CIUDAD DE MÉXICO. Una conferencia de prensa convertida en una fiesta con desayuno incluido. Una tómbola para que un periodista se quede con su reloj. La develación de su retrato en el Palacio Nacional, la sede presidencial. Almuerzo con otros mandatarios. Y a la medianoche del lunes, Andrés Manuel López Obrador dejaría de ser presidente de México para irse a su rancho.

El adiós presidencial del político carismático de 70 años no tuvo precedentes en la región porque políticos que pudieron tener una popularidad similar optaron por cambiar sus constituciones para mantenerse en el poder. López Obrador, que ha promovido polémicas reformas a la Carta Magna, nunca lo propuso.

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De hecho, la guinda de su mandato fue promulgar este lunes dos de esas reformas, que dicen mucho de su gobierno.

Una fue la que fortalece a la Guardia Nacional —un cuerpo que teóricamente nació para ser civil— y la deja bajo el mando del Ejército, un cambio muy controvertido y cuestionado que culmina el proceso de creciente militarización del país promovido durante su administración. La otra es la que garantiza los derechos de los pueblos indígenas, un sector de la población junto al que se ha querido colocar pese a las críticas de muchas de las comunidades originarias.

Su último día como presidente, antes de pasar el mando a Claudia Sheinbaum, su fiel discípula, fue un resumen de su forma de gobernar.

Como ocurrió durante casi todos los días de los últimos seis años, comenzó con una reunión del gabinete de seguridad, seguida de su conferencia de prensa número 1,438.

La dedicó a los logros conseguidos, siempre según sus datos y con ejemplos prácticos para el pueblo, como explicar que hoy se pueden comprar casi el doble de kilos de tortillas o huevos con un salario mínimo gracias a los incrementos que ha tenido y al control de la inflación.

“Yo tengo que agradecer al Creador y a la suerte de que no cometí muchos errores”, había adelantado el viernes a modo de balance.

El baño de masas se lo ofreció la prensa, a la que invitó a desayunar después de escuchar música en vivo y una grabación de la artista Eugenia León en la que cantó su esposa.

Algunos periodistas que cubrieron sus “mañaneras” y que han mostrado un notable activismo oficialista, ofrecían entrevistas a otros reporteros contando su experiencia o gritaban para entregarle regalos o hacerse una “selfie” con el presidente. El que ganó la rifa del reloj presidencial no pudo evitar saltar de su silla eufórico cuando su nombre salió de la urna.

Hubo lágrimas de algunos, como las de la secretaria de Gobernación, Luisa María Alcalde, y no faltaron a la cita las titulares de Seguridad y Exteriores y los mandos del Ejército y la Marina.

López Obrador almorzó con los presidentes de Brasil, Colombia, Chile, Cuba, Guatemala, Honduras y Belice, sus amigos latinoamericanos.

El chileno Gabriel Boric adelantó en sus redes que algunos de los temas prioritarios con México para la próxima etapa son la migración, la seguridad o la defensa de los derechos humanos. El brasileño Luiz Inácio Lula da Silva recordó que los problemas de América Latina no dependen de Estados Unidos ni del pasado sino de los países latinoamericanos, en una velada alusión a una de las ausencias de la celebración del martes, la de España, por la disputa de no invitar al rey.

Fiel a su estilo, López Obrador adelantó la agenda de su sucesora: una cena con los representantes internacionales llegados para la ceremonia, entre ellos, la primera dama de Estados Unidos, Jill Biden, que encabeza la delegación de la Casa Blanca y abogó por seguir trabajando por una región más próspera, segura y democrática.

López Obrador ha sido un presidente incansable que ha visitado todos los municipios.

“Me dediqué a servir al pueblo”, afirmó el lunes. “Me voy muy satisfecho por el cariño de muchos mexicanos”.

En la calle, frente al Palacio Nacional sonaban los mariachis. Por la noche, le acompañaron los vítores cuando dejaba la sede presidencial hacia su casa particular.

Después de la ceremonia del martes, empezará su jubilación. Según ha insistido en innumerables ocasiones no hará declaraciones, ni discursos, ni vida pública. Y en cuestión de días partirá para su rancho de Palenque, en el sureste mexicano, que bautizó “La Chingada”, un apelativo de desprecio en México pero del que el mismo López Obrador se ha reído, jactándose de que se va para allá por decisión propia y no porque le manden sus enemigos.