Pekín, China-Camina de un pasillo a otro enseñando cómo ha ido evolucionando el montaje de los salones, donde atienden a los niños y adolescentes de la escuela que presentan necesidades educativas especiales.

La puertorriqueña Sharleen Meléndez Rivera lo hace con alegría y orgullo al ver que el programa de Educación Especial –que ella dirige en la Academia Chaoyang Kaiwen– va tomando forma y el que ha ido levantando desde cero.

En agosto de 2017, Sharleen llegó para la apertura de esta moderna institución educativa con el objetivo de laborar en una de las pasiones de su vida.

Con un bachillerato en Psicología del Recinto Universitario de Mayagüez y una especialidad en Educación Escolar en la Chicago School of Sociology, la manatieña, de 31 años, arribó a Pekín con una experiencia laboral en esta área desde Chicago.

Y el inicio del programa, recordó, no fue tan sencillo. En el primer año escolar 2017-18, ella era la única empleada en el departamento, en una academia que presentaba una matrícula de 250 estudiantes, de kínder a duodécimo grado.

Ese primer año, Sharleen precisó que –con la ayuda de tutores- identificaron entre 30 y 40 casos de niños y adolescentes con alguna discapacidad. Y ella tenía que darle forma al programa y atender a los estudiantes al mismo tiempo. “Obviamente, no podía ver a todos los estudiantes en la semana. No era lo ideal, pero era mi realidad”, cuenta.

Durante ese periodo también encontró resistencia en los padres a la hora de reconocer que sus hijos presentaban algún problema de aprendizaje y que necesitaban una atención especial. Era una experiencia diferente a la de Chicago, donde los progenitores mostraban mayor apertura al tema.

“Ha sido un reto, porque en la cultura –en general en China– este tipo de situación de problemas de aprendizaje, de autismo y de salud mental para ellos no existe. Es muy difícil esa relación con los padres para enseñarles lo que está pasando y que puedan aceptar el proceso de ayuda y de servicios que ofrecemos para sus hijos”, cuenta Sharleen a Primera Hora en medio de un recorrido por la institución.

“Es un poco revolucionario, incluso, para los maestros. Para ellos también es difícil entender este proceso, pero tratamos de educarlos y entonces trabajar directamente con los niños para desarrollar todas las áreas que necesitan y que, eventualmente, se traduce a una mejor salud mental para cada uno de ellos”, comparte.

Ya para el segundo y tercer año escolar, Sharleen logró que la dirección de la academia le brindara más recursos de personal y de materiales en los salones. “En el segundo año me dieron otra consejera y ahora mismo tengo un equipo de cinco personas con dos tutoras de casos que nos ayudan en el proceso de identificación”, dice la educadora al precisar que continúa atendiendo alrededor de 40 niños y adolescentes en medio de una matrícula de 600 estudiantes.

“Queremos tener más recursos para cumplir a cabalidad con los niños. Es algo que hablamos todos los años”, añadió.

Pero a pesar de los obstáculos que ha enfrentado en el camino, Sharleen celebra la mejoría en el aprendizaje de sus estudiantes. Siente una enorme satisfacción al entender que está aportando un granito de arena en un área esencial en la educación de este país.

“Aunque ha sido un reto, a la misma vez cuando vemos la vida de un niño cambiar es sumamente gratificante. El programa ha ido madurando y hemos graduado a estudiantes que llegaron con serias dificultades para aprender. Los hemos visto crecer dentro de sus propias capacidades y es algo que me llena mucho. Siento mucha pasión por lo que hago aquí en bienestar de esa niñez que necesita una ayuda especial en la enseñanza”, termina diciendo con una sonrisa.