¿A dónde van los peces cuando se cierra un acuario?
Te explicamos con el caso de la clausura de una exposición en el acuario de Monterey.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 3 años.
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Monterey. Las anguilas, a San Francisco; las tortugas, a San Diego, y los peces “más ludópatas”, a un casino de Las Vegas. La diáspora llega al acuario de Monterey, que cierra una de sus exposiciones más populares, pero que quiere darle una segunda vida repartiéndola por todo Estados Unidos y hasta en México.
La muestra “Viva Baja!” llevaba cinco años exhibiendo en esa ciudad estadounidense las maravillas de la fauna y flora marina de la Baja California, en la costa del Pacífico de México, pero ahora está siendo desmontada para dar paso a otra que abrirá el próximo año y que mostrará las criaturas de las profundidades del océano.
Esto ha hecho que sus inquilinos, desde las simpáticas anguilas de jardín, que emergen curiosas de la tierra como si de flores se tratara, hasta los majestuosos caballitos de mar del Pacífico (una especie amenazada), tengan que montarse en camiones y hacer millas de carretera hasta sus nuevos destinos.
Anguilas a la carretera
Con el cierre de la muestra, las distintas especies que durante tanto tiempo convivieron bajo el mismo techo en Monterey se han dicho adiós y han embarcado en una serie de “road trips” por Estados Unidos, que por ejemplo llevarán a las anguilas a la Academia de Ciencias de San Francisco, y devolverán a las tortugas del desierto a su hogar anterior en el Zoo de San Diego.
Uno de los destinos más curiosos es el de los jorobados de penacho, unos peces con un frente abultado que parece una joroba -de ahí su nombre- y maestros del camuflaje que a partir de ahora deleitarán a los jugadores entre los pasillos afelpados del casino Mandalay Bay de Las Vegas.
Los nuevos hábitats no fueron elegidos al azar, sino que se estudió el caso de cada especie y se tuvieron que encontrar centros que cumpliesen con las regulaciones y hubiesen sido aprobados previamente por parte de la Asociación de Zoos y Acuarios de Estados Unidos.
No sabrían sobrevivir en libertad
“Muchas personas nos preguntan por qué no podemos sencillamente devolverlos al océano, pero al haber crecido en cautividad en el acuario, no sabrían cómo sobrevivir en libertad y lograr alimento”, cuenta Beth Redmond-Jones, la vicepresidenta para exposiciones del Acuario de la Bahía de Monterey.
En la capital del juego, los jorobados de penacho disfrutarán de todas las ventajas que les ofrece una gigantesca pecera y la atención continua de los responsables del casino-hotel, pero eso sí, deberán ceder la fama a sus inquilinos más populares y nuevos vecinos: los tiburones.
A diferencia de lo que ocurre con los museos de arte o de historia natural, en los acuarios las exposiciones itinerantes no son nada habituales, puesto que requieren que toda la instalación esté ya perfectamente lista y adecuada cuando llegan los animales, un proceso costoso y que lleva varios meses.
“Hay que instalar sistemas completamente nuevos que los mantengan vivos. Por ejemplo, agua cálida para una exhibición tropical; agua muy fría para otra sobre las profundidades del fondo marino...”, cuenta la vicepresidenta del acuario, quien apunta que por este motivo, normalmente las exposiciones nacen y mueren en la misma institución.
Al otro lado de la frontera
Son únicamente las 7:00 de la mañana y John O’Sullivan, director de colecciones del acuario, está ataviado con un chaleco amarillo y un casco de construcción, mientras pasea entre los operarios que desmontan frenéticamente las enormes peceras, paneles y reproducciones de la costa y el suelo marino: los dos camiones que se las llevarán hasta Ensenada, México, llegarán en las próximas horas.
“Uno de los retos de trasladar una exposición a otra institución es que la instalación cambia, como por ejemplo el tamaño de los acuarios, su volumen y peso, o el espacio en el suelo que determinará cuánta gente puede pasar”, cuenta O’Sullivan, nervioso porque los camiones se están demorando más de lo esperado.
Serán nueve horas por carretera hasta el Museo de Ciencias Caracol de esa localidad costera de la Baja California, y eso con permiso de los agentes de aduanas mexicanos, que tendrán que dar su visto bueno para que esta carga tan poco habitual cruce la frontera.