Lo insospechado fue que la disputa se intensificaría en semanas y culminaría en un escenario de muerte y terror que tres décadas después perturba la memoria colectiva de muchos puertorriqueños y de Barrabás.

“El fuego del Dupont”. Así le llaman muchos a una de las tragedias más grandes en la historia de la Isla y en la que murieron 97 personas y otras 140 resultaron heridas. 

Un episodio provocado en la víspera de aquel Año Nuevo por tres miembros de la Unión de Tronquistas que se encontraba en medio de una controversia laboral con la gerencia por desacuerdos en el convenio colectivo.

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Barrabás tiene en su memoria tan claro como el agua el incidente. Los recuerdos de la fatídica tarde en la que estuvo a punto de morir lo perturban hasta las lágrimas.

Pero también siente frustración y coraje, sentimientos que dejó plasmados en un libro -que espera publicar próximamente-, que recopila su vivencia. Lo tituló “Game of Death: The Last Day of Year”.

El luchador asegura que auguró que algo sucedería y así lo advirtió a los gerentes y asesores legales de la hospedería, a quienes les recomendó un cierre patronal en varias ocasiones.

Cuatro fuegos anteriores (todos ocurridos semanas antes del incendio mortal) y una amenaza directa de los manifestantes en el que se mencionaba la fecha del 31 de diciembre lo habían puesto a la defensiva. Pero los administradores del hotel ignoraron su petición aún cuando el voto violento de huelga era inminente.

“Yo sabía -no a qué hora, no en dónde ni cuándo-, pero sí sentía que iba a haber una quema ese día. Ese 31 sentía una tensión bien fuerte…”, relató al asegurar que días antes los unionados habían quemado un área del piso 17 del hotel y escribieron con spray rojo en una pared: “Muerte a Thompson el 31 de diciembre”. La amenaza estaba dirigida a Brooke Thompson, gerente de operaciones del hotel.

“Ese mismo 31 le dije a Thompson que no permitiera que la asamblea de la Unión se llevara a cabo en el ballroom. Le dije que era peligroso. Y su contestación fue: ‘Félix, no problem’. Y ‘no problem’ es que yo obedecí. Pero yo sabía que algo iba a pasar”, agregó quien tenía previsto pasar la noche vieja con su familia en una habitación que le otorgó la gerencia en el séptimo piso de la hospedería.

Así las cosas, la asamblea se llevó a cabo en un área del salón de baile, donde en horas de la noche sería el festín de Despedida de Año. Cerca de 125 unionados participaron del proceso en el que hubo un tranque en la negociación de un nuevo convenio colectivo que vencía aquella noche.

Por su parte Barrabás, daba órdenes a 60 de los 120 hombres de su equipo de seguridad para que se mantuvieran alerta ante cualquier eventualidad. “Yo tenía al personal activa’o porque yo sabía que iba a pasar algo… lo sentía en la atmósfera”, recordó.

El reloj marcaba poco más de las 2:00 de la tarde cuando culminó la infructuosa reunión. Tras el desacuerdo entre las partes, se suscitaron varios altercados.

“Oía ruidos de cosas cayendo al piso, los carritos con las cucharas tirados en el piso, un revolú… y se escuchaba a la matrícula gritar: ‘huelga, huelga, huelga. Barrabás, no te vistas que no vas’”, rememoró.

En ese instante fue advertido por una persona sobre una pelea a golpes entre un unionado y un empleado de su equipo de seguridad. 

Fue en ese momento, cuando ponía paz entre los hombres, que sintió el olor a humo. Su augurio de un incendio de grandes proporciones era una horrorosa realidad.

Trascendió que el siniestro fue originado por unas latas de sterno que se colocaron sobre una estiba de cajas de muebles almacenados en un lado del ballroom. 

La flama se avivó en cuestión de minutos con los materiales inflamables, los manteles que decorarían el área y el empapelado de las paredes del lugar. Luego se alegó que la tragedia fue suscitada por los unionados Héctor Escudero, Armando Jiménez y José Rivera, quienes fueron declarados culpables en el foro federal.

“Cuando abrí la puerta del ballroom vi una candela amarilla. Era la flama”, relató Barrabás, quien optó por subir a su habitación en el séptimo piso a tratar de ubicar unos extinguidores, pero la realidad es que ya no funcionaban pues se habían utilizado en los fuegos anteriores.

“Cuando iba a subir por los elevadores Thompson venía conmigo. Le dije: ‘follow me’. Pero él no entró… fue el quinto cadáver que encontraron. Estaba así (coloca sus manos en la cabeza como señal de asombro). Vino una bola de fuego y lo carbonizó. Parece que no creía lo que veía”, contó entre lágrimas.

Sumido en su rol de guardián, Barrabás se dedicó a tocar las puertas de los huéspedes del séptimo piso y a ordenarles que desalojaran el área. “Fuego, fire…”, les gritaba.

Transcurrieron los minutos y comenzó a faltarle oxígeno. El humo empezaba a colarse por el aire acondicionado y los asfixiaba. Se sintió arrinconado. Pensó que iba a morir y no le quedó otra opción que intentar salir al balcón de una habitación para tratar de respirar mejor.

Pero en ese tirijala con la puerta de cristal del cuarto se lastimó y comenzó a sangrar.

“Ahí me paniquée. Yo sabía que tenía que tomar una decisión. Yo quema’o no iba a morir… no sé si sabes pero en el baño encontraron a 25 mujeres abrazadas achicharradas. Tuvieron que usar barras para despegarlas… así yo no quería morir”, relató sin poder controlar el llanto y expresando que hubo otros que desesperados se lanzaban al vacío tratando de escapar de aquella furiosa bestia de calor.

Fue entonces que Barrabás decidió bajar a través de los balcones. Era un riesgo. Pero peor era no hacer nada por salvar su vida.

“El pellejo de las manos se me quedaba pegado en los aleros”, destacó quien logró llegar hasta el cuarto piso. Para entonces ya estaba muy débil. “Me sentía inútil, me estaba quemando demasiado. Estaba en carne viva”, contó al explicar que el incendio arrasó con los primeros pisos del edificio, afectando el sótano, el vestíbulo, el ballroom y el casino de la estructura donde hoy ubica el San Juan Marriott.

El dolor y el miedo eran demasiado. “Sentía que era tirarme o quemarme… pensé en mi esposa y en mis hijos”, dijo al comparar lo vivido con la película “The Towering Inferno”.

Optó por lo primero. Respiró profundo, se colocó en la baranda del balcón que daba espalda al mar y se dejó caer.

“Doblé rodillas como hacen los paracaidistas… sino, me hubiera sacado el esqueleto”, contó quien despertó dos días después en el Hospital Pavía, en Santurce. Tenía quemaduras de primer grado en varias partes de su cuerpo, la nariz rota y fracturas en la mano, tobillos y tres costillas. “Y el corazón roto… ese no me lo remedia nadie”, expresó dejando escapar otra vez las emociones.

Barrabás recordó que, en un principio, comentaron que él pudo ser el autor de la tragedia, especulando que así garantizaría extender su contrato como supervisor de seguridad en el hotel. De hecho, un fiscal federal y otro estatal lo entrevistaron en el hospital. “Pero siempre dije la verdad. Y finalmente, se supo lo que sucedió”, manifestó.

El hombre, hoy de 77 años, se describe como un milagro. “Si salvé mi vida es porque Dios tenía un propósito para mí”, dijo quien un año después de ocurrido el siniestro se mudó con su familia para Florida, donde continuó laborando en la industria de la lucha libre hasta hace un par de años. El trabajo fue su gran aliciente.

Sin embargo, reconoce que por 30 años cada 31 de diciembre los recuerdos de lo vivido aquella tarde en el Dupont Plaza lo desencajan. “Ese día tengo que tener un espacio a solas hasta que llega la noche… es un evento que marcó mi vida y en el que muchos compañeros míos se fueron a morar con el Señor”, expresó quien siempre ha tenido la certeza de que los responsables de la tragedia “nunca quisieron quemar ni matar gente… pero cometieron un grave error”.