Entonces, de momento, nos encontramos en un limbo y pendientes a una definición.

Según las creencias cristianas, el limbo es el lugar al que van los niños que mueren, sin haber sido bautizados, solo con el pecado original, que heredaron.

A nosotros,  los puertorriqueños, nos han mantenido en el limbo de la colonia por siglos. Primero, los conquistadores españoles y  luego los “americanos”. 

Y valga destacar que  ambos imperios nos tomaron por la fuerza, gústele o no escucharlo a  los que  rechazan la veracidad histórica de la  invasión, en 1898, de las tropas estadounidenses por Guánica, armados hasta los dientes. Aaah, y no fueron recibidos con  “bombos y platillos”, como insisten algunos.

De momento, se nos deja saber que  el pacto de unión permanente con Estados Unidos es una falacia; que es un acuerdo que se puede revocar. Queda en evidencia el mito  del Estado Libre Asociado, al que un sector significativo del pueblo se ha abrazado por 64 años.

Se nos ha machacado, hasta la náusea, la importancia  de atesorar la ciudadanía americana que, como se ven las cosas, pudieran borrarnos de una plumada. Cerca de la mitad de los puertorriqueños, un 48 por ciento, vive bajo los niveles de pobreza y depende del Programa de Asistencia Nutricional (PAN) para su subsistencia. Cerca de 670,000 familias (40 por ciento de los hogares,  1.3 millones de personas en Puerto Rico) reciben este “beneficio”.

Cientos de niños boricuas ingieren una comida al día. Solo llevan a su boca el alimento que se les da en la escuela.

Por virtud de esta dependencia, al menos tres generaciones de puertorriqueños se han mantenido en el limbo del mantengo, ajenos y enajenados del mundo del trabajo.

Mientras tanto, tenemos más de  cinco millones de puertorriqueños fuera de su terruño. La población isleña se ha reducido a 3.4 millones y como aspectan las cosas,  es indudable que el éxodo seguirá en aumento.

La  discusión en el Congreso de Estados Unidos sobre la deuda pública de Puerto Rico y la posición claramente expresada por el procurador general de EE.UU. de que “el Estado Libre Asociado (ELA) que Estados Unidos le presentó al mundo ni existió, ni existe, ni puede existir, bajo la Constitución de los Estados Unidos” dejan la colonia al desnudo. Puerto Rico es un territorio  sujeto a los poderes plenarios del Congreso.

La representante legal del procurador general, Nicole Saharsky, rechazó  categóricamente en  el Tribunal Supremo federal  que  el Congreso haya renunciado a su poder soberano en 1952 al crearse el ELA.

Nos han arrancado de cuajo el velo que ocultaba el rostro de la colonia. Nos han restregado en la cara que somos su posesión, su botín de guerra, retrotrayéndonos al siglo 19. Pueden disponer de nosotros como se les antoje.

¿Qué tienen diseñado para nosotros? ¿Volver a los inicios de la colonia, gobernada por una junta militar, ahora junta  de control fiscal? ¿Modificarán nuestra situación colonial actual? ¿Decretaría el Congreso la integración de Puerto Rico a los 50 estados de la nación con toda la deuda y pobreza? ¿ Nos dejarán libre el camino hacia la soberanía y la  independencia?

El vocablo limbo significa que  una persona está absolutamente distraída o alelada. Se dice de alguien que no está al tanto de lo que acontece en una materia o asunto concreto que le afecta de manera directa.

Mientras nadábamos en la falsa riqueza, con chavos para derrochar,  malgastar, mal administrar y robar, no tuvimos problemas. Pero ahora, cuando nos pasan la factura, no hay quien pague la cuenta. Como a los niños, se nos enseñó a creer en Santa Claus y ahora resulta que  Santa no existe.

El limbo alude al borde o límite de algo. Estamos al extremo de una evolución, de unos cambios sociales  y políticos. Hace décadas,  don Pedro Albizu Campos urgió a la solución de ese limbo: “Llegó el momento de la suprema definición, o yankis o puertorriqueños”.

No es un camino que transitaremos solos, porque Estados Unidos  tendrá que definir ante el mundo la relación con su colonia

Limbo se le denomina a un juego musical en el que se camina  por debajo de una vara que se acerca, de manera progresiva, cada vez más al piso.  Cada vez se nos estrecha más la vara y cabría preguntarse hasta dónde y hasta cuándo vamos a doblar la espalda.