Testigos denuncian “horrible” matanza en ciudad santa etíope
Se hablaba de que cientos de personas habían sido asesinadas, pero Tigray estaba aislada del mundo, sin comunicaciones, y no se permitía la llegada de periodistas.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 3 años.
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Nairobi, Kenia. Los cadáveres con heridas de bala permanecen en las calles durante días en la ciudad más sagrada de Etiopía. Por las noches la gente escucha con horror cómo son devorados por las hienas. Pero soldados etíopes invasores les impiden enterrarlos.
Esos recuerdos atormentan al diácono de la iglesia ortodoxa más sagrada de Etiopía en Aksum, donde los fieles creen que se encuentra el Arca de la Alianza. Ahora que empieza a reanudarse el servicio telefónico en la región de Tigray después de tres meses de intenso conflicto, el diácono y otros testigos ofrecieron a la Associated Press un detallado relato de la que puede haber sido su peor matanza.
Durante semanas circularon rumores de que algo terrible estaba sucediendo en la Iglesia de Santa María de Sion a fines de noviembre. Se hablaba incluso de que cientos de personas habían sido asesinadas. Pero Tigray estaba aislada del mundo, sin comunicaciones, y no se permitía la llegada de periodistas, por lo que no se podía comprobar el alcance de la campaña contra líderes regionales fugitivos.
El diácono, que habló a condición de permanecer anónimo porque todavía se encuentra en Aksum, dijo que ayudó a contar los cadáveres, o más bien lo que quedaba de ellos tras el paso de las hienas. Recogió tarjetas de identidad de las víctimas y ayudó a enterrarlas en fosas comunes.
Calcula que 800 personas fueron asesinadas un fin de semana en la iglesia y en el resto de la ciudad, y que miles han muerto en Aksum. Las matanzas continúan: En el día en que habló con la AP dijo haber enterrado a tres personas.
“Si vamos a las zonas rurales, la situación es peor todavía”, expresó el diácono.
Las atrocidades en Tigray se suceden en las sombras. El primer ministro etíope Abiy Ahmed, quien ganó el premio Nóbel de la Paz en el 2019 por pactar la paz con la vecina Eritrea, anunció el inicio de los combates mientras el mundo se enfocaba en las elecciones en Estados Unidos. Acusó a fuerzas regionales de Tigray, que controlaron el gobierno por casi tres décadas hasta su llegada al poder, de atacar a los militares etíopes.
Los líderes de Tigray, por su parte, dicen que actuaron en defensa propia tras meses de tensiones.
Mientras el mundo pide acceso a Tigray para investigar posibles atrocidades de ambos bandos y entregar ayuda a gente hambrienta, el primer ministro tildó de “interferencia” la ayuda extranjera. Declaró la victoria sobre los rebeldes a fines de noviembre y dijo que no había habido civiles muertos. Su gobierno niega la presencia de miles de soldados de Eritrea, viejos enemigos de los líderes de Tigray.
La versión oficial etíope, no obstante, se contradice con los relatos de testigos que empiezan a surgir. El ministerio de relaciones exteriores reconoció el jueves que puede haber “violaciones, saqueos y matanzas crueles e intencionales” en un conflicto en el que “hay mucha gente armada ilegalmente”. Su declaración acusó a las fuerzas de Tigray de hacer “vulnerable” a la región y dijo que se investigará toda acción inapropiada. No mencionó la presencia de soldados eritreos.
Aksum, llena de ruinas e iglesias antiguas, es una ciudad importantísima para los ortodoxos etíopes, que creen que el Arca de la Alianza, construida para recibir las tabletas donde se escribieron los Diez Mandamientos, se encuentra allí.
“Si atacas Aksum, atacas antes que nada la identidad ortodoxa de la gente de Tigray y también de todos los cristianos ortodoxos de Etiopía”, dijo Wolbert Smidt, historiador especializado en la región. “La misma Aksum es considerada una iglesia por la tradición local”.
En años normales, miles de personas se hubiesen congregado en la iglesia de Sion a fines de noviembre para celebrar el día en que los etíopes creen que se trajo el Arca de la Alianza tras desaparecer de Jerusalén en la antigüedad.
La iglesia da refugio a personas que le escapan a los combates. Muchos llegaron dos días antes del aniversario.
Desde una semana antes soldados etíopes y eritreos bombardeaban Aksum. El 28 de noviembre se presentaron soldados eritreos en busca de miembros de una milicia local que se había movilizado para resistir su presencia.
El diácono dijo que los soldados ingresaron en la iglesia, sacaron a los fieles y les dispararon a los que huían.
“Pude escapar de milagro con un sacedote”, relató. “Se escuchaban disparos por todos lados”.
Pero siguieron corriendo, tropezándose con los muertos y heridos, y con otros que también escapaban.
La mayoría de las cientos de víctimas fueron asesinadas ese día y al día siguiente, en que continuaron las matanzas y los saqueos.
“Empezaron a matar gente que iba o venía de la iglesia por el simple hecho de que estaban en la calle”, expresó otro testigo, el disertador universitario Getu Mak, quien estaba de visita, en declaraciones a la AP. “Fue horrible”.
Dijo que presenció todo desde la ventana de su hotel.
“En casi todas las esquinas había un cadáver”, manifestó. “En todas las casas había gente llorando”.
Después de las matanzas hubo un período de relativa tranquilidad en el que los soldados patrullaban las calles y la gente buscaba seres queridos. Por la noche llegaban las hienas de las colinas vecinas.
La ciudad empezó a oler a muerte al no retirarse los cadáveres de las calles.
“Vi un carro tirado por un caballo que llevaba unos 20 cadáveres a la iglesia, pero los soldados eritreos lo pararon y ordenaron que tirasen nuevamente los cadáveres a la calle”, expresó Getu.
Cuando los soldados finalmente se fueron para perseguir combatientes en otros lugares, los residentes pudieron enterrar a sus seres queridos, dijo el diácono.
“No pudimos hacer entierros formales”, añadió. “Los enterramos en fosas comunes”.
El diácono dijo que los residentes de Aksum creen que los eritreos se tomaron revancha por una guerra fronteriza de dos décadas entre Etiopía y Eritrea que terminó tras la llegada de Abiy al gobierno.
Otro testigo que se identificó solo por su primer nombre, Mhretab, de 39 años, dijo que recriminó a la policía federal etíope por no intervenir.
“Me dijeron ‘¿qué podemos hacer? Esto viene de arriba”, manifestó.
Agregó que llevó cadáveres a una tumba común en la iglesia de Sion. Estima que vio entre 300 y 400 cuerpos.
El diácono sospecha que hay miles de muertos en las aldeas de los alrededores de Aksum.