Color, alcohol y diversión en el Mardi Gras
La música y la desmedida ingesta de licor son la orden del día del legendario festival.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 4 años.
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Nueva Orleans. Un enorme tapón hacia el casco urbano de esta concurrida ciudad de Louisiana, un viernes a las 4:30 de la tarde, daba señales de que algo estaba sucediendo en ese lugar.
Y no estaba pasando cualquier cosa, se estaba celebrando el carnaval de Mardi Gras, el festival más famoso de la zona y uno de los más grandes de todo el mundo que se trasladó de Francia a Nueva Orleans en 1699.
“Eso es a esta hora (el tapón), imagínate cómo se pone esto para entrar después de las 7:00 de la noche”, advirtió Juan López Torres, un ponceño que lleva viviendo 15 años en Nueva Orleans.
Mientras más se acercaba el carro de Juan a la entrada de la ciudad, el bullicio era más evidente.
Personas ataviadas con antifaces y vestimenta con colores violeta, dorado y verde, alusivos al festival, se paseaban por las calles con buenos ánimos, listos para lo que serían unas largas horas de puro jangueo.
Al igual que en las Fiestas de la Calle San Sebastián en el Viejo San Juan, decenas de guaguas “charter” se dirigían en dirección al carnaval para dejar una gran cantidad de pasajeros.
“¿Tú ves todas esas guaguas? (las señala con el dedo) van llenas de gente, la mayoría turistas que vienen por el festival. Es que esto se pone…”, explicó López Torres, mientras el carro se mantenía casi inmóvil por el gran tráfico.
A eso también se le sumaban las famosas carrozas de la festividad.
Los carruajes de dos pisos, cada uno con decoraciones de animales o personajes simulando arlequines, se paseaban llenos de luces y atraían a decenas de personas que esperaban desde las avenidas adyacentes al centro de la ciudad para que les lanzaran collares y juguetes.
Pasaban los minutos y seguían apareciendo más personas caminando por las calles. Algunas, la mayoría veinteañeras, se bajaban en medio del tapón, con mochila en espalda y “sweater” del color del carnaval.
La fila para entrar hacia los estacionamientos era también larga, a pesar de que la tarifa era costosa. La mayoría cobraba $50 la primera hora y luego el cargo era de $10 adicionales por hora adicional.
Pasada ya más de una hora, el carro de Juan aun no se acercaba al centro de la festividad, sin embargo, ya en las áreas aledañas de la calle donde se celebran los principales eventos, se podía respirar jolgorio. El bullicio ya comenzaba a subir de tono, las personas ya iban con su cerveza o su trago en mano y algunas yacían en la acera por evidente exceso de consumo de alcohol. Apenas eran las 5:30 de la tarde.
Finalmente, un estacionamiento público con tarifa de $35 por tres horas, que nuestro Boricua en la Luna conocía en el famoso French Quarter de la ciudad, nos dio la entrada para el famoso carnaval.
“¿Habías venido antes?, le pregunté.
“Yo vine como dos veces con mi hermanito, pero eso fue hace años y una de esas veces vinimos por dos cervezas y tuvimos que quedarnos a dormir en el carro como a las 3:00 de la tarde del otro día, así que imagínate cómo estábamos”, dijo entre risas.
“Ahora estoy más con la familia y estoy en la iglesia también y ya no vengo a estas cosas… porque aquí la gente se pone bien loca”, alertó.
Y Juan no se equivocaba. Poco antes de las 6:00 de la tarde llegamos a la calle Bourbon, el eje central de esta celebración, donde están los bares, clubs y restaurantes abiertos las 24 horas del día.
El bullicio era más evidente y había música en todos los rincones, particularmente electrónica y urbana.
Aun no había caído la noche y ya la mayoría de las personas, sin distinción de edad, estaban embriagadas. Su comportamiento, su forma de hablar y sus gritos hacían constar en el estado en que se encontraban. También muchos estaban tirados en la calle e inconscientes.
Su condición era tal que tanto sus ropas y alrededores daban muestra de que sus estómagos no soportaban una gota más de alcohol.
“Esto es Mardi Gras, ya tú ves a la gente, está bien loca… y eso que es temprano”, comentó riéndose López mientras seguíamos caminando a lo largo de la extensa calle.
Allí había de todo, personas disfrazadas, con caras pintadas y niños tocando pailas de pintura con palitos, como si se tratara de una batería. Todos pedían alguna donación monetaria si le tomabas foto o vídeo.
Desde los balcones de negocios o residencias que ubicaban en el segundo piso, personas tiraban los famosos collares distintivos de esta celebración; el de color violeta que simboliza justicia, el verde, que significa fe y el dorado que lleva el significado de poder.
La multitud se paraba frente a los balcones mirando hacia arriba y alzaban las manos en señal de que les lanzaran collares, pero a veces no es así de sencillo. Algunas de las personas que los tiraban exigían, particularmente a las mujeres, que enseñaran sus senos para que se lo ganaran. La mayoría de ellas aceptaban el reto, se levantaban la camisa, el brassiere, y enseñaban sus pechos.
Igual pasaba con los hombres, a muchos de ellos les pedían que se quitaran las camisas.
“No, tú estás muy peludo”, le dijo un joven desde el balcón a otro que se alzó la camisa desde la calle como excusa para negarle un collar.
“Esto no es na’, horita se sigue poniendo peor, la gente más borracha, uno aquí sin poder caminar bien y muchas mejores se quedan con los senos por fuera y hasta sin ropa interior y como están bien ebrias hay hombres que las manosean. Esto es una locura, por eso es que ya yo no vengo… ¿tú te crees que yo voy a traer a mi nena aquí?’’, mencionó Juan refiriéndose se a su hija de 9 años.
Según relatan los residentes de Nueva Orleans, para esta festividad no es ilegal que los hombres y las mujeres anden mostrando sus pechos por la calle Bourbon, donde se concentra la multitud para celebrar el Mardi Gras.
Ya pasada las 7:00 de la noche el ambiente se comenzaba a cargar, más personas seguían llegando y los que estaban aumentaban su nivel de alcohol en el cuerpo. Se disfrutaban las fiestas como si no hubiera mañana, haciéndole honor al festival de origen francés que significa “Martes Graso” que se refiere al último día para disfrutar de todos los placeres carnales antes del inicio de la Cuaresma.