Joven boricua calienta sus días en Londres con café puertorriqueño y mofongo
En una ciudad de comida sin sazón y cielos grises, Diego Mojica se las ingenia para mantener vivas las tradiciones en la capital británica.

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Nota del editor: La serie Boricuas en la Luna destaca las historias de los puertorriqueños que han extendido las fronteras de la Isla al establecerse por el mundo, cargando con nuestra bandera, cultura y tradiciones.
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Diego Javier Mojica Winchester dejó su hogar en Caguas para perseguir sus sueños académicos en Londres, una ciudad de 8.9 millones de habitantes que le ofrece grandes oportunidades, pero donde también la comunidad de sus compatriotas es escasa.
Desde su llegada en agosto de 2021, el joven pelirrojo de 22 años ha tenido que crear conexiones de su tierra caribeña en la fría capital inglesa. Se mudó motivado por el sistema de calificación de las universidades, que se basa en grados como First Class y Upper Second Class, a diferencia de Estados Unidos, que utiliza letras con un promedio, además de ser más económico.
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Diego es actualmente estudiante a tiempo completo, cursando una maestría en Estudios Latinoamericanos en University College London tras completar un bachillerato en Relaciones Internacionales y Política con una concentración menor en Historia de Northeastern University London.
Vive junto a su flatmate ecuatoriano, Guillermo Iván Sierra, en un apartamento cercano al icónico Tower Bridge.
En ocasiones, cuando le preguntan de dónde es, su respuesta genera sorpresa, pues le dicen que no parece del Caribe, lo que para él se convierte en una oportunidad para hablar de la riqueza cultural de Puerto Rico.

“Cuando le digo a la gente que soy de Puerto Rico, y no saben dónde es Puerto Rico, les digo que es una isla en el Caribe. Entonces, ven que soy pelirrojo con pecas, bien blanco, y me miran de arriba hacia abajo y dicen: ‘you don’t really look like you’re from the Caribbean, mate’ (‘no pareces realmente del Caribe, amigo’)”, relató en entrevista con Primera Hora desde Londres.
“No hay una comunidad grande de puertorriqueños en Londres. A veces soy la primera persona de Puerto Rico que un inglés conoce, y básicamente me toca representar al país y explicarles qué es el coquito o hablarles de nuestra música”, agregó.
Ese compromiso de representar a Puerto Rico lo ha llevado a reflexionar sobre cómo se percibe el Caribe en el Reino Unido.
“Eso me ha pasado muchas veces en esta ciudad por el contexto histórico. En el Reino Unido cuando hablan del Caribe usualmente se refieren a las islas que fueron colonizadas por los ingleses, como Jamaica, las Bahamas y Trinidad y Tobago. El Caribe se asocia con África y la negritud. Hubo una ola migratoria de jamaiquinos a Londres (conocida como Windrush Generation) después de la Segunda Guerra Mundial. Buscaban gente para ayudar a reconstruir la ciudad. Esa generación impactó mucho la demografía de Londres”, explicó.
Entre mofongo y café: así se las ingenia en la cocina
Lejos de los sabores de casa, Diego recurre a recetas en Internet y a llamadas con su familia en Puerto Rico para preparar platos boricuas con los ingredientes que logra encontrar en Londres. Con esfuerzo, consiguió la crema de Coco López en una tienda colombiana, una maceta y un pilón para hacer mofongo en una tienda nigeriana al norte de Londres.

“Yo estaba caminando y vi a dos señoras que eran de Nigeria porque les pregunté, y estaban hablando igbo o yoruba, y les dije que estaba buscando esto (la maceta). Le di mi teléfono, lo miró, y dijo que conocía dos sitios. El primer sitio no me gustó el pilón que me demostraron y en el otro fue que encontré la maceta y el pilón que actualmente tengo en mi apartamento y que utilizo para hacer mofongo”, contó.
Este boricua en la Luna también hace tostones y amarillos cuando quiere comida de casa. “Mucho de lo que hago suele ser concentrado a plátano porque es un poquito más fácil encontrarlo”, dijo.
Los plátanos los consigue a tres por dos libras esterlinas, unos 2.50 dólares. También comentó que un paquete de 12 huevos de gallinas criadas en libertad le cuesta entre 2.70 y 4.45 libras, equivalentes a entre 3.58 y 5.90 dólares.

Diego, además, no practica la famosa hora del té británica, pues se considera “demasiado cafetero”.
“Tengo tres paquetes de café Yaucono aquí. Suelo regresar a Puerto Rico durante el invierno y algunas veces en verano, y cada vez que voy me compro los paquetes”, indicó.
El determinado joven, por otro lado, fue muy sincero al hablar de la comida inglesa. Cuando le preguntamos cómo compara la comida local con la puertorriqueña, sin tapujos contestó: “Mala”.
“La comida no tiene sazón. Es algo bien dramático. Aquí hay una tienda que se llama Greggs, que es como un Dunkin’ Donuts, pero peor. Ahí lo que la gente suele pedir es un sausage roll, que básicamente es un cheese dog sin el queso. Cuando me lo comí, me acuerdo que miré a mi novia de ese tiempo y dije esto está bien extraño. Ella me pregunta por qué está extraño y yo, porque me estoy comiendo algo y siento que hay algo en mi boca, pero no tiene ningún sabor”, relató. “Hay mucha comida aquí en Inglaterra que es así”.
“Aquí la comida es más para alimentarse, no para disfrutarla. Me di cuenta de eso cuando fui a Pret a Manger, que es como Starbucks. Tú sabes cuando estás en Puerto Rico y pides un sándwich, te lo calientan. En Londres, cuando pides un sándwich en una cadena, ya está hecho y ellos te preguntan si lo quieres caliente o no. Mi posición es que, obviamente, quiero un sándwich caliente, ¿por qué me voy a comer un sándwich frío? Para los ingleses, que siempre tienen prisa, es como que me compré esto y me lo como frío. He tenido que acostumbrarme a eso”, compartió.
Del calor boricua al nublado eterno de Londres
Los londinenses, de hecho, son como ese sándwich: fríos y poco expresivos, según relató Diego.
“No sé si es por el clima, pero la gente no es tan expresiva en comparación con la gente de Puerto Rico. Curiosamente, en el norte de Inglaterra, la gente suele ser más amistosa y en la calle suelen hablar contigo. En Londres es un poco extraño que alguien te hable en la calle. Usualmente, si alguien te habla en la calle, te está tratando de estafar. Eso fue algo difícil de comprender cuando llegué a esta ciudad”, explicó.
Esa misma frialdad también representa otro reto que Diego ha enfrentado a 4,200 millas del calor de su hogar en Caguas: el clima.
“Para mí, ese ha sido uno de los retos principales, tratar de bregar con este clima. Inglaterra es un lugar muy nublado. En el invierno, el sol sale máximo cinco veces al mes. Mucha gente que conozco, y me incluyo, tenemos que invertir en pastillas de vitamina D y C para mantener la energía, especialmente por la falta de sol”, explicó. Incluso, al momento de esta entrevista, estaba lloviendo.
A pesar del clima, Diego disfruta de visitar los museos, como el British Museum, cuya entrada es gratuita.
También disfruta de Mudchute Park & Farm, una granja urbana que combina espacios verdes y alberga animales, como ovejas, cerdos y llamas, entre otros. “Es bien chulo. Me gusta ir ahí cuando necesito tiempo para estar tranquilo”, comentó.
En Londres, tampoco se pierde los partidos del Arsenal Football Club en el Emirates Stadium, uno de los estadios más grandes y modernos del Reino Unido.
Diego logra hacer todo esto gracias a lo accesible que la infraestructura en Londres, tanto para caminar como para moverse en tren. “Puedo ir fácilmente de punta A a punto B. Es una de las cosas que me encanta de esta ciudad, dijo.

El corazón le pide chinchorro
Aun con todas las ventajas que le ofrece Londres, Diego no deja de pensar en casa.
“Extraño la familia, la playa y la música. Se siente extraño entrar a un pub y no escuchar música de fondo. Lo que se escucha es la gente hablando, no se escucha salsa, bomba o plena. Extraño tener esa música de trasfondo mientras estoy en un pub”, señaló.
Para manejar ese sentimiento, recurre a lo que tiene a la mano. “Trato de recrearlo lo más posible. Pongo música, durante la Navidad hago coquito y piñas coladas... trato de mantener la tradición con los recursos que tengo”.
“Estoy viendo si regreso después de mi maestría o si me quedo unos años más tratando de conseguir experiencia de trabajo, pero idealmente quiero regresar a casa. Está buena la ciudad, pero prefiero chinchorrear”.
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