Ser una persona servicial y ayudar al prójimo es una virtud que todos debemos cultivar. Del mismo modo, tenemos que darnos espacio para nuestras labores y relaciones diarias. Y eso, de vez en cuando, significa tener que decir que no.

Sin embargo, para algunas personas, decir “no” es imposible, como es el caso de Luis (no es su nombre real).

La situación

Luis es el tercero de cinco hermanos, y creció en un hogar en el que siempre se compartían las tareas y las cosas. En su casa le enseñaron que siempre tenía que estar disponible para ayudar a quien lo necesitara. Esta forma de ser lo ha hecho muy popular y querido entre amigos, familiares y compañeros de trabajo, que saben que Luis siempre está allí “para lo que sea”. Si hay una fiesta, Luis la organiza; si hay que trabajar el fin de semana, siempre dice que sí. Cuando hay que darle pon a un hermano o una tía, allí está Luis, esperando con el carro prendido.

Por su parte, Adriana (tampoco es su nombre real), su esposa desde hace cinco años, lleva un tiempito notando que su marido está siempre cansado y con poca paciencia. Aunque se nota que Luis hace el esfuerzo por buscar ratos para compartir con ella, éstos parecen cada vez más limitados y Adriana está preocupada por la salud física y mental de su esposo. Él, a veces, no puede ni dormir y de ser un hombre conversador y cariñoso, ahora está casi siempre en silencio y se sobresalta con facilidad. Por ello, decidió consultar la situación con Andrés Colberg, psicoterapeuta y psicokinesiólogo.

Ella dice

“Luis siempre ha sido bien dado a todo el mundo y creo que la gente se está aprovechando de eso. Sin importar el día o la hora, cuando lo llaman o le piden un favor, él nunca dice que no, aunque tenga otras cosas que hacer o tengamos planes para salir, para cenar o, simplemente, para quedarnos en casa. Parece que a él es al único que llaman cuando necesitan gente que trabaje los fines de semana y, aunque ya tengamos planes, él prefiere romperlos e ir a la oficina, aunque esté desbaratado. Yo sé que a Luis le gusta ayudar a la gente y lo quiero mucho por eso, pero no se da cuenta de que no puede hacerlo todo, aunque quiera, y ya me está preocupando la situación”.

Él dice

“A mí me enseñaron a ayudar al prójimo siempre que se pueda, y yo sé organizarme muy bien. Gracias a Dios, tengo la fuerza y el tiempo para ayudar a la gente. Me parece que Adriana está siendo un poco egoísta porque, si yo puedo hacerlo, ¿por qué tendría que decir que no? Las cosas están malas y si me necesitan para trabajar horas extras, yo voy a estar allí. Y si mi familia o la de ella me necesitan y tengo tiempo, los voy a ayudar. Adriana se está preocupando porque quiere. Eso que dice de que yo no duermo son exageraciones. La amo por preocuparse por mí, pero no es necesario. Yo estoy joven y fuerte y sí, a vec es estoy cansado, pero no es algo que no pueda manejar”.

La opinión experta

“Es deseable estar disponible para otros, pero esa voluntad no constituye una obligación para nadie. Es agradable decir que ‘sí’, siempre que se pueda y se quiera. Es chévere ayudar a otros, pero no terminar haciendo por ellos lo que les toca. Es bueno servir, pero no cargar. Es edificante dar y darse, pero no al punto de que, luego, no quede nada para uno y los suyos.

Asimismo, es buena práctica que en una familia numerosa se compartan tareas y privilegios. El problema surge cuando con esta misma ligereza que los familiares se apoyan, transgreden los límites que preservan la privacidad de cada uno. Al final, terminan todos opinando y sintiéndose con derecho de participar de las decisiones de los demás. Bajo la premisa de que lo de uno es de todos se cuestionan, aleccionan, advierten, regañan, critican y aconsejan sin cesar.

Luis encarna esta falta de límites que le impide decir: ‘No, ahora no es posible’, ‘De momento no me interesa’, ‘Gracias, pero no estaré disponible’ o ‘Lo pensaré, y si me interesa, te llamo luego’.

En su fuero interno, él fragua la idea absurda de que está obligado a dar la mano porque es buena persona, cristiano, desprendido, solidario y poseedor de un montón de virtudes que aprendió en casa. La sola idea de no atender el reclamo de ayuda le martillaría un pesado sentimiento de culpa y se le engarrotaría una esquina del alma.

En la psicología, comparamos a Luis con un charco que se esparce y humedece diversos ámbitos de su vida y de su familia. Frases de absoluto desprendimiento como: ‘Mi carro es tuyo’, ‘Quédate en casa hasta que consigas empleo’, ‘Donde comen dos, comen dieciocho’ y ‘No tienes que darme nada a cambio, que Dios ya me pagó en salud y amor’, son el norte de su vida.

Aunque nunca lo admita, en el fondo, resiente que quien recibe la ayuda no aporte en igual proporción. No obstante, se siente más cómodo poniendo al otro en deuda, que quedando él a deber. Si la otra persona tuviese el gesto normal de devolver el favor o pagar por él, se le rompería a Luis la idea de que se hace bueno a medida que carga a los demás. Luego, se rehúsa a aceptar la reciprocidad. Además, la situación es idónea para los buscones y velagüiras que sólo buscan aprovecharse de él.

Si de todas formas Luis quisiera seguir de buen samaritano, allá él. Pero, no es justo que sacrifique el tiempo, espacio, atención, dinero y energía que comparte con Adriana, su esposa. No es legítimo que ella se afecte por las prácticas desbalanceadas de su marido. Por lo tanto, es lícito que ella le ponga límites.

El hogar que comparten no es una sucursal de la casa llena de gente donde él se crió. Las reglas para su sana convivencia con su esposa tienen que ser redactadas con la iniciativa y el visto bueno de ambos. Ella no tiene que aceptar un esposo repartido en pedacitos.

A Luis le digo: antes de tomar cualquier decisión que afecte la pareja, siéntate con ella y llega a un acuerdo. Todo lo que haces por los de afuera es secundario a lo que te toque hacer por Adriana. No te tiene que gustar, no lo tienes que creer. Pero, si tienes como meta conservar tu vida de dos, debes seguir los pasos lógicos para ello. Date la oportunidad de estar menos disponible para los de afuera. Piensa que cuando los cargas, nadie gana”.