Sin filtros de seguridad, con los detectores de metales en su sitio pero sin funcionar y sin ninguna ruta marcada, las icónicas puertas de hierro verde de la que ha sido residencia presidencial mexicana desde 1934 se abrieron al público el sábado. 

La decisión de permitir el acceso fue tomada por el nuevo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y tiene un fuerte carácter simbólico. El mismo día de su apertura, cientos de personas pudieron pasear sin apenas restricciones por el salón donde Lázaro Cárdenas decidió la expropiación petrolera o la sala de cine del ya expresidente Enrique Peña Nieto en el sótano. 

Relacionadas

En los primeros minutos del 1 de diciembre, Los Pinos --un espacio 14 veces más grande que la Casa Blanca estadounidense-- comenzó a transformarse en un espacio abierto de paseo y actividades culturales aunque sólo unas horas antes, el viernes por la noche, Peña Nieto había recibido ahí a su última visita: el Rey de España, Felipe de Borbón. 

López Obrador dijo desde su campaña que no viviría ahí, sino en su casa de siempre en aras de la austeridad que quiere que sea el lema de su administración. 

Mensajes de “Bienvenido pueblo de México” con flores blancas recibían a los mexicanos, algunos de los cuales no ocultaron su emoción. Uno de ellos fue Jesús Basilio, guía turístico y comerciante de 55 años que llegó a las 8:30 desde el populoso barrio de Iztapalapa para ser los primeros en entrar “a la casa del pueblo”, un lugar que consideraba emblemático y jamás hubiera pensado que alguien como él, que comenzó trabajando como voceador de periódicos, hubiera podido visitar. 

Según Homero Fernández, de la Secretaría de Cultura y coordinador del espacio, no se tocó nada. 

La residencia es 14 veces más grande que la Casa Blanca de Estados Unidos.

“Así lo recibimos”, reiteraba, una frase que también se leía en distintos carteles. Dos notarios, indicó Fernández, fueron los que dieron fe de la entrega y recepción del espacio que estaba custodiado por sonrientes elementos de la policía militar. Pronto se llenó de voluntarios que intentaban guiar a los visitantes. 

El mayor interés estaba en la llamada Casa Miguel Alemán, donde vivieron la mayoría de los presidentes desde los años 50, excepto Vicente Fox y Felipe Calderón, que optaron por un lugar llamado Las Cabañas aunque sí utilizaban el espacio para reuniones y visitas. 

En esta casa también residió Peña Nieto. 

Una estancia con una enorme lámpara de araña y un piano daba la bienvenida. En la planta baja destacaba una biblioteca de corte clásico con estanterías empotradas de madera y la oficina presidencial y al otro. 

Unas enormes escaleras de mármol blanco ascendían al primer piso, donde se combinaba el mármol blanco y los suelos de madera. Enormes ventanales permitían una gran entrada de luz desde los jardines y el helipuerto situado en la parte trasera. También destacaba el enorme vestidor de madera que daba paso a la recámara presidencial de unos 80 metros cuadrados y tres balcones y, al lado, había un comedor a tres niveles y balconada y una cocina donde también predominaba el blanco. 

Toda esa primera planta estaba completamente vacía, sin muebles, cuadros ni nada que hablara de sus más recientes inquilinos. 

“Queríamos ver los muebles pero la Gaviota [apodo con el que se conoce a Angélica Rivera, la esposa de Peña Nieto] se lo llevó todo”, lamentó Yaneth Fierro, un ama de casa de 42 años que llegó en uno de los autobuses que fletó un diputado de Morena --el partido con el que López Obrador llegó al poder-- desde Acapulco, en el sureño estado de Guerrero, exclusivamente para este momento. 

Uno de los lugares que más asombro producía era el sótano, con un cine privado de enormes asientos de cuero a un lado y al otro un área conocida como “bunker”, con una mesa ovalada de reuniones y cinco grandes pantallas en las paredes que construyó Calderón y que sugieren que ahí se hacían algunas de las reuniones más secretas. 

 “Vivían así con el dinero de todos los mexicanos”, se quejó Fierro. “Tener un cine dentro de la casa ya es mucho”. 

La gente formó filas y no paraba de grabar todo con sus celulares. Aunque no hubo multitudes, no dejaron de llegar visitantes. 

“Nadie sabía que así vivían nuestros presidentes”, indicó el coordinador del recinto. 

“Es quitar una careta muy fuerte, con el pretexto de la seguridad nacional era algo oscuro y ostentoso”, y cada mandatario hacía las adaptaciones que quería o construía nuevos edificios sin ningún tipo de restricciones, añadió. 

Frente a la suntuosidad de la vivienda que mandó construir Manuel Alemán a finales de los años 40, destaca el clasicismo de la Casa Lázaro Cárdenas, uno de los grandes héroes del nuevo presidente y al que éste parece que quiso imitar dado que Cárdenas fue quien abandonó la residencia tradicional de los mandatarios, que en los años 30 era el Castillo de Chapultepec, para abrirlo al público. 

Entre las curiosidades que gustaron a los visitantes estaba un salón con un cartel de esa casa donde Cárdenas tomó dos de sus principales decisiones políticas: la reforma agraria y la expropiación de la industria petrolera. 

El recinto de Los Pinos, que el sábado acogió los primeros conciertos y pretende ser un área cultural abierta, mantiene cerradas al público todavía algunas instalaciones como el Molino del Rey, el molino más antiguo de América Latina y que todavía sirve de oficinas para las fuerzas armadas. 

“Este día no se va a volver a repetir”, dijo Gabriela Barrientos, una secretaria jubilada de 71 años satisfecha y que fue la primera en visitar el enorme complejo.