En el vasto océano Atlántico Sur, a más de 3,900 kilómetros de Montevideo, se encuentra Tristán Da Cunha (Isla Tristán de Acuña), una isla perteneciente al Reino Unido que destaca por ser uno de los lugares más aislados del planeta.

Aunque su entorno es seguro y pacífico, pocos logran mudarse allí debido a sus estrictas condiciones de residencia.

Un lugar seguro y peculiar

Una de las características más valoradas por los habitantes de Tristán Da Cunha es la seguridad absoluta. Según un residente local entrevistado para el documental Britain’s Treasure Islands de la BBC, “Puedes dejar que los niños vayan a cualquier parte. No cerramos la puerta con llave, dejamos las ventanas y las puertas abiertas. No hay cerraduras en absoluto”. Este nivel de confianza es poco común en el mundo actual.

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Sin embargo, el requisito fundamental para establecerse en esta isla es tener una “conexión familiar” con alguno de sus residentes. Tal como lo explica la página oficial de Tristán Da Cunha, “no es posible emigrar a Tristán a menos que ya se tenga un vínculo familiar con la isla. Incluso, en ese caso, existen ciertas restricciones para la residencia. No es posible comprar bienes inmuebles ni propiedades en las islas”.

Además, las oportunidades laborales para foráneos son muy limitadas y consisten en contratos temporales, usualmente de dos años, para puestos específicos como médico, asesor educativo o conservacionista.

Una travesía complicada y un estilo de vida único

Acceder a Tristán Da Cunha no es tarea fácil. La única forma de llegar es por barco, con viajes que suelen partir desde Sudáfrica y pueden tardar hasta una semana, dependiendo de las condiciones climáticas. La capital, Edimburgo de los Siete Mares, solo permite el amarre si la niebla lo permite. Para quienes viajan desde Sudamérica, el trayecto más corto implica volar hasta Sudáfrica, pasando por Brasil y Angola, para luego embarcarse en el largo viaje marítimo desde Ciudad del Cabo.

La isla cuenta con un pequeño núcleo urbano conformado por un bar, un almacén, una estación policial y 236 residentes que habitan en un volcán activo, cuyo último registro eruptivo data de 1961. Este volcán, conocido como “1961″, provee agua potable gracias al hielo que cubre su cumbre. Aunque los isleños producen sus propios alimentos, dependen de cargueros internacionales que cada seis semanas les suministran bienes esenciales, desde víveres y correspondencia hasta garrafas de gas.

Historia de un territorio remoto

Descubierta en 1506 por el explorador portugués Tristao Da Cunha, la isla permaneció deshabitada por más de un siglo. Fue en 1816, con la ocupación británica, cuando llegaron sus primeros pobladores: un grupo de hombres que más tarde se estableció de forma permanente junto a mujeres provenientes de la isla de Santa Elena, situada a 2.431 kilómetros, famosa por ser el lugar donde Napoleón Bonaparte pasó sus últimos días.

En 1875, Tristán Da Cunha fue incorporada al Imperio Británico, y en 1950, el gobierno inglés asignó a un “administrador”, quien continúa siendo la máxima autoridad en la actualidad. Aunque su aislamiento y peculiar modo de vida atraen la curiosidad de muchos, su exclusividad y difíciles condiciones logísticas la convierten en un lugar al que pocos tienen acceso.