¿Hay que tomarse en serio las amenazas de Donald Trump?
Sus palabras ya generaron algunas consecuencias incluso antes de llegar a la Casa Blanca.
PUBLICIDAD
Washington. Cuando Donald Trump habla de no descartar el poder militar estadounidense para tomar el Canal de Panamá o considera la idea de anexionar Canadá, el futuro mandatario estadounidense está usando una de sus más conocidas técnicas para negociar, ¿pero cómo entender sus amenazas y promesas cuando llegue al poder?
El republicano, que ya gobernó el país entre 2017 y 2021, volverá el próximo lunes a la Casa Blanca con un centenar de promesas que asegura que cumplirá en su primer día en el cargo, como deportaciones masivas de migrantes, el indulto para los encausados por el asalto al Capitolio o la derogación de políticas medioambientales.
Relacionadas
En las últimas semanas como presidente electo ha sacudido además el tablero internacional con amenazas arancelarias contra sus dos vecinos, México y Canadá, e incluso con la broma, cada vez más insistente, de incorporar el territorio canadiense como el estado número 51 de Estados Unidos.
Trump también ha desatado la indignación en Panamá al amenazar con recuperar el control estadounidense del canal, traspasado a los panameños en 1999, y ha desempolvado su vieja idea de comprar Groenlandia, un territorio danés de alto valor estratégico.
Durante el primer mandato del magnate neoyorquino, no siempre estuvo claro si su retórica, muchas veces incendiaria, escondía intenciones reales o si, por contra, era una maniobra de distracción o una forma de presión para forzar algún tipo de negociación.
Trump no es solo un hombre de negocios del mundo inmobiliario, sino también una celebridad de la televisión muy acostumbrada a conseguir atención pública mediante la provocación.
Su estrategia para negociar y ascender, que la aprendió del abogado neoyorquino Roy Cohn, consiste en atacar siempre, nunca disculparse y jamás admitir una derrota.
Para algunos, sus últimos comentarios son solo ocurrencias. El secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, dijo, a pocos días de dejar el cargo, que “no merece la pena invertir tiempo” en hablar de la anexión de Groenlandia o del Canal de Panamá porque son cosas que no van a ocurrir.
En cambio, el congresista republicano Carlos Giménez advirtió en una entrevista con Fox Business de que a Trump hay que tomarlo “en serio, aunque pueda sonar un poco extraño” lo que dice.
“Su estilo lo ha demostrado, es una técnica que plantea situaciones que pueden parecer inverosímiles con el propósito de poner el tema sobre la mesa”, dijeron a EFE fuentes del Partido Republicano.
Lo cierto es que sus palabras ya generaron algunas consecuencias incluso antes de llegar a la Casa Blanca.
El troleo al que sometió al primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, rebajándolo al nivel de gobernador, debilitó aún más al político canadiense en un momento en el que se enfrentaba al declive de su popularidad y a una revuelta interna. Herido de muerte, anunció su dimisión en diciembre.
El republicano amenazó además con hacer sufrir “un infierno” a Hamás si no liberaba a los rehenes antes de su investidura y la participación de su equipo fue clave para desbloquear el acuerdo para la tregua en Gaza anunciado el miércoles.
Pero por otro lado, durante su primer mandato muchas de las medidas que anunció a bombo y platillo no lograron materializarse, ya sea porque naufragaron en los tribunales o por problemas en su implementación debido a una Administración a veces caótica.
Por ejemplo, ahora asegura que, al poner un pie en el Despacho Oval, pondrá fin a la ciudadanía por nacimiento - un principio consagrado en la Enmienda 14 de la Constitución- para evitar que los hijos de los migrantes indocumentados adquieran la nacionalidad estadounidense.
Sin embargo, eso requeriría una modificación de la Constitución aprobada por dos tercios de ambas cámaras del Congreso y ratificada por tres cuartas partes de los 50 estados del país, algo prácticamente imposible.