París. Mientras sus manos enguantadas manipulaban un cadáver tras otro, sellados en bolsas de doble capa para su cremación, el enterrador parisino Franck Vasseur se preocupaba cada vez más por el futuro tras la pandemia del coronavirus.

A toda esa gente que trasladaba en su coche fúnebre a unas cremaciones a las que sus seres queridos no podían acudir, ¿cuándo la llorarán?

Todas esas vidas truncadas, ¿cómo se conmemorarán?

Con el final de las cuarentenas y la vuelta a unas vidas que quedaron en suspenso, Vasseur sospecha que la magnitud de todo lo que se ha perdido comenzará a calar ahora, desatando un dolor contenido que no podía ser comprendido en su totalidad ni expresado en la despedida.

Habrá que visitar las casas de los fallecidos. Habrá que recopilar y repartir sus pertenencias. Habrá que organizar las conmemoraciones que no pudieron celebrarse cuando se prohibieron las grandes reuniones. Las cenizas esperan a ser recogidas en las funerarias. Las lágrimas reprimidas tendrán que salir.

Imitando el gesto de entregar una urna, Vasseur imagina la conmoción que espera a aquellos a los que les tendrá que decir: “Tome, esta es su madre o su padre que estaba sano, que estaba viendo la televisión o estuvo hablando con usted hace 15 días”.

“Te entregan una urna y no te puedes imaginar ni por un segundo la transición entre cuando te dijeron que se habían infectado por el virus y su muerte”, dijo en una entrevista en su funeraria, L’Autre Rive.

El nombre, en francés, significa “La otra orilla” y evoca la imagen del río Estigia que separaba el mundo de los vivos del de los muertos según la mitología griega. El local tiene una majestuosa mesa redonda de madera donde, en tiempos mejores, Vasseur y sus clientes pasaban horas acordando los detalles de un funeral y hablando sobre los difuntos.

“Aquí es donde comienza el proceso de duelo", apuntó.

La cuarentena ha convertido su trabajo en algo “completamente diferente”, afirmó Vasseur, una procesión de muerte, arreglos y papeleo, de días trasladando cuerpos del punto A al B, de esperar en fila con otros autos funerarios y de tratar, por correo electrónico y teléfono, con las familias confinadas a las que no pudo consolar en persona.

“En todas estas familias, ¿qué impacto tendrá esto en el proceso de duelo?”, se preguntó.

“Esto podría ser una zona gris en la mente de la gente”, dijo. “Como un apagón".

Como los cuerpos deben estar sellados en los ataúdes, sus seres queridos no pudieron darles un último vistazo o caricia. Y la gente encerrada fuera de París pensó que con las órdenes de quedarse en casa, las patrullas policiales y los permisos de viaje que había que mostrarles, no era prudente saltarse la cuarentena.

“Decían ‘mándeme una foto de mamá en su féretro’ para que pudiesen visualizar al fallecido antes de su partida”, añadió Vasseur.

Algunas familias enviaron muestras de afecto, mensajes o juguetes de felpa a Vasseur para que los pusiera dentro del ataúd. Él les mandó fotografías tomadas con su celular.

Pero algunos no aceptan lo ocurrido.

“Hay quien me ha preguntado, ‘¿está seguro que la han incinerado? ¿Está realmente muerta? No me lo creo. No es verdad?”, dijo.

“Todo esto supone que van a tener grandes dificultades para seguir adelante con el proceso de duelo”, apuntó. “Creo que va a ser complicado para mucha gente”.