NASHVILLE, Tennessee. Durante generaciones, la escuela ha sido una oportunidad para que los niños estadounidenses aprendan y hagan amigos. Pero para muchos padres actuales resulta fundamental en otro aspecto: es un lugar seguro donde se cuida a sus hijos mientras están trabajando, o incluso una necesidad para que puedan trabajar.

El brote de coronavirus este año y el descalabro que ha provocado en la sociedad han enfrentado estas visiones de la escuela y sumido en el caos la vida de millones de familias. Ahora, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, reclama que las escuelas reabran en otoño. Pero el virus está resurgiendo y muchos padres trabajadores se ven sin ninguna opción buena.

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“No tengo la ventaja de un marido o de otros familiares para cuidar a mi hijo”, dijo Michelle Brinson, que trabaja a tiempo completo para una organización sin fines de lucro en Nashville mientras cría sola a su hijo de 11 años.

Brinson, que tiene 50 años y problemas médicos subyacentes, dijo estar “aterrorizada” de contraer el COVID-19. Teme que si su hijo vuelve a la escuela, pueda traerle el virus a casa. “Si estoy muerta o conectada a un respirador”, dijo, “¿de qué le sirvo?”.

No es la primera vez que las escuelas estadounidenses cierran -o barajan la posibilidad- por una epidemia. Ya ocurrió en 1918 con la llamada Gripe Española y en las décadas de 1930 y 1050 por los brotes de polio.

Pero la naturaleza de la escuela ha cambiado de forma fundamental desde la década de 1950, según el historiador educativo Jonathan Zimmerman. Además, señaló, en la práctica las escuelas se han convertido en agencias de servicios sociales que cubren necesidades con comidas gratuitas o servicios de salud mental.

Ahí está el conflicto. Pedir a los adultos -especialmente en familias monoparentales- que trabajen a tiempo completo mientras supervisan la educación y las comidas de los niños es una receta para el estrés y las expectativas poco razonables.

Rebecca Witte puede confirmarlo. Para ella, trabajar desde casa mientras ayuda a sus hijos a completar sus cursos de guardería y segundo grado desde casa no es una experiencia que quiera repetir.

Como portavoz del Departamento de Correccionales de Kansas durante un brote de coronavirus que infectó a más de 900 presos, recuerda que sus hijos entraron una vez gritando en la habitación cuando estaba dando una entrevista. Su marido, director de escuela, compartía las responsabilidades pero también estaba ocupado ayudando a los profesores de su escuela a adaptarse a la docencia virtual.

“Intentar trabajar era difícil”, dijo Witte. “Será interesante ver cuál es el plan en otoño (...) Tengo esperanzas de que no estarán todo el tiempo en casa, conmigo tratando de enseñar y trabajar”.

Antes del virus, dijo Brinson, “iba a trabajar cada día, y mi hijo iba a la escuela y luego le cuidaban en el YMCA”. Cuando las escuelas cerraron en marzo, ella no tenía ninguna alternativa. Terminó llevándose a su hijo a la oficina hasta que recibió autorización para trabajar desde casa. Ahora su empleador la está presionando para que vuelva a la oficina.

Brinson reconoce que la enseñanza virtual era un desastre y terminó rindiéndose. Apenas ha salido de casa desde mediados de marzo.

En muchos aspectos, Brinson y Witte tienen suerte. Sus empleos ofrecen algo de flexibilidad.

Taryn Walker es madre soltera y ha dependido de que sus hijos adolescentes cuiden a su hermana de 5 años mientras trabaja como auxiliar administrativa. Su trabajo nunca interrumpió su actividad durante las cuarentenas, y no puede trabajar desde casa.

Su hija más pequeña no salió a la calle en tres meses, mientras el virus golpeaba con dureza el barrio neoyorquino donde viven. Walker sabe que la niña extraña a sus amigos, y tuvo que cancelar su fiesta de cumpleaños. La situación también ha afectado a sus finanzas, porque su gasto en alimentación ha subido. “Como están en casa todo el día, estoy pagando dos o tres veces más que antes”, señaló.

Pero Walker no se siente segura enviando a sus hijos de vuelta a la escuela. “Creo que he logrado trabajar durante toda esta pandemia teniendo mucho cuidado”, señaló.

Elizabeth Ananat, profesora de economía en el Barnard College y exasesora económica de Obama, ha monitoreado a un grupo 1.000 trabajadores de servicios por horas desde el otoño. “Lo que hemos encontrado es que las familias trabajadoras con niños pequeños (...) han sido especialmente perjudicadas por esta crisis”, señaló.

Los padres tienen que trabajar para poner comida sobre la mesa, pero también tienen que cuidar de sus hijos. Y no pueden permitirse enfermar. Esos problemas ya existían antes, pero la falta de escuelas y otros programas de cuidado de menores, así como la naturaleza mortal del virus, aumentan la presión.

“Obviamente todo es un caos. Es un desastre”, dijo la experta.

Los programas federales de ayuda a negocios y desempleados han ayudado, aunque no todos los que podían optar recibieron fondos, dijo Ananat. Pero buena parte de ese dinero se está acabando.

“Los empleadores no han recibido más dinero. Están presionando a la gente para que vuelva a trabajar. Pero los centros educativos no tienen un plan para que eso ocurra”, dijo Ananat. El virus está repuntando, de modo que “incluso si las escuelas abren, no está claro cuántos se sentirán seguros enviando a sus hijos de regreso”, señaló.

En Florida y Texas, dos estados con casos al alza, las autoridades obligan a los distritos escolares a ofrecer clases presenciales a los que las pidan. Las indicaciones para escuelas en Texas incluyen una recomendación a colocar los escritorios a dos metros (seis pies) de distancia, y si eso es imposible, “planificar lavado y/o desinfectante de manos más frecuente” y “considerar si es posible aumentar la ventilación exterior”.

Eso no es suficiente para Vicky Li Yip, que tiene hijos de 5, 8 y 10 años. Ella trabaja desde su casa en Houston y dice que la escuela a distancia ha sido agotadora, incluso con la ayuda de su marido. Pero su ciudad se está convirtiendo en un foco de infección, y se está planteando lo que supondría que sus hijos afronten una posible exposición todos los días.

“Lloro sólo con decirlo”, dijo Li Yip. “Y pensar que tendría que decirles a lo niños, cuando vean a sus abuelos, ‘No podéis abrazarles’”.

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