El temor al agua impide que muchos adultos aprendan a nadar y podrían transmitir esa renuencia a sus hijos, perpetuando un ciclo vicioso.

Mi suegro había estado pescando desde remolcadores sin incidente alguno desde su primera infancia. Pero en agosto de 1970, a los 66 años de edad, solo en un lago de Minnesota, al parecer se cayó del barco y se ahogó. No sabía dar ni una brazada, y aun así nunca usó un chaleco salvavidas. 

Verifiqué las estadísticas de esa época: en un estado con más de 11,000 lagos de cuatro hectáreas o más, más de 8,100 ríos en los que se puede pescar, la mitad de la población adulta no sabía nadar. Las cosas son un poco mejores ahora, pero no lo suficiente. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por su sigla en inglés) reportan que el 37 por ciento de los adultos no puede nadar la longitud de una piscina de 22 metros, lo que significa que probablemente no podrían llegar a la orilla si se metieran en problemas en un cuerpo de agua natural. Uno podría pensar que los niños son los más vulnerables al ahogamiento. No es así. Aunque los ahogamientos han declinado en general desde 1999 al 2010, según nuevos datos de los CDC, los niños y adultos jóvenes representan el descenso.

Entre los adultos de entre 45 y 84 años de edad, los ahogamientos aumentaron casi 10 por ciento. Más de 70 por ciento de quienes se ahogan cada año en Estados Unidos son adultos, y el porcentaje de ahogamientos en lagos, ríos y océanos aumenta con la edad. Casi el 80 por ciento de las víctimas de ahogamientos son niños u hombres. El temor al agua impide que muchos adultos aprendan a nadar. Y podrían transmitir esa renuencia a sus hijos, perpetuando un ciclo vicioso. Pero no tiene que ser así.

Se puede aprender a nadar y a superar el miedo a hacerlo a cualquier edad. Nadar es también una actividad física grandiosa que uno puede practicar hasta pasados los 90 años. Es suave con las articulaciones y también puede ser terapéutica. Durante los últimos ocho meses, he estado nadando de espaldas durante la mitad de mi práctica diaria de natación de 40 minutos para estabilizar lo que había sido una escoliosis progresiva. Pero una amiga anciana con ciática a quien su médico le dijo que la natación era lo mejor para su espalda tuvo que admitir que no sabía nadar. La natación también puede ayudar a las personas a mantenerse en condición cuando las lesiones evitan que realicen sus actividades físicas comunes. 

Empecé a nadar regularmente todo el año pasado cuando me lesioné la espalda y no pude correr, andar en bicicleta o jugar tenis. La Swimming Saves Lives Foundation concede subvenciones, financiadas por las cuotas de membrecía y donaciones, a más de 2,000 programas locales en todo el país para ofrecer lecciones de natación gratuitas o de bajo costo para adultos. 

"El objetivo es hacer que los adultos sean capaces de nadar al menos dos veces la longitud de la alberca con confianza y, con suerte, infundir el deseo de seguir nadando", dijo Rob Butcher, director ejecutivo de U.S. Masters Swimming.

Los adultos que no saben nadar a menudo se avergüenzan de decirlo y por tanto quizá se muestren renuentes a inscribirse para un curso. Pero piense qué bien se sentiría dominar una habilidad que le ha eludido por tanto tiempo. Una entrenadora recuerda a una mujer de 75 años que pensó que nunca podría nadar. "En solo media hora, el instructor la tenía dando vueltas y estaba extasiada", dijo. 

"Es casi un milagro ver cuán rápido puede pasar la gente de sentir temor al agua a poder nadar unas vueltas sin ningún problema", dice Christopher Pompi, un ingeniero civil en Adams, Massachusetts.