Pareja boricua brinda esperanza a niños y mujeres en Nepal
Mirely Rivera y Gilberto Santos han sabido llevar una educación de profundos valores sin imponer sus creencias.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 5 años.
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Pokhara, Nepal. Mirely Rivera aún se emociona cuando recuerda el momento en que salió de la Isla sin boleto de regreso. La fortalece saber que la misión que emprendió con su esposo Gilberto Santos ha valido la pena.
Lo confirma en las sonrisas de las decenas de niños y niñas con los que trabajan en la capital nepalés o en alguna aldea de la cordillera Himalaya.
Su talento para el dibujo y su vocación de educadora son sus herramientas principales para enseñarles valores humanos, seguridad en sí mismos, cuidado personal e introducirlos en las lecturas dramatizadas.
Uno de sus trabajos más significativos fue ilustrar una serie de diez cuentos que se ofrecían en la corriente escolar y transformar las ilustraciones con rasgos, tradiciones, flora y fauna representativos del país. Eso le ha permitido un acercamiento todavía más personal con los menores.
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“Esos niños se lo gozan”, dijo satisfecha.
Acompañamos a Mirely y Gilberto a Pokhara, un pueblo mayormente turístico porque es el punto de salida para practicar el trekking o senderismo en las montañas.
Visitamos el hogar Elsa, dirigido por Raju y Gyanu Gurung, un matrimonio nepalés que adoptó la religión evangélica y apoyado en esa fe le brindan techo, alimento, educación y demás necesidades básicas a niños y adolescentes que fueron entregados voluntariamente por sus padres, han tenido la pérdida de su papá o mamá y el sobreviviente no puede cuidar de ellos, o han sido removidos de situaciones trágicas de trata humana, como explotación sexual o trabajo en las calles.
La experiencia fue un torbellino de emociones. El grupo de niñas y niños los recibió con expresiones de alegría y respeto, pues los ven como unos maestros y esa profesión es casi sagrada en este país.
“La visión del maestro acá es bien diferente, hay un respeto hacia él. Se ve mucho en la religión, porque ellos entran a un monasterio y está su Guru ahí, que te va a enseñar todo. El maestro es alguien que te va a guiar tanto en un aspecto religioso o en un aspecto secular”, mencionó Mirely.
Los boricuas llegaron cargados de útiles escolares que les donaron en su visita a Puerto Rico en el pasado verano y listos para leer cuentos, dibujar, orar, cantar y visitar con los menores la Shanti Stupa y la cascada Devil.
El agradecimiento se les desbordaba en las caritas inocentes. Era imposible no sentir el deseo de adoptar alguno, pero eso está prohibido a los extranjeros en Nepal, aún a ellos que cumplen 13 años residiendo en el país. Esa es una de las frustraciones de esta mujer fajona, cariñosa y detallista, pero ese proyecto de vida quizás lo cumplan en Puerto Rico.
Tanto a Mirely como a Gilberto les afectan las condiciones establecidas para las mujeres nepalesas, que en la mayoría de los grupos étnicos quedan rezagadas al trabajo doméstico o al cuidado de los hijos.
Cuando una mujer nativa se casa, debe servirle a la familia de su esposo por un año, y en casos en que los maridos se enfermen y queden encamados o ciegos (algo muy común por los pobres cuidados de salud), muchas optan por entregar los hijos para dedicarse a ellos.
En este país federal democrático republicano, el 40% de la población no sabe leer ni escribir, y quienes logran educarse son mayormente los hombres.
“El que tiene más educación es el hombre a causa de que la mujer no es muy bien apreciada desde que nace. Según la religión (hinduismo), ellos desean tener un varón, ya que ese varón va a traer fortuna a tu casa, porque se va a casar con una mujer que te va a traer una dote (dinero) y va a traer bendición para tu casa”, detalló Gilberto.
A las niñas que son amadas tanto por sus papás como mamás, les colocan una pantalla en la nariz. “Esa pantalla significa que su papá la ama, la aprecia, que su familia está feliz con ella”, agregó.
Mirely ha logrado canalizar la frustración que le causa el trato hacia la mujer desarrollando también talleres de salud, nutrición, educación y trabajo para ayudarlas a tener cierta independencia.
“Nuestro deseo es valorar a la mujer y empoderarlas. Cuando vamos a las aldeas, las orientamos sobre salud, porque si pueden tener control de su salud, van a poder trabajar y servir mejor a la comunidad, y también darle herramientas de cómo levantar sus pequeños negocios, cómo alimentar bien a sus hijos; el conocimiento ayuda a que ellas puedan desarrollarse mejor, y si se puede crear una empresa en la que ellas puedan desarrollarse y darle educación extra, también”, apuntó la toabajeña.
Al momento de esta publicación, Mirely y Gilberto realizan uno de sus trabajos sociales en una aldea. Acompañados de otros filántropos de Estados Unidos y Latinoamérica ofrecen un taller de verano a niños y niñas que, según ellos cuentan, ya los menores esperan.
Los ven llegar y les llaman por sus nombres, y cuando alguno de ellos decide quedarse en la ciudad, lo echan de menos.