Tuvo que dejar el lenguaje rebuscado, “las palabrotas de domingo”, cuando se dio cuenta de que eso en la política no funciona. Le tocó aprender a hablar en arroz y habichuelas y, según él, lo consiguió.

“A mí me entiende todo el mundo. A mí me entienden en cualquier parte de Puerto Rico”, aseguró un risueño comisionado residente Pedro Pierluisi, quien habló cómodamente sobre su vida pública y privada mientras disfrutaba del café que él mismo se preparó en su apartamento de Condado.

Sin cambiarse la ropa que utilizó para kayaquear en la laguna que se ve desde el balcón de su casa, Pierluisi se acomodó en su sala minimalista, donde Sally y Harry lo miraban mientras hablaba.

“Estaba acostumbrado a impresionar a la gente por la manera en que hablaba”, admitió el hombre de 51 años que de niño declamaba poesías. Hasta ganaba competencias. Ahora, sin embargo, no se acuerda de ninguna. Tampoco se memoriza los chistes.

“Si me sé dos o uno es mucho. Soy un desastre haciendo chistes, sin embargo, hago muchos comentarios que son jocosos. Quizás no se ve en la faceta pública, pero en mi casa me conocen como un caso porque bromeo todo el tiempo”, afirmó sobre un aspecto de su carácter que, en efecto, no se nota.

La explicación podría estar en las muecas.

“Yo hago muchísimas muecas y eso es malo para televisión. En las fotos, ¡ay bendito!, salgo con muecas bien intensas, serio, y el que me conoce dice: 'parece un ogro'”, elaboró para justificar por qué puede parecer medio “trinco”. “Pero cada vez estoy más cómodo, más suelto, más tranquilo”.

Esa “tranquilidad” le ha permitido relajarse a tal punto que ha bailado reguetón en público, algo que puede ser atractivo en una campaña política.

¿No le importa que lo vean?

Yo debo estar hasta choteao. ¿Tú sabes las fotos que puede haber yo parado al lado de alguien indeseable?

De la misma manera en que el egresado del Colegio Marista ha caído en los brazos del perreo, también se ha rendido ante el suculento colesterol de las alcapurrias de Loíza. En campaña, cuando pasaban por este pueblo costero, alguien de la caravana decía por los altavoces que Pierluisi tenía un bajón de grasa.

“Después de la campaña me engordé. Me gusta comer bien. Hago mis comidas bien hechas”, afirmó, y por la manera en que lo dijo era difícil ponerlo en duda.

Exagerado como dice que es, comer para Pierluisi es una experiencia que prolonga cada vez que tiene la oportunidad, sobre todo cuando la acompaña con un buen vino.

“Soy bien exagerado, apasionado. Hago las cosas como si esto se acabara mañana; me como la comida igual”, aseguró con cierto histrionismo el ex secretario de Justicia.

Aunque se considera un tipo de buen carácter, son varias las cosas que lo ponen de malhumor.

“Cuando tengo hambre soy insoportable. No me gusta pasar hambre. Me gusta dormir y casi nunca pierdo el sueño. (Duermo) seis o siete horas y si no las duermo puedo estar de malhumor. No me gustan las reuniones corridas sin darme espacio”, detalló en una lista que parecía que no tendría fin. Él se dio cuenta.

“Parecerá como si estuviera malhumorado todo el día”, reflexionó.

Pero no. Le encanta pegar vellones y hacer ridiculeces.

¿Como cuáles?

Qué se yo. 'Wow, eso me quedó bien, me agité, mira para allá lo agita'o que estoy'. Las reuniones conmigo son toda una experiencia porque soy bien intenso. Me esfuerzo en todo lo que hago, es la verdad. Trato de ser totalmente espontáneo.

Y lo ha sido, sobre todo en el periodo cuando su divorcio lo regresó a la vida de soltero.

“Duró dos años el brinco y el salto. Yo me lo disfruté, pero realmente como que no es mi estilo”, sostuvo.

De formación católica y respetuoso de las doctrinas de la Iglesia en la que lo educaron, Pierluisi quería que su matrimonio fuera “para toda la vida”.

“Eso siempre es una crisis. Lo fue en mi caso porque en mi casa mis papás van a cumplir 60 años de casados. Yo en mi casa vi que uno se casa para toda la vida y fue muy difícil pasar por eso”, declaró.

No vivir bajo el mismo techo con sus cuatro hijos fue traumático. “En esa etapa de mi vida yo me visualizaba que iba a estar con la madre de mis hijos el resto de mi vida y esa parte, pues, también dolió. Los seres humanos no somos perfectos y hay veces que no salen las cosas como quisiéramos”, razonó.

Su separación y el asesinato de su hermano José Jaime en 1994 han sido los momentos más dolorosos en la vida de Pierluisi.

“La muerte de mi hermano fue una pérdida muy grande física”, expresó. Su fe, sin embargo, le permitió darle un giro positivo a través de la fundación que lleva el nombre de quien fuera asesor económico de Pedro Rosselló. “Los momentos así, de reto, de un gran logro, alguna circunstancia negativa, pienso en Dios y pienso en mi hermano”.

El amor, afortunadamente, le volvió a sonreír.

Su hermana menor se puso en el rol de celestina y lo empató en un blind date con María Elena, una economista que, según él, “está fuera de serie”.

“Nadie sabe más de economía y finanzas que ella en la Isla. Intelectualmente, ella no es mi par, es hasta superior a mí y profesionalmente ha tenido un éxito extraordinario, mayor que el mío”, observó con una notable admiración por la mujer que, como él, es minimalista y organizada.

La vida en Washington le gusta porque es más anónima y María Elena la prefiere. De cara a unas nuevas elecciones, ese anonimato lo podría disfrutar durante cuatro años.

¿La posición de comisionado es la única que le interesa?

Es que no es cuestión de interés, es que es lo que hay, es la que hay.

“Es la que está disponible”, reiteró entre risas el político que asegura que a él se le nota todo.