unánime de culpabilidad en todos los cargos contra Candelario Rivera, comentó que “no sucedió nada nuevo que no se esperara”. Aseguró que en su corazón no hay rencor hacia el convicto.
¿Qué extraña de Lucy?
“Todo, desde un beso, las llamadas, el que me dijera ‘mami, baja para que me acompañes, para que te vayas de compras conmigo’. Ella estaba muy pendiente de mis necesidades, de todo. Era una hija amorosa, perfecta dentro de las circunstancias y abnegada, porque ella daba su vida por los de ella y por los que no eran de ella también. Tenía un corazón de oro”, manifestó la madre.
Segarra Lugo compartió que se sintió abrazada por los compañeros de su hija, durante las exequias y en los días posteriores.
“Muchos lloraron en mi hombro, otros me han pedido que siempre les eche la bendición porque pasaron a ser hijos míos de sangre azul. De los compañeros no tengo queja”, señaló.
¿Hay algo sobre lo que sí tenga queja?
“Por lo menos, de la superioridad (de la Policía) nunca se acercaron a mí. Se va a cumplir un año y no lo han hecho”, observó la progenitora, que tiene la sala de su casa llena de fotos y recuerdos de los tiempos felices de su Cuca.