En el mundo actual, la obesidad se ha convertido en una de las principales preocupaciones de salud pública. De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), desde 1975 esta patología se ha triplicado, posicionándose como la quinta causa de mortalidad global. En definitiva, esta es una condición que no discrimina, ya que también afecta a la población infantil. Un estudio publicado en la revista JAMA Pediatrics reveló que uno de cada cinco niños y adolescentes en el mundo tiene exceso de peso, un dato alarmante que subraya la magnitud de esta crisis y sus profundas implicaciones para la salud física, mental y social de las próximas generaciones.

Dietas poco saludables, disminución de la actividad física y el tiempo excesivo frente a las pantallas han transformado la forma en que los niños interactúan con su entorno. El exceso de peso en los menores no es solo una cuestión estética, sino que está estrechamente vinculado con un mayor riesgo de desarrollar enfermedades crónicas, como la diabetes tipo 2 y problemas cardiovasculares, además de que afecta su salud mental debido al estigma social y a una calidad de vida reducida.

La realidad es que la obesidad no solo afecta el presente de los infantes, sino que los predispone a una adultez marcada por una serie de complicaciones de salud, perpetuando así un ciclo que impacta a las familias y sistemas de salud a nivel global. Según la Federación Mundial de la Obesidad, para el 2025 se estima que habrá 310 millones de personas de entre 5 y 19 años con esta enfermedad; y para 2030, la cifra aumentará a 350 millones.

Las causas

La obesidad es una enfermedad crónica que se caracteriza por la acumulación excesiva de grasa en el cuerpo, la cual puede ser influida por múltiples factores. Según explicó la doctora Lina Alkhaled, especialista en obesidad pediátrica de Cleveland Clinic, los hábitos familiares son fundamentales y determinantes en el desarrollo de la obesidad infantil, pues los niños suelen adoptar patrones alimenticios y de actividad física de sus cuidadores. En otras palabras, las familias que consumen frecuentemente alimentos ultraprocesados o tienen un estilo de vida sedentario, influyen directamente en el desarrollo de esta condición.

El estudio asoció ciertos hábitos que contribuyen al aumento de la obesidad infantil, entre ellos el saltarse el desayuno con un 10% de prevalencia en la población infantil, así como también con un 11.9% el pasar más de dos horas de pantalla al día, actividad que ha logrado reemplazar el tiempo dedicado al juego activo y el ejercicio físico y, que a su vez fomenta el sedentarismo y la exposición a publicidad de alimentos poco saludables. Además, este hábito se vincula con un mayor consumo de snacks calóricos, lo que incrementa significativamente el riesgo de esta condición.

De acuerdo a la publicación de JAMA Pediatrics, los niños de 6 a 12 años presentan la mayor prevalencia de obesidad (9.4%). Esto se debe a diferencias hormonales, metabólicas y sociales, pues en el caso de los adolescentes de entre 13 y 18 años, la obesidad tiende a ser menor (6.9%) debido a una mayor conciencia sobre la imagen corporal.

Indicadores como un aumento acelerado en el peso relativo a la estatura, dificultad para realizar actividades físicas, comentarios de otros sobre el peso del niño y preferencias alimentarias poco saludables deben ser señales de alerta.

Consecuencias, señales y recomendaciones

La obesidad infantil está asociada con múltiples condiciones que afectan tanto la salud física como mental. El doctor Carlos Guerreros, endocrinólogo de Clínica Internacional, indicó que entre las más comunes se encuentran la resistencia a la insulina, la diabetes tipo 2, la hipertensión arterial y los problemas metabólicos, como el hígado graso no alcohólico y los niveles anormales de colesterol y triglicéridos, que incrementan el riesgo cardiovascular. Además, es frecuente la aparición de apnea obstructiva del sueño, un trastorno que afecta la calidad del descanso, al igual que problemas ortopédicos. El estudio determinó que las enfermedades más reportadas entre los niños con obesidad fueron la hipertensión (28%), depresión (35.2%), asma (18.8%), caries dentales (17.9%) y deficiencia de vitamina D (11.6%).

Los padres deben estar atentos a cambios en el peso y la composición corporal de los niños, especialmente si aumentan de peso más rápido de lo esperado para su edad y altura. Asimismo, es fundamental observar si presenta dificultades para realizar actividades físicas, fatiga inusual y patrones de alimentación que implican un alto consumo de alimentos ultraprocesados o azucarados, ya que son indicadores clave del sobrepeso y la obesidad.

Se recomendó las siguientes medidas prácticas para que los padres puedan ayudar a sus hijos a desarrollar hábitos saludables que perduren toda la vida, previniendo enfermedades y fomentando su bienestar físico y emocional:

  • Dieta equilibrada: Para determinar un plan de alimentación para los niños es fundamental considerar la edad, el nivel de actividad y las posibles enfermedades de niños. Una dieta equilibrada debe incluir todos los grupos de alimentos para un crecimiento y desarrollo adecuada.
  • Alimentos a limitar o evitar: Moderar los azúcares refinados, el exceso de carbohidratos, como fideos, panes y arroz, y reducir el consumo de sal.
  • Hidratación: El agua debe ser la principal fuente de líquidos, ya que no aporta calorías y favorece un buen funcionamiento del organismo.
  • Educación nutricional: Incluir a los niños en la elección y preparación de sus alimentos fomenta hábitos saludables a largo plazo.
  • Actividad física: Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, los niños y adolescentes de 6 a 17 años deben realizar al menos 60 minutos de actividad física al día.