Michael Mastromarino fue apodado ‘el ladrón de los cadáveres’ tras convertirse en millonario por dedicarse a robar tejidos de diverso tipo, en particular óseo. Los cuerpos los conseguía de funerarias, que conspiraron con él.

Este hombre fue la mente maestra detrás de un negocio ilegal que lo hizo ganar millones entre 2001 y 2005. Durante estos años recolectó cadáveres y se dice que fueron más de 1,200 cuerpos de personas fallecidas que uso para enriquecerse.

De acuerdo con medios internacionales, la operación de Michael Mastromarino “era fría y siniestra”, trabajaba con las funerarias y sus empleados se encargaban de encubrir sus actos.

La profesión de Mastromarino era ser dentista, pero en 2002 perdió su licencia a causa del consumo de drogas. Él sabía que los avances en el campo del trasplante estaban direccionadas en un solo lugar: los tejidos óseos.

Este hombre tenía conocimientos en salud y supo que con estos tejidos se usaban para varias cosas como reparar fracturas, venas para cirugía coronaria o tendones y ligamentos.

Mastromarino empezó a robar partes de personas fallecidas sin consentimiento de sus seres queridos. Incluso, las piezas que se llevó las vendió para implantes dentales, reemplazos de rodilla y cadera y otros procedimientos.

“Estableció una red de empresarios de pompas fúnebres, a quienes pagaba hasta 1,000 dólares por cada cadáver, y pronto contrató asistentes y formó una empresa con sede en Nueva Jersey, Biomedical Tissue Services”, informó el medio ‘New York Times’.

Así fue capturado y sentenciado

Con la creación de su empresa, Biomedical Tissue Services, este hombre engañó a las autoridades algunos años bajo su licencia para suministrar bancos de tejidos y fabricantes de instrumentos quirúrgicos biológicos, que obtuvo después de perder su licencia como dentista.

Sin embargo, se desconocía los negocios que estaban detrás de este negocio: robar cadáveres y traficar con ellos. De acuerdo con el diario ‘The New York Times’, ganaba entre 10,000 y 15,000 dólares por cuerpo.

También, falsificó documentos, incluidos formularios de consentimiento y certificados de defunción, para que la causa de la muerte fueran aceptables.

Sin embargo, en 2005, las autoridades empezaron a investigar varias irregularidades de su negocio. Los informes que se publicaron en aquel entonces mostraron un escenario macabro: una habitación secreta en la funeraria equipada con equipo quirúrgico.

En dicho lugar, se reemplazaban los huesos de las piernas por tubos PVC para aparentar, supuestamente, que los cuerpos estaban intactos. Entre las víctimas, se encontró a Alistair Cooke, un periodista británico, que le quitaron sus extremidades a pesar de tener cáncer.

Tras estas pruebas fue detenido y, posteriormente, acusado en 2006, junto con un embalsamador y dos trabajadores suyos. Se declaró culpable en 2008 de numerosos cargos. Su sentencia fue entre 15 y 30 años.