Washington. El ave nacional de Estados Unidos está más amenazada de lo que se creía, ya que cerca de la mitad de las águilas calvas analizadas en todo el país muestran signos de exposición crónica al plomo, según un estudio publicado el jueves.

Luego de estar al borde de la extinción, la población de águilas calvas ha resurgido desde que Estados Unidos prohibió el pesticida DDT en 1972, pero se han encontrado niveles nocivos de plomo en los huesos del 46% de estas águilas analizadas en 38 estados, desde California hasta Florida, reportaron investigadores en la revista Science.

En las águilas reales se hallaron índices similares de exposición al plomo, algo que, según los científicos, significa que estas aves de rapiña probablemente consumieron carroña o presas contaminadas con plomo proveniente de municiones o equipos de pesca.

Para evaluar la exposición crónica y aguda al plomo se examinaron la sangre, los huesos, las plumas y el tejido hepático de 1,210 águilas entre 2010 y 2018.

“Es la primera vez para cualquier especie silvestre que hemos podido evaluar la exposición al plomo y las consecuencias para la población a escala continental”, dijo Todd Katzner, coautor del estudio y biólogo de la fauna silvestre del Servicio Geológico de Estados Unidos en Boise, Idaho. “Resulta sorprendente que casi el 50% de estas aves estén expuestas al plomo de manera repetida”.

El plomo es una neurotoxina que, incluso en dosis bajas, perjudica el equilibrio y la resistencia de las águilas, reduciendo su capacidad de volar, cazar y reproducirse. En dosis elevadas provoca convulsiones, dificultades respiratorias y la muerte.

En el estudio se calcula que la exposición al plomo reduce el crecimiento anual de la población de águilas calvas en un 4% y de águilas reales en un 1%.

Las águilas calvas son uno de los casos más célebres de éxito en materia de conservación en Estados Unidos, y en 2007 fueron retiradas de la lista de especies en peligro de extinción.

Sin embargo, los científicos afirman que los altos niveles de plomo siguen siendo preocupantes. Además de suprimir el crecimiento de la población de águilas, la exposición a este metal reduce su capacidad de resistencia para afrontar futuros retos, como el cambio climático o las enfermedades infecciosas.