Boricuas sometidos a terapias de conversión ofrecen desgarradores testimonios
Reclamaron ante varios senadores el respaldo al proyecto 184.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 3 años.
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Varios dolorosos y contundentes testimonios de personas que fueron sometidas a las llamadas terapias de conversión o reparativas fueron presentadas esta mañana como parte del proceso legislativo relacionado con el Proyecto del Senado 184, que busca enmendar dos leyes para prohibir esas terapias “en toda su extensión”.
“Crecí desde niño sintiéndome niño. A mí se me asignó el género femenino por mi genitalia. Pero como millones de seres humanos en el planeta, yo no correspondí a ese género. Y desde que tengo uso de memoria, me supe niño”, contó Justin Jesús Santiago, de 66 años y nacido en Barranquitas.
Agregó que creció, sintiéndose niño, entre hermanos y vecinos, sin tener que hablar del asunto. Pero todo cambió drásticamente a los 15 años, cuando se enamoró de su maestra de biología, y comenzó a escribirle versos y ponérselos en su encasillado.
“Me llevaron a la oficina de la orientadora, me dijeron que estaba mal, porque ella es mujer igual que tú. Ahí me confronté por primera vez con eso de que para el mundo no era normal que yo me sintiera hombre, aunque no fuera hombre”, agregó.
Entonces lo enviaron a una clínica de siquiatría en Río Piedras, y le dijeron a sus padres que si no iba a ese tratamiento no podía regresar a la escuela. Allí, aunque él explicó a la doctora Figueroa que era “un hombre atrapado en cuerpo de mujer”, le recetaron un cóctel de narcóticos, a pesar de su juventud.
“Desde la edad de 15 años, recibí una terapia, o una tortura, de que yo era una persona que no era válida, que mi existencia no era válida, que eso no era correcto, que iba a ser un infeliz, un inadaptado, que le iba a hacer daño a mi familia, que Dios condenaba eso”, relató sobre la agonía y vejaciones que sufrió por los siguientes tres años. “Yo empecé a sentirme enfermo. Ellos cogieron un niño alegre, que le gustaba la poesía, que tenía tantos sueños y lo convirtieron en una persona subhumana. Me sentía que no era nada, que mi familia no me quería”.
Luego de llegar incluso a tener pensamientos suicidas, a los 18 años, al empezar la universidad, decidió dejar el tratamiento. Se independizó de sus padres, “pero ya a los 19 años era un alcohólico, para paliar lo que estaba viviendo y cómo me sentía. Me convertí en un alcohólico funcional. Y aunque sí, me preparé, y he sido un ciudadano útil para la sociedad, a pesar de lo que dijo la siquiatra, el dolor y las secuelas de los tres años que me hicieron en esa tortura, aún las arrastro, y las arrastraré hasta la muerte. Sobrevivir no ha sido fácil”.
Mila García, una joven estudiante de la Universidad de Puerto Rico, que se identifica como “mujer trans no binaria”, fue sometida a terapias de conversión desde los 12 a los 15 años. Relató que a sus 12 años sus padres descubrieron que “me identificaba como una persona gay”. Invadieron su privacidad y vieron que conversaba con un chico, algo que sus progenitores no aceptaron. La llevaron a la consejera del colegio cristiano al que asistía donde “me ponían a hacer ejercicios escritos para tratrame de ver que estaba mal por ser gay”.
“No entendía muy bien lo que estaba pasando. No quería ir. Desde que salí del clóset no me sentía segura con mi familia”, relató, con voz entrecortada y haciendo pausas para llenarse de valor y continuar el agónico relato.
La conserjería incluyó lectura bíblica, y en su casa “me quitaron todo, no podía tener amistades, no podía salir de casa, todos los días llegaba a mi cuarto a llorar”. Comenzó a sufrir “sentimientos horribles” de ansiedad y depresión.
En la escuela superior, conoció “con la primera persona que estuve”, y eso desató que la llevaran a la trabajadora social del colegio, que intentó “lo mismo que había tratado la consejera, una perspectiva cristiana” y diciéndole que estaba mal. La refieron a “un establecimiento” para reunirse con otro sicólogo, que nuevamente trató “lo mismo”, y le atribuyó su depresión y ansiedad “al factor que me identificaba como una persona gay”. Le recomendaba escuchar a sus padres, leer la biblia y volver a la iglesia.
Después de esa semana de terapia, “fue cuando por primera vez me trate de suicidar”. Ante ese evento, su mamá “paró por completo de apoyar ese tipo de terapia, paró de llevarme a la iglesia, viendo que estaba haciéndome demasiado daño”. Aunque su padre también la apoyó por un tiempo, luego dejó de hacerlo, y “no me apoyaba en nada, no hablábamos casi, y me llevó a otra terapia”.
“Esta vez era una profesional, que había estudiado neurosicología según entiendo. Y ella trató a través de la ciencia, y de nuevo la biblia, de tratar de explicarme por qué estaba mal. Me trató de hablar de sexualidad como si todo fuera heteronormativo”, contó.
Sin embargo, para entonces ya tenía un círculo de amistades, “pude entender que yo no era el problema”. Dejó la terapia y aunque su padre la botó de la casa, se fue con su mamá y pudo continuar su vida hacía la universidad.
“El efecto que tuvieron las terapias, tras ser traumáticas, llevarme a ideaciones suicidas, alienaron mis relaciones familiares mucho. Tomó mucho tiempo yo poder volver a sanar con mi familia”, afirmó García, agregando que fue gracias a amistades que le aseguraban que no estaba mal y le ofercieron amor que pudo salir adelante y comenzar su proceso de transición.
Otro joven que prefirió mantener en anonimato su identidad relató una historia similar del horror de las terapias a la que fue sometido para “sacarle el demonio” de ser gay.
Aseguró que desde los 14 años supo que “me gustaban los chicos”, y aunque lo mantuvo en secreto por un tiempo, acabó revelándolo a un familiar “que es líder de la iglesia a que asistía con mis familiares”. La persona lo comentó “a la líder de intercesión de la iglesia, y prosigue a sacarme una cita en la iglesia para orarme, porque querían sacarme un demonio. Ellos decían que tenía un demonio y que tenía que sacármelo”. Hubo otra intervención con el pastor de la iglesia y para entonces ya su mamá se había enterado “de mis gustos y mi preferencia”. El pastor recomendó a su mamá que lo llevara a un sicólogo “que de casualidad también es pastor y su consultorio queda en frene de la iglesia”.
La terapia incluía preguntar si le gustaban las mujeres, si quería tener una familia e hijos, y que si quería familia tenía que ser con una mujer porque si no, no era posible. Como eso venía de parte de “un sicólogo, un profesional de la salud”, lo entendía como verdad, “pero entro en conflicto conmigo mismo porque lo que ellos me decían no iba de acuerdo con lo que sentía”. Suprimió sus deseos “lo más que pude”, luego de castigarse a sí mismo por gustarle los chicos y aislarse. En la soledad de su cuarto “lloraba mucho y oraba al Señor que me quitara eso que yo tenía”, y que le decían era incorrecto, a menudo acompañado de versículos y reproches de que era una aberración, una depravación. Sufrió depresión, “frustración y mucho dolor”, así como “pensamientos malos” de hacerse daño a sí mismo, aunque no los llegó a concretar. Las terapias, además, incluían contar asuntos de su intimidad, frente a su mamá, lo que consideraba humillante, y “me hacían sentir sucio”.
No fue hasta la universidad, cuando pudo contar otra vez su situación, a un profesor de teología con el que desarrolló una relación estrecha, “y él fue el que me dio un aliento a mi alma en ese momento porque me dijo que no tenía que curar nada, porque no tenía nada dañado, que debería aceptarme tal cual soy, que a Dios no le importa con quién tú te acuestas sino cómo tú eres con las demás personas, que lo que se quiere, es que sea una buena persona, que Dios quiere que sea una buena persona y haga bien para la comunidad”.
Desde entonces ha aceptado quién es, sin ocultar “mi orientación sexual”. Se lo contó a su madre, que lo aceptó “tal y cual soy, me quiere y me ama”. También le dijo a su padre y asegura hoy día “soy amado por mi familia”.
Cada una de las tres personas que ofreció su terrible experiencia sobre las terapias de conversión, hizo un llamado a la comunidad a respaldar su prohibición para que más ningún niño o niña tenga que sufrirlas.
“Les pido a los senadores y a los que me escuchen, que no le hagan eso a ningún niño. A los padres, les suplico, no le hagan eso a sus hijos, porque los van a lacerar, muchos van a morir en el intento, muchos se han suicidado”, imploró Santiago.
“Les pido que, por favor, a través de mi experiencia, la verdad que nadie debería pasar esto. Tenía 12 años, y hasta los 16 sufrí mucho. Y en los lugares que fui conocí también otros jóvenes que pasaban lo mismo. De verdad no hay palabras para poner cuan horrible estos procesos son para todos nosotros”, agregó García.
“Lo primero es su hijo, deberían aceptarlo tal cual es. Sé que es difícil, pero deberían aceptar a su hijo tal cual es. Se sabe ya que no hay nada que cambiar”, reclamó el joven que prefirió mantener el anonimato.
La doctora Carmen de Vélez Vega, catedrática de la Escuela de Salud Pública e integrante de la organización CABE (Comité Amplio para la Búsqueda de Equidad), resaltó la valentía de los sobrevivientes por su testimonio, agradeció a los senadores que respaldan el proyecto y aseguró que el proyecto “trae un respeto. No solamente a la gente que está aquí, que ya los lastimaron, a los miles y miles de personas que ya lastimaron ya no hay vuelta atrás. Estamos hablando de todos esos niños y esas niñas que viven aterrorizados de decir quiénes son, porque saben que detrás va a venir alguien a aplastar ese ego, a destruirlos. Aquí hay mucha gente afectada y una cosa que he escuchado consistentemente es que es para toda la vida. No importa si pasaron 10 o 20 años, eso está ahí vivito y coleando”.
Por su parte, el senador independiente José Vargas Vidot, aseguró que el proyecto es uno de “humanidad” para impedir que se torture a niños y niñas. Agregó que no tiene agenda escondida alguna o asunto de ideología, como han intentado sugerir opositores al proyecto.
“El Proyecto del Senado 184 es un proyecto que nace en el deseo genuino de elaborar una estrategia para proteger a menores de edad de las llamadas terapias de conversión. Eso es todo. Se enmiendan dos leyes, la Ley 408 del 2000, que tiene 21 años de vieja, y la Ley 246 del 211 que tiene 10 años. Las enmiendas son bien sencillas, en cada una de ellas se estipula lo que es terapia de conversión en toda su extensión. No hay una intención de este servidor de cambiar esa definición de lo que es terapia que es la definición en donde coinciden la mayor parte de las personas en el mundo. Ni siquiera hemos criollizado nada, sino que hemos asumido la palabra que se define en ciencia”, afirmó Vargas Vidot.
“Este proyecto es humanitario, que nace del amor, que va hacia el amor. Es un proyecto que genuinamente es de fe. Es un proyecto que revela un gran apostolado de servicio, porque no hay premisa bíblica más importante que la de amar al prójimo como a uno mismo”, insistió Vargas Vidot.
La senadora independentista María de Lourdes Santiago y el senador Rafael Bernabe, del Movimiento Victoria Ciudadana, también se unieron a Vargas Vidot en reafirmar su apoyo al proyecto y la prohibición de las mal llamadas terapias de conversión.