Organizaciones humanitarias y distintos países respondieron este sábado a las recientes llamadas de socorro del Gobierno talibán tras el devastador terremoto que acabó con la vida de más de mil personas e hirió a otras 1,500 en Afganistán, una solidaridad extranjera necesaria ante la severa situación de pobreza que vive el país.

La llegada de nuevos suministros y efectivos médicos sigue resultando indispensable en las provincias de Paktika y Khost, ambas en el este de Afganistán, y las zonas más golpeadas por el que fue el peor terremoto en este país asiático en décadas.

El envío hoy de 40 toneladas de material sanitario procedente de Uzbekistán y otras 20 toneladas del vecino Turkmenistán, además del trabajo de varias organizaciones humanitarias ya sobre el terreno, desató los agradecimientos del Gobierno talibán, que ayer insistió a la comunidad internacional en que les proporcionase ayuda para hacer frente a la catástrofe.

“Nosotros, el Emirato Islámico (como se autodenominan los talibanes), agradecemos a todos aquellos países e individuos que han dado un paso al frente y brindado asistencia a nuestras víctimas en estas difíciles situaciones”, dijo a Efe el director de medios y portavoz del Ministerio de Gestión de Desastres afgano, Mohammad Nasim Haqqani.

Ayuda internacional

La ayuda procedente de Uzbekistán y Turkmenistán se suma a la asistencia que sigue llegando de otros países, como Pakistán, quien también hizo entrega hoy a los talibanes de suministros médicos, y mantuvo a una veintena de sanitarios en Khost para curar a los heridos y trasladar a los más graves a hospitales paquistaníes.

“19 médicos del gobierno están estacionados en el aeropuerto de Khost desde el 23 de junio con 3 ambulancias y un hospital móvil para tratar a los heridos y remitir a los más graves a hospitales en Pakistán”, señaló en Twitter el embajador de Pakistán en Afganistán, Mansoor Ahmad Khan.

La ayuda de estos países se suma a la proporcionada por otras naciones, como Reino Unido, Corea del Sur, Emiratos Árabes Unidos, la India u otros pertenecientes a la Unión Europea en los últimos días.

Al mismo tiempo, varias agencias humanitarias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) siguen aumentando su apoyo sobre el terreno, como es el caso del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), que repartió material de alojamiento y artículos para el hogar suficientes para ayudar a unas 2,400 personas en el distrito de Gayan, en Paktika.

El ministro del Interior del Gobierno de los talibanes, Sarjulding Haqqani, visitó tras la tragedia el distrito de Gayan, donde solicitó el apoyo de la comunidad internacional.

“Hago un llamado a la comunidad internacional y las organizaciones humanitarias para que brinden su ayuda a las familias de las víctimas en este momento difícil”, continuó Haqqani ante una muchedumbre, insistiendo en que su Gobierno ya trabaja en reconstruir las casas afectadas.

Una solicitud que reiteró a Efe el gobernador de Gayan, Malavi Rahmatuallah Darwish, insistiendo en que contribuir a la recuperación de la región “no solo es responsabilidad del gobierno del país”, sino que “la comunidad internacional también debe desempeñar su papel”, destacó.

Afganistán era ya un país extremadamente frágil, devastado por décadas de conflicto armado, intensos y recurrentes periodos de sequías, un número importante de desplazados internos, y la debacle económica en la que se sumergió el país tras la llegada al poder de los talibanes y las siguientes sanciones internacionales.

Miedo a nuevos temblores

El temor a nuevos terremotos que terminen de derrumbar las pocas viviendas de adobe que no hayan sido arrasadas todavía permanece entre los supervivientes de la catástrofe, muchos de los cuales siguen optando por dormir al aire libre ante el miedo a que la pesadilla que vivieron se vuelva a repetir.

Los fuertes temblores del terremoto de 5.9 grados comenzaron a sentirse la noche del martes, despertando de sus camas a los miles de habitantes de las regiones afectadas, que apenas dispusieron de tiempo para abandonar sus hogares mientras los endebles muros de sus casas se derrumbaban sobre ellos

Una evaluación preliminar de los daños señala que en la provincia de Paktika, la más afectada, casi 300 viviendas en el distrito de Bermal, y otras 1,500 en el distrito de Gayan, quedaron destruidas o seriamente dañadas por el seísmo, mientras que en el distrito de Spera en Khost el número ascendió a 800 casas, según indicó el Programa Mundial de Alimentos de la ONU (PMA).

La Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) cifró en torno a las 750 las familias que se han visto obligadas a vivir al descubierto en ambas regiones, tras haber perdido su casa.

Y es que los temblores siguen presentes en el terreno, como el registrado ayer cerca de esta misma zona, con epicentro en la frontera con Pakistán, y que con una magnitud de 4.3 grados causó la muerte de cinco personas y dejó decenas de heridos.

Familias devastadas

La magnitud del terremoto solo se apiadó de unos pocos que tuvieron la rapidez necesaria para escapar de sus casas a tiempo, o la suerte de ser rescatados.

Sin embargo, esta situación dejó numerosos relatos de habitantes que habían perdido a decenas de familiares en el seísmo, que en el peor de los casos se trataban de niños que habían quedado completamente huérfanos.

Es el caso de Rahmina y Shazmina, dos niñas de tan solo siete y cinco años de edad que todavía desconocen que 16 de sus familiares se hallan entre los más de mil muertos por el seísmo.

“Estamos tratando de ocultar la tragedia a estas niñas, pero, ¿hasta qué punto? Nos preguntan por su mamá y su papá, pero no hay coraje para contarles la verdad”, dijo a Efe su tío Dawood Khan.

Según datos proporcionados ayer por UNICEF, al menos 121 niños fallecieron en el seísmo, mientras que 16 resultaron heridos, unas cifras que se espera que aumenten a medida que continúen las labores de rescate.

Las circunstancias no acompañaron a las víctimas del peor terremoto en Afganistán en décadas. El remoto aislamiento de las regiones afectadas, la pobreza y un epicentro a escasa profundidad, fueron la mezcla que causó la muerte de más de un millar de personas e hirió a unas 1.500.

Los fuertes temblores del terremoto de 5.9 grados que sacudió la noche del martes las provincias afganas de Khost y Paktika despertó a los miles de habitantes de estas regiones orientales, que apenas dispusieron de tiempo para abandonar sus hogares mientras los endebles muros de adobe se derrumbaban sobre ellos.

“El terremoto ocurrió a medianoche cuando todas las personas que dormían de repente quedaron atrapadas bajo el derrumbe de sus pisos y casas”, relató a Efe desde el lugar de la catástrofe Fazel Rahman, líder comunitario del distrito de Gayan, en Paktika, uno de los más afectados por el seísmo.

“En las etapas iniciales la mayoría buscaba rescatar a sus seres queridos y familiares y luego se hacían cargo de los rescates de otras personas si podían”, siguió rememorando.

No fue hasta el siguiente día que comenzó a llegar la ayuda internacional, que, a través de las principales agencias humanitarias de la ONU, la Cruz Roja Internacional, y los organismos del Gobierno de los talibanes tratan de dar asistencia a los miles de personas que están recluidas en hospitales o en refugios temporales.

Entre montañas

Sin embargo, nadie socorrió a los habitantes de Gayan durante los primeros instantes del terremoto, que, con un epicentro a 10 kilómetros de profundidad, destruyó 1.500 casas en su distrito y casi 300 viviendas en el distrito de Bermal, ambos en Paktika, y arrasó otras 800 en Khost, según calculó este viernes el Programa Mundial de Alimentos de la ONU (PMA).

La ayuda tardó en llegar a esta región enclavada entre montañas y separada de la capital provincial por un trayecto en coche de tres horas de duración, que atraviesa carreteras en malas condiciones y terrenos arrasados por recientes inundaciones, y carece en muchas zonas de cobertura o conexión a Internet.

“Sólo los habitantes locales se ayudaron entre sí para rescatar a las personas atrapadas, y no hemos visto ningún equipo de rescate del Gobierno ni de ninguna otra organización durante todo el proceso de rescate”, criticó Rahman.

Lamentando que muchos padres tuvieran que ver a sus hijos morir atrapados frente a sus ojos, este jefe comunitario no duda en que el número de fallecidos habría sido mucho menor si la ayuda hubiese llegado antes.

Es el caso de Saber Jan, a quien le cuesta describir lo que vivió esa noche, cuando perdió a los 12 miembros de su familia y sólo la ayuda de sus vecinos salvó su vida.

“Cuando me di cuenta que estaba entre la tierra y las maderas, no podía moverme, (...) escuché las voces de mis hijos y sobrinos, pero no pude hacer nada, la voz se fue silenciando lentamente y creo que el polvo se les metió en la boca y murieron”, recuerda ahora a Efe visiblemente emocionado.

Y es que el distrito de Gayan apenas cuenta con una sencilla clínica que es capaz de brindar los servicios de salud más básicos a un reducido número de personas a diario.

El hospital más cercano se encuentra a dos horas de allí, tras un sinuoso trayecto por las carreteras que atraviesan la montaña para llegar al distrito de Urgun, donde el centro de salud apenas cuenta con 30 camas.

“Hubo mucha prisa, y no tenemos la capacidad suficiente para manejar una cantidad tan grande de heridos. Todas las habitaciones, los pisos y los pasillos estaban llenos de heridos”, cuenta a Efe el doctor Faridullah, que vivió en el hospital el caos que provocó la catástrofe y explicó que tuvieron que trasladar a los heridos a otras localidades.