“No quiero morir”: ucranianos huyen de la invasión rusa
Algunos civiles se acercaban a las fronteras a pie, llevando consigo equipaje.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 2 años.
PUBLICIDAD
A Yurii Zhyhanov lo despertaron los gritos de su madre y se vio cubierto de polvo. En el segundo día de la invasión rusa, los cañoneos en las afueras de la capital ucraniana, Kiev, hicieron blanco en su edificio.
Muchos civiles, horrorizados al ver sus vidas en peligro, comenzaron a escapar en las primeras horas del ataque. En medio del humo y el ruido de las alarmas de automóviles el viernes, Zhyhanov y su familia hicieron las maletas y se les sumaron.
“¿Qué estás haciendo? ¿Qué es esto?”, dijo, hablándole a Rusia y apuntando al edificio detrás de él. “Si quieres atacar a personal militar, ataca al personal militar. Es todo lo que digo”.
Su fatiga y estupor reflejaban los de su país cuando las personas salían de refugios de bombas, sótanos y túneles del metro para enfrentar otro día de trastornos.
A algunos los despertaron las explosiones, a otros las sirenas de alarma. Entonces llegaron noticias de que las tropas rusas habían llegado a las afueras de la capital.
Rusia dice que no está atacando ciudades, pero los combates se sentían demasiado cercanos.
El cadáver de un soldado muerto yacía cerca de un paso a desnivel en Kiev. En otras partes, los fragmentos de un avión derribado humeaban en un área residencial. Plástico negro cubría restos humanos en medio de las casas de ladrillo.
Transportes blindados de soldados pasaban por las calles de la ciudad. Soldados tomaban posiciones en trenes vacíos. Mientras tanto, los vecinos observaban inquietos en las puertas de sus edificios.
Fuera de un monasterio, una mujer alzaba las manos hacia un mural de santos y parecía orar. En la ciudad portuaria de Mariúpol, una niña llamada Vlada pidió el fin del ataque.
“No quiero morir”, dijo. “Quiero es que todo esto acabe lo más pronto posible”.
La incertidumbre aumentaba el temor. En una calle en el distrito de Obolon, periodistas de la Associated Press vieron un camión militar desactivado, con los neumáticos desinflados. El camión no tenía una insignia visible y no estaba claro si era un vehículo que la plana mayor de las fuerzas armadas ucranianas dice fue robado por tropas rusas que buscaban hacerse pasar por locales.
Ucranianos recogían pertenencias entre los daños dejados por los cañoneos. Y algunos se dolieron.
En la ciudad de Horlivka, en el territorio controlado por los separatistas prorrusos, un cadáver cubierto por una manta yacía junto a una casa destruida. Un hombre parado cerca hablaba por teléfono.
“Sí, mamá murió”, dijo. “Mamá murió”.
La oficina de derechos humanos de la ONU dijo que estaba recibiendo informes de bajas civiles crecientes, con al menos 25 muertes verificadas, mayormente por cañoneos y bombardeos aéreos. “Las cifras, nosotros tememos, pudieran ser mucho más altas”, dijo la vocera de la oficina, Ravina Shamdasani.
La necesidad de huir creció. Algunos civiles se acercaban a las fronteras a pie, llevando consigo equipaje. “Es desafortunado estar a nuestra edad avanzada, enfrentando una guerra”, dijo Marika Sipos, que había dejado su casa en Koson, con lágrimas en los ojos.