China inició un confinamiento en la ciudad de Shanghái el lunes dentro de su estricta estrategia para controlar la pandemia de COVID-19 y en medio de interrogantes sobre el efecto económico de la estrategia nacional de “cero contagio”.

La capital financiera china y la más grande del país, con 26 millones de habitantes, había gestionado brotes anteriores con cuarentenas limitadas de complejos residenciales y zonas de trabajo en las que se expandía el virus. Pero el confinamiento general realizado en dos fases será el más extenso en el país desde el de la ciudad central de Wuhan, donde se detectó por primera vez el virus a finales de 2019 y 11 millones de personas se vieron confinadas a sus casas durante 76 días a principios de 2020.

El distrito financiero Pudong de Shanghái y áreas cercanas se encontrarán bajo confinamiento desde el lunes en la mañana hasta el viernes mientras se aplican pruebas diagnósticas en toda la ciudad, señaló el gobierno local. En la segunda fase del confinamiento, la enorme área al oeste del río Huangpu, que atraviesa la ciudad, iniciará su propio confinamiento de cinco días a partir del viernes.

Para garantizar que no haya contacto con el exterior, los residentes tendrán que quedarse en casa y los repartos se dejarán en los puestos de control. También se cerrarán las oficinas y todos los servicios que no se consideren esenciales y se suspenderá el servicio de transporte público.

La ciudad ya ha cerrado muchas comunidades, y sus residentes están obligados a someterse a múltiples pruebas para detectar el COVID-19. Entre los negocios que han cerrado se encuentra el parque temático Disney de Shanghái.

El domingo se registraron compras de pánico y algunos supermercados se quedaron con baldas vacías de comida, bebida y artículos para el hogar. Se levantaron barreras adicionales en vecindarios el lunes, con trabajadores en trajes de protección en los puestos de control.

El domingo, Shanghái detectó otros 3,500 casos, de los cuales 50 eran de personas asintomáticas. En China se clasifican estos casos por separado de los “casos confirmados”, los de las personas enfermas, de modo que los totales son mucho más bajos en los informes diarios.

En todo el país se confirmaron 1,219 contagios locales el domingo, más de un millar en la provincia nororiental de Jilin, junto con 4,996 casos asintomáticos, según reportó el lunes la Comisión Nacional de Salud.

Este mes, China notificó más de 56,000 infecciones en todo el país, la mayoría en Jilin.

Para hacer frente a su mayor brote en dos años, China mantiene lo que denomina el enfoque “dinámico de cero COVID”, que considera la estrategia de prevención más económica y eficaz contra el COVID-19.

Para lograrlo, es necesario realizar confinamientos y pruebas masivas, y los contactos cercanos suelen ser puestos en cuarentena en casa o en una instalación gubernamental. La estrategia se centra en erradicar la transmisión del virus en la comunidad lo antes posible, lo que a veces implica el cierre de ciudades enteras.

Si bien las autoridades, entre ellas el líder del Partido Comunista, Xi Jinping, han fomentado la adopción de medidas más selectivas, los funcionarios locales tienden a adoptar una estrategia más extrema por temor a ser despedidos o castigados por las acusaciones de no haber evitado los brotes.

Ante la desaceleración del crecimiento económico en China, se considera que las medidas extremas empeoran las dificultades que golpean el empleo, el consumo e incluso las cadenas de suministro a nivel mundial.

Si bien la tasa de vacunación de China ronda el 87%, el porcentaje es considerablemente inferior entre las personas mayores.

Los datos nacionales publicados a principios de este mes muestran que más de 52 millones de personas de 60 años o más aún no se han recibido ninguna vacuna contra COVID-19. Las tasas de refuerzo también son bajas, ya que sólo el 56.4% de las personas de entre 60 y 69 años han recibido una vacuna de refuerzo, y el 48.4% de las personas de entre 70 y 79 años han recibido una dosis.