Fortnite: Fiebre ¿y pesadilla? del momento
Un experto en videojuegos habla del éxito del juego, mientras una psicóloga clínica orienta sobre cómo balancear la exposición de los menores a las tecnologías.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 6 años.
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Hablemos claro: soy madre de un niño de nueve años y de un tiempo para acá, aparte del deporte que practica (fútbol), gran parte de su tiempo libre la ocupa hablando, jugando o haciendo alguno de los bailecitos del famoso videojuego Fornite.
Yo, honestamente, me quedé en Pac-Man y algo de Tetris, así que cada vez que me habla de “skins”, “Battle Royale”, “V-Bucks”, o que le ganó a X o Y en no sé qué, es como si lo hiciera en alemán, mandarín o en cualquier idioma que no conozco.
Confieso que poco a poco (y conscientemente) aboné a su atracción por el juego, porque hasta se convirtió en una herramienta de conexión con dos de sus amigos más queridos, que emigraron el pasado verano a Estados Unidos. A través del juego -en coordinación con las respectivas madres-, los niños se hablan por videollamadas al tiempo que libran alguna batalla en el producto sin precedentes creado por Epic Games (2017). ¡Y yo me gozo escucharlos!, no lo niego.
Pero, todo tiene un límite y con el inicio del semestre escolar el tiempo de juego se ha tenido que reducir y con esto comenzaron unas batallas en el hogar -algunas más graves que otras- para que mi hijo entienda que las reglas en torno al juego cambiaron. Ah, y que tampoco hay dinero para estar -literalmente- botando cada vez que se le antoje un nuevo ¡¿skin?!
Comparto mi experiencia porque estoy segura de que no estoy sola en esto. Debe haber millones de padres y madres en el mundo con situaciones similares, sin importar la nacionalidad, pues el éxito de este juego ha sido verdaderamente revolucionario. Se estima que tiene más de 3.4 millones de jugadores activos, aunque realmente llegar a un número exacto es realmente complicado porque cada vez aumentan las consolas para descargarlo. Y su mayor atributo es que es un videojuego gratis (Fornite: Battle Royale), y se puede descargar hasta en PC y celulares.
Para tratar de entender este fenómeno que tiene cautivos a niños, jóvenes y adultos, consulté al experto en temas de videojuegos, Frankie López “Hambo”, y así también a la psicóloga clínica Anabel Carrasquillo Castro, para una orientación sobre cómo los padres y madres podemos manejar el llamado screen time con nuestros hijos o cualquier otro menor bajo nuestra tutela.
¿Qué es Fornite?
Hambo citó a la trilogía Hunger Games para definirlo: “Un montón de gente en un solo lugar y tiene que sobrevivir uno”. La dificultad es, precisamente, llegar a ser ese único personaje que sobreviva. El juego está categorizado teen o adolescente. La violencia -que la tiene, porque se lucha con armas- es simulada porque los personajes son tipo cartoons, lo que hace “creer” que no son personas. Tampoco se observa sangre cuando el rival es derrotado.
¿Qué es lo que se compra?
Si ha tenido que librar alguna batalla con su hijo o hija porque le está pidiendo dinero para el juego, sepa que lo que está comprando es pura imagen (skins), alguno de los bailes o un Battle Pass, que puede ser un arma o accesorio de temporada.
“Los skins no hacen absolutamente nada, no te hacen más fuerte, no te hacen más ágil, no te hacen más rápido pero igual que en la vida real te representan en cómo tú te vez”, explicó el gamer.
Y los bailes, ¿qué?
Aunque resultan muy graciosos y pegajosos, en el contexto del juego los bailes no son más que un tipo de bullying hacia el personaje derrotado.
“Si te gano, tienes un periodo de tiempo donde me estás viendo a mí, así que yo te hago un bailecito para que veas que te gané”.
El tiempo de vida en Fornite es indefinido, porque con un éxito tan arrollador los creadores están constantemente potenciando su producto para que siga siendo atractivo, mientras los competidores seguramente están rompiéndose la cabeza por tratar de detenerlo.
Manejo del “screen time”
Hablemos ahora de los dolores de cabeza que pueden representar este o cualquier otro videojuego en las relaciones entre padres e hijos.
La psicóloga clínica Anabel Carrasquillo reconoce que es un tema que “suele traer muchos conflictos en los hogares” y que siempre será mejor que los menores ocupen su tiempo libre en actividades deportivas, artísticas, o sociales (jugando con amigos o familiares) versus estar inmersos en los videojuegos.
Pero, hay que ser realistas: cada vez son más y más los niños y niñas expuestos a estas tecnologías. Consciente de ello, la especialista en ciencias de la conducta recomienda dilatar lo más posible el momento de comprarles cualquier consola o permitirles contacto a los menores con los celulares, al menos hasta que tengan entre seis a ocho años; no durante la etapa preescolar.
El screen time diario máximo es dos horas y eso no descarta cualquier estímulo por hacer otra actividad física. En esto es importante que también exista una concordancia entre papá y mamá, de modo que la regla sea consecuente. “No puedes decirle ‘no vas a jugar’ y no tenerle otras opciones”.
Carrasquillo Castro sugiere establecer unos acuerdos, por ejemplo, prohibir los videojuegos de lunes a jueves, y durante el fin de semana darles tiempo para jugarlos, siempre que no sea la única actividad.
Otras maneras de minimizar el impacto que puedan tener estos juegos -y ciertamente algún efecto causan, ya eso ha sido motivo de múltiples estudios- son: evitar colocar televisores y consolas de juegos en los cuartos de los menores, en su lugar ponerlos en áreas comunes de familia; respetar las categorías de juego (Everyone, Teen, Mature 17+, Adults Only), porque eso implica el contenido violento; usar los filtros de seguridad que ofrecen las consolas y plataformas como YouTube para limitar los accesos a contenidos indeseables; y tampoco se deben usar los videojuegos como única recompensa para el menor. Es decir, cuando se le quiere reconocer por haber hecho algo bien, el videojuego no debe ser el único premio.
Tenemos, además, la obligación -queramos o no- de volvernos un poco tecnológicos, o hacerles el juego de que nosotros también sabemos, y poco a poco adentrarnos en estos mundos virtuales para conocer el lenguaje que hablan nuestros hijos, y con quién lo utilizan y de qué manera.