Washington. Rusia lleva décadas espiando a Estados Unidos con agentes que desde hace años están viviendo y comportándose como estadounidenses y con tácticas cibernéticas, en una vigilancia que ha llegado a niveles industriales en la actualidad.

Washington D.C. siempre ha tenido fama de ser un hervidero de espías y parece que esta reputación es real, por lo menos en lo que concierne al espionaje ruso.

El exagente de inteligencia Chris Costa, director ejecutivo del Museo Internacional del Espía en la capital estadounidense, explicó a EFE que Moscú lleva espiando a su país desde los tiempos de la Guerra Fría.

Ahora, “quienes estudiamos el espionaje estimamos que los rusos están siendo mucho más agresivos de lo han sido en su historia. Están espiando a escala industrial, no solo en Estados Unidos, sino que lo están intentando, sobre todo, en Europa”.

Los espías rusos “pueden estar motivados por ideología, por dinero o simplemente porque quieren apoyar a Rusia en su guerra contra Ucrania”, detalló Costa.

Todos los expertos consultados por EFE coinciden en que hay dos tipos de agentes: los que actúan bajo el paraguas de la embajada rusa, que son más fáciles de detectar, y los llamados “ilegales”, que llegan con un falso pretexto, como trabajar en un “think tank” o laboratorio de ideas, y se hacen pasar por otra persona.

El alemán Jack Barsky, cuyo nombre real es Albrecht Dittrich, fue uno de esos agentes de Rusia enviados a Estados Unidos en los tiempos en que aún existía la Unión Soviética, entre 1978 y 1988. Diez años más tarde, el Negociado federal de Investigaciones (FBI, en inglés) lo descubrió y, tras colaborar con las autoridades estadounidenses, se convirtió en ciudadano de Estados Unidos.

Barsky formó parte de un grupo de 10 espías “ilegales” que fueron mandados por el Comité para la Seguridad del Estado (KGB, en ruso).

“Probablemente fui el único que podía fingir que había nacido en Estados Unidos por mi talento con los idiomas. Normalmente introducían a los ‘ilegales’ desde otro país. Brasil era uno de los favoritos porque era relativamente fácil trasladar a alguien allí, que lograra la ciudadanía brasileña y entonces venir oficialmente como inmigrante a Estados Unidos”, detalló a EFE.

Barsky, que contó su vida en el libro “Deep Undercover”, fue entrenado durante cinco años. El KGB quería que sus espías estuvieran seguros y que no les descubrieran: “Una de las diferencias entre la Unión Soviética y la Rusia de hoy es que a Vladímir Putin no le importa que pillen a sus agentes, porque le gusta asustar a Occidente”.

La experiencia de Rebekah Koffler es diferente: Nacida en Rusia, esta estadounidense trabajó para la agencia de inteligencia de defensa de Estados Unidos y para la Agencia Central de Inteligencia (CIA, en inglés).

La autora de la obra “Putin’s Playbook: Russia’s Secret Plan to Defeat America” cree que el espionaje ruso no ha cambiado con la guerra de Ucrania. Moscú siempre ha tenido “un programa muy fuerte de recopilación de inteligencia”, aseguró a EFE.

Para ella, la gran diferencia entre Rusia y Estados Unidos es que los rusos son “muy buenos” a la hora de “lanzar cuerpos al campo de batalla”, como están haciendo en Ucrania o en el ámbito de la inteligencia. Es decir, que optan por la cantidad, mientras que los estadounidenses funcionan más en torno a prioridades.

“Casi todos nuestros recursos de inteligencia han estado centrados en la guerra contra el terrorismo, en Afganistán, Siria, Libia y en todas esas cosas, a expensas muchas veces de Rusia y China”, para quienes el foco ha sido Estados Unidos, apuntó la experta.

Aun así, su país también vigila a Rusia con agentes sobre el terreno, pero menos que su adversario, ya que “es muy fácil infiltrar a un agente en Estados Unidos desde Canadá”.

“Entran encubiertos, pretenden ser otra persona, con documentos, hay todo un proceso que toma años: entrenar a un espía, que logre sus papeles. Lo que hacen los rusos es literalmente ir a cementerios y tomar los nombres de bebés muertos”, afirmó Koffler.

En su opinión, hay una “predisposición cultural” rusa a enviar agentes a Estados Unidos, porque “es fácil” para ellos entrar en el país norteamericano, a diferencia de los estadounidenses, para quienes acceder a Rusia es “extremadamente difícil” por el idioma.

“Simplemente los estadounidenses no pueden aprender ruso al mismo nivel que los rusos hablan inglés”, resumió Koffler, quien destacó que “Estados Unidos es un buen sitio para estar, nadie quiere irse a vivir a Rusia por largo tiempo”.

Por contra, Washington es más proclive a utilizar la recopilación “técnica” de datos de inteligencia y las actividades cibernéticas.

Según el coronel retirado Robert Hamilton, experto en Eurasia del centro de pensamiento Foreign Policy Research Institute (FPRI), Estados Unidos es “muy bueno en señales, imágenes y medición de cosas de espectro electromagnético” y en averiguar de dónde vienen y qué significan.

“En general, creo que a Estados Unidos no le gusta la inteligencia humana, no le gusta la idea de reclutar a gente contra su propio país, aunque no significa que no lo haga; lo hacemos y tenemos un programa de inteligencia humana que es robusto”, recordó Hamilton en declaraciones a EFE.

De hecho, los estadounidenses están intentando reclutar a rusos, puntualizó Costa, a través de mensajes en las redes sociales y en la prensa, aprovechando la invasión de Ucrania.

“Si no te gusta lo que Rusia está haciendo en Ucrania, ven y habla con nosotros” es el mensaje del FBI y de la CIA a los rusos.

En Estados Unidos recae sobre el FBI investigar a posibles espías rusos. Los más fáciles de interceptar son los vinculados a la embajada, con un trabajo detectivesco a la antigua usanza, pero la cosa se complica con los “ilegales”.

Ahí el FBI lleva a cabo labores de divulgación con los centros de pensamiento para explicarles los riesgos de que un espía ruso se les infiltre, además de depender de los “soplos” y de la colaboración con socios internacionales.