Avanzada la mañana, con el calor asfixiante y sol abrasador a punto de llegar a su momento máximo del día, cientos de personas que aguardaban desde horas de la madrugada en fila frente al Centro de Convenciones recibieron la noticia que temían: el Departamento del Trabajo y Recursos Humanos (DTRH) no los atendería ese día.

Los rostros se llenaron de frustración, coraje, decepción, impotencia, desespero, agonía, rabia, sufrimiento. Para la mayoría, fue otro día perdido, otra jornada de no lograr avanzar en su accidentada gestión por recibir el beneficio por desempleo al que tienen derecho, pero que el DTRH no ha podido tramitar por alguno de los muchísimos problemas que plagan su gestión, al punto que en algunos casos ni siquiera pueden explicar a la persona solicitante cuál exactamente es el problema en su reclamación.

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Mientras la extensa fila que bordeaba la reconocida estructura del Centro de Convenciones recibía la desagradable noticia, cientos de ciudadanos más desfilaban en la eterna hilera del servicarro para depositar su solicitud, rogando porque no terminaran como los que estaban afuera en la desafortunada hilera de rostros contrariados y agotados por las horas de no saber ya ni cómo acomodarse sobre las piedras del exterior de la estructura. Uno tras otro desfilaban, guiados por policías que se cocían bajo el sol, los carros de todo tipo, desde baratos y medio desbaratados, hasta lujosos y muy cuidados, pues la crisis de desempleo ha golpeado de arriba a abajo y de un lado al otro, sin observar distinciones.

En la fila, al hablar con algunos de los afectados que aún conservaban todavía algo de ánimo para hacerlo, se repetían las incomprensibles historias de absurdos y burocracias que los forzaban a volver a repetir el flagelante ritual de una fila en busca de ser uno de los 300 elegidos del día y, con suerte, con mucha suerte, salir de allí con el problema resuelto.

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De hecho, este lunes, el DTRH ni siquiera pudo cumplir su limitante cifra de 300, pues tenía que atender 80 casos que le habían quedado del viernes.

“Esto es bien insensible. Ya no sabemos qué hacer. Estoy aquí desde las 2:00 de la mañana”, lamentó María Santiago, una de las desafortunadas que terminaría recibiendo un ticket para regresar al día siguiente. “Es la quinta vez que vengo, la segunda aquí al Centro de Convenciones, y fui tres veces allá a (la sede del DTRH en) Hato Rey”.

“Me dicen que tengo un punto controvertible, pero nadie me sabe explicar. No me dicen nada. Tampoco me llega la carta, nada”, explicó Santiago.

Un poco más adelante en la fila, Miguel Tejera también se hacía eco del malestar. Como muchos otros, tampoco sería atendido, y se iría de allí solo con el ticket numerado.

“Estamos aquí desde la madrugada. Esto está bien mal. He tenido que venir varias veces. Hasta para ir al baño, tienes que dar toda esa vuelta, cuando aquí hay una puerta”, dijo señalando a la veintena de puertas de la entrada principal, y preguntándose por qué razón se hacía a la gente esperar en tan incómodas condiciones afuera, si adentro hay espacio de sobra para acomodar a todos, observando el distanciamiento social que no se estaba cumpliendo afuera, y con aire acondicionado que de cualquier manera se mantiene funcionando y por el que todos pagamos.

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Entretanto, otros repetían las quejas. Una joven prefirió no hablar ante la cámara porque estaba, “tan molesta que me voy a poner a hablar malo”.

Un señor mayor de cabello y barba cubiertos de canas, intentaba, a duras penas y con visible rostro de dolor, incorporarse, luego de estar sentado sobre el suelo por largo rato.

Otro dormitaba abatido por el cansancio sobre una silla plegable, soñando con la señal que no le llegaría.

Un extranjero con permiso de residencia y muchos años en la Isla “trabajando, aportando y pagando impuestos”, denunciaba que no le han atendido su reclamo, “porque alguien en el Departamento del Trabajo no sabía que había que pone ahí el número de la tarjeta verde (tarjeta de residente permanente). Y eso le está pasando a los extranjeros. Pero ya ves la pésima organización de todo esto”.

Cerca de la entrada por la que se permitía el paso, fuertemente custodiada por personal de una compañía de seguridad privada, respaldado por soldados de la Guardia Nacional, y por donde no dejaron entrar ni siquiera a miembros de la prensa (aunque luego un portavoz del DTRH aclaró que era un supuesto malentendido), pasaban los últimos afortunados.

Otra mujer cuestionaba enérgicamente “por qué el Departamento del Trabajo no usa la tecnología. Reciben millones y tienen que tener a la gente aquí así. Es algo increíble”.

María Castro, la última agraciada, la que hizo el número 300, o más bien el 220 porque estaban los 80 pendientes del viernes, expresó su solidaridad con el resto de las personas que quedarían fuera. Como otros, no era la primera vez que pasaba por ese tormento.

“He venido dos veces por el servicarro. Aparentemente mis papeles no aparecen. Yo no sé qué pasó, si los han botado o no. Estuve en Hato Rey también. Nunca me dieron número, no me han dado carta, no me han dicho absolutamente nada de mi caso. Y hoy vengo a ver el seguimiento de mi caso”, explicó, agregando que tuvo que llegar allí a las 2:00 a.m. y tuvo la suerte que alguien se fue y por eso hizo el último número que atenderían.

Algunos pasos detrás, Mirna Vázquez, una abogada que llegó también a las 2:00 de la mañana desde Hatillo, y que también quedaría fuera de los agraciados, se unió a la condena por el pobre desempeño del DTRH.

“Hoy ni repartieron los 300 turnos. Estas personas que están aquí, no están aquí porque quieren. Hay gente que pernoctó aquí, había padres con sus hijos durmiendo en todas estas aceras. Es una falta de respeto, de consideración. Y entonces nos piden a nosotros que seamos considerados, tolerantes. Me da mucho sentimiento yo tener que ver que con la gran cantidad de ayudas y fondos que se han recibido, la ciudadanía tenga que estar en estas condiciones”, denunció Vázquez, con voz entrecortada, condenando además que el DTRH no tuviera abierta las oficinas regionales para atender estos casos.

De hecho, Vázquez fue también de las que recibió el ticket, y pasado el mediodía estaba intentando, a punto de quebrar en llanto de impotencia, resolver que le reprogramaran para el miércoles ese turno, pues el martes era la graduación de su hija y no quería perderse ese importante momento por tener que estar en la tediosa fila orquestada por el DTRH.

Por su parte, el funcionario de turno, terminó de repartir sus numeritos a la fila. Se detuvo poco antes del 230. La gente se retiró, molesta, pero civilizadas y sin que se llegara a armar algún incidente mayor.

En el servicarro, no obstante, continuaba el desfile.

A la distancia, en otro edificio, se celebraban las vistas para confirmar al nuevo secretario del DTRH. En el Centro de Convenciones, según expresado por los mismos ciudadanos, no parece haber cambiado nada, y la gente detrás del escandaloso error de “la misma” en las direcciones, parece continuar dando la misma pobre atención a la ciudadanía.