Basta de ñeñeñé con el mantenimiento de los embalses
Mientras más pasa el tiempo, menos vida útil les quedan a los lagos y represas en Puerto Rico, que están a la merced de los sedimentos.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 2 años.
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Los embalses son la principal fuente de abasto de agua potable para la población, industrias y comercios de todo el archipiélago de Puerto Rico y también proveen una porción sustancial de las aguas de riego para las plantaciones en los valles costeros de al norte y sur de la Isla grande.
De igual forma algunas de estas estructuras constituyen un elemento importante de control de inundaciones y, además, aportan una pequeña fracción de la energía eléctrica que consume el país a través de plantas hidroeléctricas.
Asimismo, constituyen espacios para recreación, pesca y la práctica de deportes náuticos, así como para la conservación de especies y el medioambiente.
Sin embargo, con el transcurso del tiempo, su capacidad ha ido disminuyendo por el efecto de la sedimentación que se acumula paulatinamente en su fondo, por una combinación de efectos de lluvias, erosión y actividades humanas, tales como el desarrollo de construcciones.
Este problema se agudizó todavía más durante las monumentales lluvias que dejó el huracán María en su devastador paso por encima de Puerto Rico en septiembre de 2017, al punto que algunos embalses han quedado en un estado que podría considerarse crítico, según explicó el ingeniero Carl Soderberg, presidente de la Comisión de Recursos de Aguas del Colegio de Ingenieros y Agrimensores de Puerto Rico y miembro del Comité de Expertos y Asesores de Cambio Climático de Puerto Rico.
El experto repasó que en Puerto Rico existen 36 embalses, todos construidos por el ser humano, que son propiedad de diferentes entidades del gobierno de Puerto Rico. El primero de esos lagos artificiales se construyó en el 1913, y el más reciente se terminó de construir en el 2010.
En un principio, explicó, se hicieron para propósitos de riego agrícola y generación de energía eléctrica. “De hecho, la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE), cuando se estableció por primera vez en el 1941, se llamaba la Autoridad de las Fuentes Fluviales, porque tenía a cargo el riego agrícola, que hasta 1955, la parte agrícola era el motor económico de Puerto Rico. Además, hasta el 1946, toda la energía eléctrica en Puerto Rico se generaba a base de la cuestión hidráulica”.
No obstante, para 1946, ya la demanda de electricidad era mayor a la que podían suplir los embalses, y Puerto Rico comenzó a usar plantas que generaban electricidad a base de petróleo. Con ese cambio, y con el aumento de demanda de uso de agua, muchos embalses pasaron a ser la principal fuente de suministro de agua para la población.
Sin embargo, explicó el ingeniero, “aún hoy en día no todos los embalses se usan para proveer agua potable. De esos 36, hay como 12 que son los principales que le dan agua a la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados (AAA) para suplirnos a nosotros”. El resto se continúa usando para riego agrícola en algunas áreas, para control de inundaciones, y para generar alrededor del 2% de la energía eléctrica que consume el país.
A través de los años
Para tener una idea de cuán rápido aumentó esa demanda de agua potable, Soderberg tomó el ejemplo de San Juan. Originalmente, cuando se limitaba al Viejo San Juan y Puerta de Tierra, se abastecía de agua de lluvia, pues casi todas sus viviendas tenían aljibes, unas estructuras que eran como unas enormes cisternas soterradas. Cuando ya esos aljibes no eran suficiente, se creó lo que bien puede considerarse la primera respuesta oficial a la demanda de agua de San Juan, el acueducto de Río Piedras, una estructura ubicada cerca de lo que es hoy día el Jardín Botánico, cuyas históricas ruinas se pueden visitar luego que fueran restauradas.
El acueducto de Río Piedras eventualmente dejó de ser suficiente y se creó el embalse de Cidra, “un lago pequeño, pero ya un embalse”, que hoy día continúa supliendo a la planta Los Filtros, en Guaynabo. Posteriormente, ante la incesante demanda en aumento, se estableció primero el embalse Las Curías, en Cupey, y luego, para la década de 1950, el embalse de Carraízo. Ya para la década de 1970, ya había otra vez problemas de suministro, y se estableció el lago La Plata, “para dar agua al oeste del área metropolitana, Bayamón, Cataño, Toa Baja, Toa Alta”.
Soderberg recordó que la población de la Isla creció rápidamente en el siglo pasado, desde menos de un millón de personas a principios de siglo hasta, hasta 3.9 millones de personas antes del año 2,000. “Y toda esta gente tiene sed, más la industrialización. Todo eso demanda agua. Así que se construyen estos embalses, muchos de ellos para suplir agua potable, como Carraízo y La Plata”.
Asimismo, otros embalses que utilizaban para propósitos de riego o propósitos de energía eléctrica, posteriormente “se convirtieron a suplir agua potable también”. Por ejemplo, el embalse Dos Bocas, que se usaba para generar energía eléctrica y hoy “suple agua para el superacueducto”; el embalse Guajataca, “que originalmente se hizo para riego agrícola y todavía da riego agrícola”, pero hoy suple agua a Aguadilla y otros municipios de esa zona, cuyas plantas potabilizadoras cogen agua de ese canal de riego.
En el sur, está el embalse Patillas, “que originalmente se creó para riego agrícola, y tiene hasta un canal de riego agrícola”, pero la AAA tiene tomas de agua lo largo de ese canal.
También, en el 1991, se inauguró “el lago Cerrillos, que ese el más grande del Caribe, y originalmente se creó para control de inundaciones, mayormente para el área de Ponce, pero hoy día parte de esa agua suple a Ponce y algunos pueblos limítrofes”.
También, trajo el “caso interesante de la represa Lucchetti”, en Yauco, “que se creó originalmente para riego agrícola y, de hecho, es la que suple el agua la Valle de Lajas, porque el agua subterránea en el Valle de Lajas está salada y no se puede usar para riego”. Sin embargo, según fueron desarrollándose los municipios del suroeste llegó un momento en que necesitaban más agua, y coincidió con la desaparición de la industria azucarera y el declive de la agricultura, así que la AAA le argumentó a la AEE, que está a cargo de ese embalse, que se podía usar parte del agua de lago, que ya no se estaba usando para fines agrícolas, para suplir a la población, y que esos municipios pudieran desarrollar nuevas urbanizaciones.
El mayor enemigo
Pero entonces llegamos al problema de la sedimentación, que viene afectando a estos embalses por décadas. Además de la erosión y sedimentación que ocurre de manera natural, explicó el ingeniero, “hubo un fuerte desarrollo en Puerto Rico de urbanizaciones, que empezó en los 50 y explotó en los 60 y los 70, y todo eso causa erosión de terrenos y sedimentación. Y empezamos a caer en esta situación de que los embalses están acumulando sedimentos y por lo tanto pierden capacidad de almacenar agua”.
El problema trascendió de manera más dramática “en la megasequía del 2015″, cuando Carraízo llegó a tener tan poca agua disponible que cientos de miles de personas estuvieron bajo un plan de racionamiento que llego a ser de tres días corridos sin agua y apenas uno con servicio de agua.
Ante el clamor porque se atendiera el tema de los embalses para asegurar un suministro de agua potable confiable, se establecieron proyectos como el superacueducto, para traer a la zona metropolita agua desde el lago Dos Bocas, y el dragado del lago Carraízo, que se llevó a cabo a finales de la década de 1990, por espacio de dos años, a un costo de unos $60 millones.
“Pero las fuentes de erosión de terrenos siguen, y por lo tanto ya hemos perdido la mitad de la capacidad de almacenamiento. Y eso fue antes de María. La mitad ya estaban llenos de tierra antes de María, y el presidente ejecutivo en ese momento dijo que, como poco, todos los embalses de Puerto Rico habían perdido 10% de su capacidad debido al tsunami de sedimentación que ocurrió durante María”, afirmó, recordando que María dejó un estimado de 40 pulgadas de lluvia.
Los dragados
Ante toda esa sedimentación que agregó María, abundó Soderberg, Acueductos pidió fondos a FEMA (Agencia Federal de Manejo de Emergencias) para dragar nuevamente Carraízo, y según había anunciado la corporación pública, se esperaba que de un momento a otro se escogiera la empresa que llevaría a cabo esos trabajos. El dragado como tal está previsto a comenzar en enero de 2023, y se estima que pueda tomar unos dos años.
Al momento, gracias a los fondos para recuperación que fueron asignados a Puerto Rico como respuesta a los daños que dejó María, el dragado de por lo menos cuatro de los más importantes embalses de la Isla (Carraízo, La Plata, Cidra y Toa Vaca) está incluido en las propuestas de uso que está evaluando la Agencia Federal de Manejo de Emergencias (FEMA, en inglés) para los más de $3,600 millones que le aprobó a la AAA, que es la entidad de gobierno a cargo de la mayor parte de los embalses, de acuerdo con la información que proveyó FEMA a este diario.
Por otro lado, de la información que sometió la AEE a la Legislatura como parte de la Resolución Conjunta del Senado 32, a mediados del año pasado, surge que “como parte de un programa de mitigación, FEMA ha asignado los siguientes fondos” para embalses: $58.2 millones para Dos Bocas; $41.7 millones para Caonillas; $21 millones para Guayo; $35.8 millones para Lucchetti; 18.9 millones para Guajataca; $7.7 millones para Guayabal; $3 millones para Matrullas; $2.7 millones para Loco; $1.2 millones para Guineo; 1.5 millones para Garzas; $19,000 para Guerrero. El informe de la Resolución no ofrece detalles sobre cómo se usarían esos fondos o qué cantidad, si alguna, sería para dragado.
Como parte de la información sometida para esa misma Resolución, la AAA estimó que el dragado de Carraízo costaría “entre $150-200 millones”. El dragado de Dos Bocas, embalse que califican como el “más crítico en cuanto a sedimentación”, se estimó en un costo de “$300-400 millones”.
La AAA recomienda dragar al menos “los 22 embalses principales” y calcula que el dragado de Carraízo, La Plata, Cidra, Dos Bocas, Caonillas, Patillas, Carite, Guyabal, Lucchetti y Loco costaría “entre $1,500 y $2,000 millones”.
El ingeniero Soderberg subrayó que es importante que el dragado se extienda más allá de Carraízo, a otros embalses con una situación de sedimentación incluso peor.
“Dos Bocas está sedimentado en un 63% (65.3%). Está peor que Carraízo. Lo que pasa es que Dos Bocas es tres veces el tamaño de Carraízo y además está en un área donde la sequía no le afecta, un área que llueve mucho. Y gracias a Dios no se ha afectado porque el Dos Bocas suple agua, no solamente en un 30% a San Juan, sino a los municipios que están entre Arecibo y San Juan, parte de Caguas, Gurabo y parte de Las Piedras. O sea, que si perdemos a Dos Bocas vamos a tener un grave problema de agua en Puerto Rico”, comentó Soderberg.
El ingeniero indicó que, aunque el costo del dragado de Dos Bocas, estimado en sobre $300 millones, pueda parecer un elevado, “más caro sería dejar sin agua a esos municipios que mencioné, las industrias, 30% del área metro”.
El experto resaltó también el embalse Guayabal que, aunque “es bien chiquito también es clave”. Guayabal “suple mayormente a Juana Díaz y algunos barrios de Ponce. ¿Y por qué es clave? Porque el acuífero del sur está comprometido, se está metiendo el agua salada y no se puede sacar más agua de la que se le está sacando. Y eso lo estableció Recursos Naturales en el 2016″.
“Y ese embalse está como un 60% (58.8%) lleno de sedimento, y si se pierde, ¿de dónde Juana Díaz va a sacar agua? Del acuífero del sur, porque no se van a quedar secos. Y eso va a provocar que se salinice todo el acuífero del sur”, indicó, agregando que ese embalse no sería tan costoso de dragar y posiblemente podría hacerse incluso desde la orilla.
De acuerdo con información suministrada a este diario por la AAA sobre la pérdida de capacidad de embalses por el efecto de la sedimentación, al comienzo de este año se estimaba que el embalse de Cidra había perdido 31.9% de su capacidad; La Plata 28.5%; Carraízo 53.7% y Toa Vaca 61%.
En la documentación sometida a la Legislatura el año pasado como parte de la RCS 32, la AAA presentó información que indica los siguientes niveles de pérdida de capacidad en otros embalses: Caonillas 33.6%; Carite 28.1%’Cerrillos 3.5%; Dos Bocas 65.3%; Garzas 17.9%; Guajataca 16%; Guayo 19.1%; Guayabal 58.8%; Guineo 23.3%; Lucchetti 54.6%; Matrullas 23.3%; Patillas 26.3%; Portugués 1.1%. Los embalses Loco, Prieto y Yahuecas habían perdido el 100% de su capacidad.
Mientras, los embalses más modernos, Fajardo y Río Blanco, “que se hicieron fuera del cauce del río, la sedimentación es menos, porque cuando llueve y el agua llega achocolatada, no permiten que esa agua entre al embalse”.
Según la AAA, al empezar este año el embalse de Fajardo solo había perdido 2.25% de su capacidad, y el de Río Blanco apenas 0.7%.
Las excavaciones
En cuanto a la maquinaria necesaria para hacer grandes trabajos de dragado en los embalses, Soderberg explicó que ese equipo no existe en Puerto Rico y es necesario traerlo desde otro lugar.
“Esas dragas se tienen que traer del exterior. Y eso es parte del costo. Porque eso no es un trailer, no es un camión, es una maquinaria bastante pesada. Y hay que traerla, me imagino al puerto de San Juan, descargarla, traerla por las carreteras, meterla en el embalse, y después cuando se acabe, hay que llevársela y devolverla. Y me imagino que parte de los costos altos es eso”, sostuvo.
Cuestionó por qué la AAA, y también la AEE, no adquirían una draga, “quizás no tan grande, pero para dar mantenimiento al dragado. En vez de esperar a que se llene 50% o 60% para dragar, quizá se puede hacer un dragado anual, o bianual. Entonces un año lo haces en Carraízo, un año en La Plata, y vas rotando”.
¿Qué hacemos con lo que se extraiga?
Por otro lado, el sedimento que se extrae de los embalses, contiene arena, en un porciento que varía según el embalse, y que puede venderse para su uso en construcción. Sin embargo, la mayor parte es un material fangoso que se tiene que depositar en unos terrenos designados para ese propósito, operación que también se añade al costo del dragado.
Y si bien los dragados cuestan decenas de millones de dólares por embalse, es poco en comparación con, por ejemplo, las pérdidas que sufrió Puerto Rico tan solo en la megasequía del 2015, que se estimaron en $1,000 millones por parte de la Asociación de Economistas de Puerto Rico.
“Así que vale la pena dragar”, insistió el ingeniero, agregando que aumentar la capacidad de los embalses podría evitar tener que recurrir a racionamientos en periodos secos.
Vital la reforestación
Más allá del dragado, Soderberg destacó que otro asunto de suma importancia para frenar la sedimentación en los embalses tiene que ver con la reforestación.
“El huracán María destruyó 144 millones de árboles. Eso lo dice el Instituto de Dasonomía Tropical. ¿Y cuántos árboles se han sembrado desde entonces? Unos 300,000. Si sacas la aritmética es menos de 1%. ¿Y qué significa eso? Que ahora cada vez que hay una lluvia intensa, no de un huracán o una tormenta tropical, quizás una onda, llegue más sedimento a los embalses que lo que llegaba antes de María”, indicó, recordando que los árboles y sus sistemas de raíces frenan el paso del agua y la erosión. “Es importante que se le dé prioridad a esa reforestación si quieres evitar que más sedimento llegue a esos embalses”, insistió el experto.
No menos relevante es que la AAA pueda atender de manera efectiva el problema de pérdida de agua que padece en su sistema de distribución en el que, según la propia corporación pública admite, se pierde el 60% del agua que se produce. Actualmente, la AAA tiene un programa para detectar y corregir esos salideros, la mayoría de los cuales son subterráneos y por tanto ni siquiera están a la vista.
En resumen, el dragado en primera instancia, pero también el dragado de mantenimiento y la reforestación, son todos elementos fundamentales para poder mantener un suministro estable de agua para diversos usos.
“Y todo esto cobra mayor importancia porque, como parte del cambio climático, va a llover menos, pero cuando llueva, va a llover torrencialmente. Y tenemos que tener la capacidad de almacenamiento para almacenar el agua cuando llueve, de manera que esté disponible el agua cuando no llueva”, subrayó Soderberg.