El coronavirus ha cobrado un alto precio entre los sacerdotes y monjas de la Iglesia católica en todo el mundo, pues ha matado a cientos de ellos en un puñado de países muy afectados.

Entre los fallecidos se encuentra un párroco italiano que llevó el cine a su pequeña comunidad en la década de 1950; un entrañable sacerdote neoyorquino que atendía a adolescentes y a personas sin hogar; y una monja de la India que viajó a su país para enterrar a su padre después de que éste muriera a causa del COVID-19, pero que contrajo el virus ella misma.

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En algunos países, la mayoría de los clérigos que perdieron la vida eran de edad avanzada y vivían en residencias de ancianos, donde no realizaban un trabajo pastoral de persona a persona. En otros lugares, sin embargo, se vio un mayor golpe al clero activo, lo que aceleró un declive entre sus filas que se ha registrado desde hace décadas y que el papa Francisco calificó en 2017 como una “hemorragia″.

Las muertes por coronavirus entre los clérigos no es un problema exclusivo del catolicismo, dijo Andrew Chesnut, presidente de Estudios Católicos en la Universidad de la Mancomunidad de Virginia, ya que los líderes religiosos de diversos credos tienen elevadas tasas de exposición como “trabajadores espirituales de primera línea” al atender a enfermos y moribundos en hospitales y asilos. Pero el impacto es más grave para una Iglesia que experimenta en la mayoría de los países una “escasez constante de sacerdotes”, debido a las dificultades para reclutar seminaristas, añadió. Y debido a que el catolicismo pone mayor énfasis en el papel del sacerdote en comparación con otras religiones, las pérdidas se dejan sentir con más fuerza.

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“Si ya tienes pocos sacerdotes y están siendo diezmados por el COVID-19”, dijo Chesnut, “por supuesto que eso afecta a la capacidad de la Iglesia para atender a sus feligreses”.

INDIA

Los católicos son una pequeña minoría en la India: unos 20 millones de los 1,380 millones de habitantes de esta nación de mayoría hinduista, según la Conferencia Episcopal de la India.

Sin embargo, el aumento de las muertes entre el clero alarmó a tal grado al reverendo Suresh Mathew durante la devastadora segunda ola del coronavirus a principios de año, que comenzó a enviar correos electrónicos a los obispos de todo el país, para pedirles actualizaciones diarias. Muchas mañanas se despertaba con múltiples alertas.

“Fue un shock”, dijo Mathew, sacerdote de la Iglesia del Santo Redentor en Nueva Delhi.

En abril morían unos dos curas y monjas al día. La tasa se duplicó en mayo, cuando Mathew registró la muerte de 129 monjas y 116 sacerdotes.

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Lo peor de la pandemia ha pasado en la India, pero no antes de que él compilara una lista de más de 500 sacerdotes y monjas fallecidos desde mediados de abril.

Una de esas pérdidas le tocó de cerca: La hermana Josephine Ekka, del convento de Surya Nagar, en su misma comunidad. Había viajado para enterrar a su padre en la población de Jharsuguda, en el este de la India, para luego caer enferma.

Ekka se unió a la comunidad en septiembre de 2020, en medio de la pandemia, y se convirtió en la responsable de la liturgia y de la organización del coro en una época en que la asistencia a la iglesia era limitada. Se le recuerda por su amabilidad y devoción a los pobres.

En el estado occidental de Gujarat, donde las labores de vacunación se vieron paralizadas por un potente ciclón que azotó al mismo tiempo que se propagaba la pandemia, el sacerdote Cedric Prakash, de la iglesia de San Ignacio de Loyola, ha guardado luto por cinco sacerdotes.

Entre ellos se encuentra el reverendo Jerry Sequeira, un amigo cercano que el domingo de Pascua bautizó a un recién nacido cuyo padre murió de COVID-19. Un día después, Sequeira descubrió que él también había contraído el virus.

“Su actitud era de ‘no me va a pasar nada, Dios es bueno’”, dijo Prakash. “Siempre estaba disponible para la gente”.

ESTADOS UNIDOS

La Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos afirma que no existe un recuento exhaustivo del número de sacerdotes y monjas que se encuentran entre las más de 600,000 personas que han muerto a causa del COVID-19 en Estados Unidos.

Sin embargo, está bien establecido que la cifra de víctimas incluye docenas y docenas de monjas que vivían en congregaciones en todo el país, desde el norte del estado de Nueva York hasta los suburbios de Milwaukee y Detroit y más allá. Muchas eran jubiladas de edad avanzada que dedicaban su vida a la educación o a la enfermería.

Una sola orden, las Hermanas Felicianas, perdió 21 monjas en cuatro conventos.

“La fe y la esperanza han jugado un papel en mi vida mientras veo las devastadoras noticias de la pérdida”, dijo la hermana Mary Jeanine Morozowich de Greensburg, Pensilvania. “No podría seguir adelante sin creer que hay algún propósito, alguna razón para todo esto”.

El sacerdote Jorge Ortiz-Garay, de la Parroquia Santa Brígida en Brooklyn (Nueva York), falleció el 27 de marzo de 2020, y se cree que es el primer sacerdote de Estados Unidos víctima de COVID-19. El religioso de 49 años, que supervisaba la fiesta anual de Nuestra Señora de Guadalupe y la peregrinación de miles de asistentes, es recordado por los feligreses por su devoción a la comunidad y por dirigir grupos de jóvenes.

También entre las vidas perdidas se encuentra Reginald Foster, de 81 años, un sacerdote nacido en Wisconsin que sirvió durante cuatro décadas como uno de los principales expertos en latín del Vaticano. Murió en un asilo para ancianos de Milwaukee el día de Navidad.

ITALIA

Italia fue uno de los países más afectados al principio de la pandemia.

Hasta marzo de este año, 292 sacerdotes diocesanos, en su mayoría de edad avanzada, murieron a causa del virus, según los comunicados de la Conferencia Episcopal Italiana.

La agencia de noticias del episcopado, Servicios de Información Religiosa, señaló que el número de víctimas casi igualaba las 299 nuevas ordenaciones en Italia para todo el año 2021.

Entre los fallecidos se encuentra Raffaele Falco, un sacerdote de Ercolano, cerca de Nápoles. El párroco, de 77 años, era conocido por su trabajo en la lucha contra la Camorra, el grupo mafioso de la región.

También murió el reverendo Franco Minardi, de 94 años, que llegó a Ozzano Taro en 1950 y fue su sacerdote durante 70 años. Su compromiso con la fe en los jóvenes fue tal que organizó la construcción de una sala de cine en la que proyectó las primeras películas en esa comunidad agrícola. Su legado incluye también una cancha de tenis y un salón de juegos.

La hermana Maria Ortensia Turati, de 88 años, fue una de las monjas que murieron en un convento de la ciudad norteña de Tortona. Trabajadora social de formación, fue madre general de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad de 1993 a 2005 y fundó misiones en Filipinas y Costa de Marfil.

BRASIL

Hasta marzo de este año, al menos 1,400 sacerdotes contrajeron el coronavirus en Brasil, y al menos 65 de ellos, además de tres obispos, murieron, según una comisión vinculada a la Conferencia Nacional de Obispos.

Entre ellos se encontraba el cardenal Eusebio Scheid, de 88 años. Se convirtió en arzobispo de Río de Janeiro en 2001 y fue nombrado cardenal dos años después por el entonces papa Juan Pablo II. En sus 60 años al frente de la Iglesia, era conocido por su profundo interés en la calidad de la educación de los sacerdotes.

Scheid también era conocido por un comentario que algunos interpretaron como político, otros como una torpeza; se refirió al entonces presidente Luiz Inácio Lula da Silva como “caótico” en lugar de católico. Tras un pequeño revuelo, Scheid suavizó su tono, y dijo que Lula sonaba “confuso” en cuestiones de fe.