El toro de pelea: una historia de amor, tradición y acusaciones de maltrato
Los toros, que compiten en varias categorías con límites estrictos de peso, edad, experiencia y ránking de los contendientes, no suelen pelear más de un par de veces al año.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 5 años.
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Majes, Perú.- La pelea de toros, tradición muy extendida en el sur peruano, vive estas semanas su mayor desafío mientras el Tribunal Constitucional de Perú debate la prohibición de una actividad que une amor incondicional al animal y prácticas ancestrales, pero que es acusada de constituir maltrato animal.
Durante más de 300 años, los campesinos en el entorno de la ciudad de Arequipa han tenido como una de sus costumbres más arraigadas la pelea de toros, un entretenimiento que tanto entonces como ahora se basa en una simple premisa: llevar dos toros a un campo abierto y ver cuál de ellos hace huir al otro a base de cornadas y empujones.
"La pelea es un enfrentamiento territorial, por la supremacía de uno de los dos animales sobre un territorio. Es lo que hacen los toros, que son animales territoriales. No hay violencia, no hay muerte. Un toro vencido huye, no hay maltrato", explica a Efe Nicolás Núñez, miembro de la Asociación Criadores, Propietarios y Aficionados de los Toros de Pelea de Arequipa.
Esta agrupación está en pie de guerra para evitar que el Tribunal Constitucional de la razón a los grupos defensores de los animales que denunciaron como inconstitucional la Ley de Protección y Bienestar Animal peruana que excluía la lidia de toros, las peleas de gallos y las peleas de toros de ser consideradas maltrato animal.
De aceptar la demanda, esas tres actividades quedarían prohibidas, lo que para los aficionados a las peleas de toros los convertiría en víctimas del fuego cruzado entre animalistas y defensores de otras prácticas que sí terminan con la muerte del animal.
Los criadores de toros de pelea, además de defender una tradición campesina centenaria que reivindican como originaria de la zona, niegan directamente la mayor acusación contra las peleas, la del maltrato.
El animal lucha, sí, pero es algo que hace por instinto y sin que sea azuzado o golpeado para hacerlo.
A cambio, y según pudo constatar Efe, recibe una protección, un cuidado y un cariño pocas veces visto en la crianza de animales.
Con nombres artísticos que parecen salidos de la lucha libre como "Rey Manolo", "Juanito Alimaña", o "Loco Bandolero", los toros, que superan largamente los 1.000 kilos de peso, viven apaciblemente en las chacras y corrales de sus criadores, donde reciben constantes cuidados.
Charlas, visitas, y caminatas de "entrenamiento", forman parte del día a día de estos peleadores, así como caricias y masajes en la entrepierna, la forma más "segura y confiable" de relajar y tranquilizar a las enormes bestias.
"Es una zona extraordinariamente sensible, el animal inmediatamente rebaja su tensión con los masajes, incluso después de una pelea que dispara la adrenalina", confirmó a Efe uno de los criadores.
Jorge Manrique, otro socio de la agrupación, definió este trato a Efe como la "obligación de brindarle bienestar al toro", algo que va más allá de las "necesidades básicas de alimento y agua", y que se centra en el "cariño, no solo del criador, sino del grupo, la familia, el barrio y el pueblo".
Laura Serpa, una joven aficionada, fue aún más allá y afirmó que el toro "es más que una mascota, es parte de la familia", y como tal se le ofrece bienestar "durante toda su vida".
"Se le da mucho cariño dentro de la casa, los amigos vienen a verlo, se le hace barra cuando pelea. Eso lo motiva, los animales entienden y escuchan al dueño y a los amigos", apuntó Serpa.
Los toros, que compiten en varias categorías con límites estrictos de peso, edad, experiencia y ránking de los contendientes, no suelen pelear más de un par de veces al año.
El combate no es profesional, y los criadores no reciben dinero por las victorias de sus pupilos, que sin embargo sí pueden alcanzar un buen precio en el mercado para continuar su trayectoria bajo otros dueños o como sementales para preservar o mejorar líneas de sangre.
Una vez retirado de la lucha, ya sea por acumular un par de derrotas o por decisión del dueño, muchos toros continúan en la casa, adorados, visitados y comentados por los aficionados hasta alcanzar los 18 o 20 años, edad pocas veces vista en un animal de granja.