Culpable.

Ese fue el veredicto del jurado   contra Alexis Candelario Santana y  David Oquendo  Rivas, por las nueve muertes ocurridas durante la   masacre  de La Tómbola, incluyendo un feto,  y otros diez  asesinatos y tentativas de asesinato.

Candelario Santana, quien fue enjuiciado bajo el estatuto de pena de muerte,  enfrentará un segundo proceso,  en el que el jurado deberá determinar la sentencia a imponérsele : o pena de muerte o cadena perpetua. En esa etapa  el Gobierno presentaría los factores agravantes por los  que el jurado debe imponer la pena de muerte; mientras que la defensa  presentaría los factores mitigantes para convencer al jurado de por qué no deben dictaminar la ejecución del convicto.

El juez federal José A. Fusté señaló el inicio de esta segunda fase para el 18 de marzo.

La vista de sentencia    de Oquendo Rivas fue fijada para el 6 de junio.

Oquendo   enfrenta una condena hasta de vida, pero pudiera ser una pena menor. El Comité de Pena de Muerte del Departamento de Justicia no certificó a este acusado para el castigo capital.

Mucha tensión  en sala

Candelario Santana se mantuvo inalterado  mientras el juez  Fusté  repetía la palabra culpable una y otra vez,  al leer   uno a uno los cerca de 39 cargos  contenidos en la hoja de veredicto del jurado.

Candelario le estrechó la mano a su abogado Francisco Rebollo y le dijo: “Estoy tranquilo”.

Oquendo, por su parte,  lució tenso  en todo momento.

“Tranquilo”, dijo a Primera Hora, mientras abandonaba la sala.

En tanto, se escuchaban los sollozos  de la madre de Oquendo, quien no faltó ni un solo día al juicio, sentándose discretamente en una esquina del un banco trasero, junto a su esposo,  siempre con los ojos humedecidos.

“Estoy tranquila y con esperanza”, había dicho a Primera Hora momentos antes.

Pero al escuchar el fallo del jurado irrumpió en llanto. Un escena nunca antes vista en estos casos de pena de muerte se produjo cuando el padre de una de las víctimas de La Tómbola, se sentó al lado de ella y la abrazó, también con ojos llorosos, La mujer se  aferró  a su cintura, y  apoyándose en él  decía  con palabras  ininteligibles: “¿ Por qué  ? Por qué? ¿ Por qué, Dios mío?”.

Curiosamente, el fiscal  de la Unidad de Pena Capital de Washington, Bruce Hegy, también se acercó a la angustiada mujer  como en muestra de solidaridad ante su dolor.