Nota del editor: La serie Boricuas en la Luna destaca las historias de los puertorriqueños que han extendido las fronteras de la Isla al establecerse por el mundo, cargando con nuestra bandera, cultura y tradiciones.

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La pasión por servir y evangelizar a otros llevó a Annie González a convertirse en misionera. Esa travesía, aunque la alejó de su tierra natal, Puerto Rico, transformó su vida y la hizo cambiar algunas ideas preconcebidas.

González nació y creció en Río Piedras.

Desde muy joven asistió a la iglesia evangélica, donde escuchó hablar sobre “misiones”, un término que avivó el deseo que sentía de servir a otros.

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Fue a la edad de 24 años cuando, a través del grupo ‘Juventud con una misión (JuCUM)‘, decidió capacitarse para convertirse en misionera por el mundo. Y fue a su vez esa capacitación lo que la llevó a salir de Puerto Rico por primera vez en su vida. González se trasladó a la vecina isla de República Dominicana para llevar a cabo su formación.

Su primer viaje como misionera

La “escuela”, como le llamó en entrevista con Primera Hora, duró seis meses, tiempo en el que aseguró sintió que hacía lo que estaba llamada a hacer.

“Luego de esa escuela pues siempre se hace un viaje como para otro sitio para poner en práctica lo aprendido”, explicó.

Su primer viaje como misionera oficialmente llegó antes de que recibiera las 25 primaveras, cuando viajó a Cuba y Venezuela a “predicar la palabra de Dios y servir a otros”.

“Nosotros allá hacíamos un trabajo de ayuda humanitaria. Hacíamos actividades para darles ropa, comida, para cubrir sus necesidades. Era algo así básicamente de ayuda (para la gente)”, recordó sobre la labor, que no está únicamente relacionada a la predicación religiosa.

Ese primer viaje culminó, pero no acabó con su deseo de ayudar y evangelizar, sino que hizo florecer el deseo de continuar con esa labor. González entonces continuó trabajando con JuCUM y visitando países. En ese momento, realizaba misiones en países y luego regresaba a Puerto Rico.

Cambio de rumbo

Para el año 1998 sus ganas de continuar creciendo su labor la llevaron hasta México, donde asistió a un congreso de misioneros que cambiaría el rumbo de su vida.

Allí conoció la labor que realizaba una organización española para “evangelizar musulmanes”.

“Conocí una organización española, pero que estaba ubicada en una ciudad que está en el norte de África que se llama Ceuta”, dijo.

La admiración por el trabajo que se enteró que hacían la llevó a tomar la decisión de capacitarse también en ese área. “Me fui para allá (a Ceuta) para otra capacitación”, dijo.

Ese viaje, sin embargo, cambiaría su vida.

Y es que la experiencia no fue solo educativa, sino también amorosa. Allí conoció a César Jesús Pérez, un hombre que tomaba el mismo curso que ella y con el que inició una relación sentimental.

“Él se estaba capacitando también y nos conocimos ahí”, mencionó González, que además narró que tras finalizar la capacitación, regresó nuevamente a Puerto Rico y su pareja se quedó en Ceuta, por lo que la relación se convirtió en una a larga distancia.

En el 98 no existía el mismo acceso a Internet y telefonía que existe hoy. Así que la pareja recurría a una llamada semanal para mantener viva la relación.

“Me llamaba todos los sábados. En ese tiempo estaban las cabinas telefónicas, que había que ponerle moneda. Y yo recuerdo que yo escuchaba el sonido de las monedas entrando y yo le decía: ‘Yo te salí cara’. Él gastaba todos los sábados mucho dinero en eso, y así estuvimos unos meses”, rememoró también.

La relación, no obstante, pronto superó el escollo de la distancia porque ella aceptó una oferta de trabajo de la organización con la que se capacitó para servir de misionera en la ciudad de Ceuta, donde radicaba su pareja.

Retos culturales

Cuando llegó el momento de mudarse, aunque González no se había radicado nunca de lleno fuera de Puerto Rico, ya estaba acostumbrada al “ir y venir” de sus misiones. Por lo que el traslado no le provocó ningún tipo de ansiedad ni problemas.

Eso, sin embargo, cambió unas semanas después.

Y es que aunque se mudó cargada de ilusión porque eso significaba volver a ver a su pareja, estabilizar su relación amorosa y trabajar en lo que la apasionaba, también provocó un huracán de emociones vinculadas a las diferencias culturales que experimentó.

Según contó, lo que más le afectó de su mudanza a Ceuta fue el trato de la gente. Ese “calor” que asegura sentir incluso con extraños en Puerto Rico, no lo encontró.

“La gente era como que más individuales. No eran así como que muy familiar como los puertorriqueños”, dijo sobre la situación que enfrentó al convertirse en parte de la diáspora boricua.

Esa falta de empatía se combinó con la cercanía de las Navidades, lo que la sumió en la nostalgia.

Para entonces ya se había casado, y fue su esposo quien, reconoce, la ayudó a identificar que estaba atravesando un momento difícil en el proceso de adaptación y que le hacía falta el “calor boricua”.

“Él sabía que para mí estaban siendo muy difíciles todos los ajustes que tuve que hacer del cambio de país, de la gente... Él percibió eso, y me dijo:‘Tu necesitas pasar las Navidades en Puerto Rico’”.

González y su esposo compraron pasajes, y disfrutaron de casi un mes entero en la Isla.

“Fue como una recarga que me permitió continuar”, recordó sobre ese mes.

Desaprender para aprender

La vida continuó para la pareja.

Y González narro que tras la recarga que le dejó Puerto Rico, aprendió que “hay que ajustarse a lo nuevo, claro, sin olvidar las raíces de uno” y que enfocarse en lo positivo y no en lo negativo de los nuevos lugares, la ayudó en su proceso.

“Enfocarse en la etapa nueva que uno está, ayuda”, mencionó.

Fue en Ceuta, y posteriormente en la ciudad de Marruecos, donde la pareja continúo evangelizando. También donde González comenzó a desaprender conceptos e ideas que antes daba por hecho.

“Después de Ceuta nos mudamos a Melilla y luego Marruecos... Llegué allí, y allí evangelizábamos. Claro, se hace con un estilo muy diferente a nuestros países occidentales, donde hay libertad de culto y más oportunidades, pero se hace. Es un tipo de evangelización como por amistad, estableciendo vínculos primero con las personas y aprovechando oportunidades para hablarles luego de Dios”, detalló.

Annie y su esposo trabajaban en Marruecos en una casa de acogida de niños recién nacidos que habían sido entregados por sus padres y que esperaban para ser adoptados.

Annie González en Marruecos junto a su esposo
Annie González en Marruecos junto a su esposo (Suministrada)

Esa experiencia la hizo forjar un nuevo concepto sobre los países musulmanes y dejar atrás “el temor” preconcebido.

“Yo tenía esto que uno ve, verdad, por la televisión mayormente, de que -los musulmanes- son agresivos, que son violentos. Pero mientras viví allí en medio de ellos, yo tuve todo lo contrario. Fueron súper hospitalarios, respetuosos, nos trataban muy bien. Y como veían que estábamos haciendo un trabajo sin interés, eso les impactaba. Eso también me impactó a mí y mi visión cambió”, dijo.

Así, la experiencia esta boricua por el mundo se transformó en una de fe a nueva esperanza.

En medio de todo ese trabajo, nació único hijo. Y tras cuatro años en Marruecos, la pareja decidió tomarse un año sabático en el que hicieron de Puerto Rico su hogar.

“Nos fuímos a Puerto Rico. Allí nuestro hijo comenzó a tener un estilo de vida diferente. Y también estuvo en un colegio allí. Aprendió inglés. Estuvimos con la familia, con la iglesia y fue bueno, la verdad. Yo creo que nos hacía falta”, relató.

Culminado ese periodo, regresaron a España, pero esta vez al sur, en Málaga, donde todavía viven, y donde “Annie” González reconoció a este diario que su experiencia como misionera además que ayudarla a romper con estereotipos, también la ha hecho fluír.

La sanjuanera sigue viviendo y compartiendo su fé. Y además, se certificó como consejera emocional, tema que trabaja a través de la pantalla de Revelation TV, un canal de habla inglesa con el que colabora.

Aunque ya lleva 25 años radicada en España, las experiencias y aprendizajes que le dejó la vida misionera no han hecho que Puerto Rico esté fuera de los planes de González y su familia.

Annie González y su familia en Málaga, España.
Annie González y su familia en Málaga, España. (Suministrada)

“A veces mi marido me dice: “¿Qué te parece si nos jubilamos en Puerto Rico?‘. Me lo ha dicho así. A veces yo veo que él lo siente más que yo”, cerró diciendo González, que dejó la puerta abierta a esa posibilidad.

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