El merendero de Sociales, los banquitos de La Torre, la placita Antonia Martínez...

Mari Tere González López tejió sus sueños universitarios entre la buena tertulia, la lectura profunda, la cátedra retante. Esos conversatorios interminables marcaron un hito en la vida de esta abogada que despunta entre los cuadros de la nueva cosecha política en el país.

Cuando se debatía el proyecto de ley que combate el discrimen por orientación sexual en el empleo, la senadora popular por el distrito de Mayagüez-Aguadilla brilló en el hemiciclo con su aplomo y su contundente discurso.

Su fuerte verbo contrasta con el tono suave y dulce de su voz. “Creo que la Universidad fue un poco más allá y caló hondo, cavó ese terreno y las premisas esenciales para que yo asuma unas posturas como las que el pueblo sabe que yo estoy dispuesta a asumir”, afirma la senadora, quien quiso que Primera Hora la entrevistara en su inolvidable alma máter.

¿Qué recuerdos le trae la Iupi?

Agradezco mucho haber pasado por profesores que yo creo que tejieron con hilos de seda lo que fue mi formación académica. También fui protagonista de una historia oral que mis abuelos me contaron mientras desgranaba gandules o guayaba yautía para hacer algunos de los platos que ellos confeccionaban. Me siento bien orgullosa de que ellos me criaran junto a mis padres, porque me dieron esa otra educación informal importantísima. A los tres años y 11 meses declamaba poemas de José Martí y de Eugenio María de Hostos. Mi padre me enseñaba eso y son cosas que nunca voy a olvidar.

Aquí en la Iupi a los estudiantes que no son del área metro les dicen que son “de la isla”, ¿cómo fue ese ajuste para usted?

Me siento bien porque pude confrontar cada uno de esos obstáculos, desde la burocracia que acompaña el proceso de ser estudiante de la isla, hacer esas filas tan largas y trabajar la situación económica.

¿Tenía que estirar el peso?

Sí. Me hospedaba. Me daban $30 a la semana para que lidiara con eso; yo trataba de garantizar ese presupuesto para que se pudiera repartir bien. Hay muchos compañeros que sintieron que tenían que regresar a sus nidos. Tuve personas muy queridas que dijeron: ‘Esto no es lo mío, aquí hay mucha competitividad, a nosotros nos discriminan o nos ponen en ridículo en ocasiones’ y retornaron a sus respectivos pueblos. Yo creo que había que dar la batalla. Eso pasa en el Senado también en otras instancias... Uno nunca se debe quitar esa mancha de plátano.

En la Iupi, González también tuvo su época de rebeldía, de jipitona. Durante la entrevista, vestía un mahón y una túnica estampada. “Tuve una época muy rebelde y muy valiosa... Eso para quien ha pasado por aquí y ha pasado bien es un asunto obligado”, dice la legisladora, quien hizo un bachillerato en artes y una maestría en psicología. Su carrera de derecho la hizo posteriormente en la escuela Eugenio María de Hostos, en Mayagüez.


¿Cómo se define usted?

Como una mujer intensa, apasionada, sensible, pero muy fuerte de carácter, que le gusta ir por la vida pisando fuerte, que respeto para que me respeten y como una guerrera, pero la buena guerra, donde buscamos resolver los conflictos y que hay que dar pequeñas batallas para poder garantizar que pasen unas cosas buenas y favorables.

Su niñez la describe como esplendorosa. “Mis abuelos maternos nos criaron porque era una familia extendida. Mis padres trabajaban. Mi papá era cubano, de Santiago. Llegó aquí y se enamoró de una boricua. Yo soy producto de ese híbrido, de sentir que hay una conexión también con Cuba”, narra.

“Mi primer viaje fue a los nueve años a Cuba, no fue a Disney”, dice para contar que su mamá siempre fue activista del Partido Popular Democrático (PPD). Fue candidata a la alcaldía de Arecibo y ella le preparaba sus mensajes, era su directora de su campaña. “Era la época de la candidatura de Victoria Muñoz a la Gobernación”, rememora.

Nació y se crió en el barrio Tanamá de Arecibo. Allí vivió hasta los 17 años. Se casó en 1993 y, producto de esa relación, tuvo a su hija Desirée López González, quien estudia comunicaciones en la Universidad del Sagrado Corazón.

Vivió un tiempo en Cabo Rojo y en Isabela. Después se fue a Aguadilla, “donde vivo hasta el sol de hoy”.

Es costeña y regionalista. “Esa zona oeste y noroeste tiene las mejores playas y gente bien comprometida con el turismo. Uno no es de donde nace, uno es de donde uno siente, por donde uno respira y siente que hay una identificación con ese lugar. Me fascinan el pescao, las sales, el mundillo, toda la buena mesa y la buena hospitalidad que tiene la gente del oeste. Soy regionalista, y cuando uno desarrolla esa mística, se la transmite a otras personas”, afirma.

Siempre carga un escapulario de la Virgen del Carmen y un pedazo de canela. “Este es mi amuleto. La rajita de canela la adopté porque un líder de barrio en San Sebastián me dijo que antes la gente cargaba rajas de canela. A mí me fascina la canela y la tengo conmigo siempre, igual que el amuletito de la Virgen del Carmen, que me lo regaló el alcalde de Añasco, Fred Estévez”, dice.

Le gusta reír a carcajadas y llora mucho, pero de alegría. “Mi abuelo lloraba cuando recordaba que por primera vez el Partido Popular le puso zapatos. Mi papá era un romántico y lloraba. No he podido desligarme de eso”, relata.

De su mamá, Aida López, aprendió la pasión y la entrega al servicio público. De su papá, Víctor González Tamayo, atesora su sensibilidad y su elocuencia. “Mi papá forjó en mí tantas cosas que tienen que ver con la cultura, con el acervo, con el querer aprender. Fue un estudioso toda la vida. Los domingos había que buscar palabras en el diccionario para decirlas en voz alta en la mesa”, recuerda la senadora.

No tiene iPod. ¿Su música favorita? La nueva trova, Haciendo Punto en Otro Son, Silvio y Pablo, Joaquín Sabina y canciones del ayer. “Si tengo que escuchar reguetón, sería a Don Omar. Me gusta el tono de su voz”, dice.

De tríos, le gustan mucho Los Panchos, el dúo de Quique y Tomás, Los Andinos, el Trío Vegabajeño, Cheíto González. La canción El madrigal le corta las venas.

González no baila, pero le gusta cantar. No pasamos trabajo para convencerla de que nos tarareara unas estrofas de la canción Y tú qué has hecho. “La aprendí de niña, mi abuelo me la enseñó y yo se la enseñé a mi hija. Las dos la cantamos así, a capela”, dice.

¿De amores, qué nos cuenta?

Tal vez un espacio privado para tener un buen compañero, pero nada trascendental porque en estos márgenes de la política eso es un asunto como vetado, complejo.

¿Pero hay algo visto por ahí?

(Ríe) Hay identificación de uno... porque la vida en soledad yo tampoco la patrocino. Uno nació para tener el mundo entre parejas, compartir un buen vino, un buen concierto.

¿Qué piensa de su antecesora, Evelyn Vázquez?

El veredicto del pueblo fue el real, honesto, sentenciándola, no haciéndola revalidar. Cobraba las dietas como si estuviera viviendo en Isabela, después cambió su residencia para Mayagüez. Yo creo que el pueblo se cansó de ese estilo. Qué bueno que no tenemos dietas, que pudimos renunciar a ellas y a otros privilegios, como el auto que ella tiene que se lo pagó el Senado, el pueblo.