Barritas de chocolate, papitas fritas o de bolsa, ¿por qué es difícil ignorarlas? Científicos han demostrado que los alimentos con alto contenido en grasa y azúcar modifican nuestro cerebro: si se comen regularmente, aunque sean en pequeñas cantidades, el cerebro aprende a consumirlos en el futuro.

Detrás de esta investigación, que se publica en la revista Cell Metabolism, están científicos del Instituto Max Planck de Investigación del Metabolismo (Colonia, Alemania) y de la Universidad de Yale, Estados Unidos.

Partiendo de la hipótesis de que el cerebro aprende la preferencia por esos alimentos, los investigadores reclutaron a 82 voluntarios, de los que 49 -con normopeso- terminaron la intervención completa prevista en el ensayo.

Los dividieron en dos grupos. A uno de ellos, con 26 participantes, se les dio una vez al día y durante ocho semanas un pequeño pudin que contenía altos niveles de grasa y azúcar, además de su dieta normal.

Los otros 23 participantes recibieron un pudin que contenía el mismo número de calorías pero con menos grasa y azúcar.

Los investigadores midieron la actividad cerebral de los voluntarios antes y durante las ocho semanas y concluyeron que el consumo diario de un tentempié con alto contenido en grasa y azúcar altera los circuitos de recompensa en humanos y disminuye la preferencia por los alimentos bajos en grasa y azúcar.

Así, según las observaciones, la respuesta del cerebro a los alimentos ricos en grasas y azúcares aumentó considerablemente en el grupo que comió el pudin rico en azúcares y grasas después de ocho semanas.

Esto activó especialmente el sistema dopaminérgico, la región del cerebro responsable de la motivación y la recompensa, explica un comunicado del citado instituto del Max Planck.

Las mediciones de la actividad cerebral mostraron que el cerebro se “reconfigura” a sí mismo mediante el consumo de patatas fritas y otros productos del estilo. “Subconscientemente aprende a preferir los alimentos gratificantes”, detalla Marc Tittgemeyer, que dirigió el trabajo.

“A través de estos cambios en el cerebro, inconscientemente siempre preferiremos los alimentos que contienen mucha grasa y azúcar”, subraya.

Durante el período de estudio, los participantes que consumieron el pudin con alto contenido en grasa y azúcar no ganaron más peso que los del grupo de control y sus valores sanguíneos, como el azúcar o el colesterol, tampoco variaron. No obstante, los autores apuntan a la posibilidad de que otros factores metabólicos -no analizados- sí pudieran modificarse.

Las alteraciones cerebrales observadas fueron, según los autores, independientes de los cambios en el peso corporal y los parámetros metabólicos, lo que indica un efecto directo de los alimentos ricos en grasas y azúcares en las adaptaciones neuroconductuales, que podrían, en última instancia, aumentar el riesgo de comer en exceso e incrementar de peso.

Asimismo, los investigadores asumen que la preferencia por los alimentos azucarados y grasos continuaría una vez finalizado el estudio.

“Se crean nuevas conexiones en el cerebro y no se disuelven tan rápidamente. Al fin y al cabo, el objetivo del aprendizaje es que, una vez aprendido algo, no se olvide tan rápidamente”, apunta Tittgemeyer.