Açai: una fruta con infinitas posibilidades
Te decimos de dónde viene y cómo puedes consumir esta fruta que ha cobrado popularidad en la Isla.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 10 años.
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Una pequeña fruta de color morado oscuro, menor que una canica y con infinitas posibilidades. Así es el açaí, la fruta que alimenta a centenares de comunidades que viven en medio de la Amazonía, sin cobertura, algunas sin electricidad, pero con recursos naturales para abastecer a medio mundo.
La asociación Jauarí de Mojú, a tres horas de Belem, en el norteño estado de Pará, es una de las comunidades extractivistas que sobreviven gracias a esta fruta, base de su alimentación y con la que hay empresas que fabrican desde jabones a cosméticos, pasando por vino o chocolate.
"Los niños se alimentan más de açaí que de leche", asegura a Efe María Creuza Lima Ferreira, mientras señala un batido morado que ella misma hizo.
En la comunidad, Dona Creuza -como se la conoce- es toda un autoridad en la materia, ya que además de preparar este alimento para toda la aldea, también fabrica objetos de artesanía con las ramas secas del fruto.
Con 57 años y dieciséis hijos, esta paraense sabe de lo que habla: "los niños están viciados, por más que les des otra cosa, sólo quieren açaí", dice riendo.
Un alimento rico en fibra, proteína y antioxidantes que crece en zonas húmedas y cuyo consumo se remonta a tiempos precolombinos, aunque su uso se generalizó a partir de la década de los noventa del siglo XX, cuando la preservación del Amazonas volvió a primer plano.
Al lado de Dona Creuza, Cándida Ferreira Pereira, una de sus hijas, enumera la infinidad de recetas locales que incluyen açaí y en las que la comunidad se ha vuelto experta, un listado que tiene batidos, cremas, dulces, helados o incluso salsas de acompañamiento.
"Se come hasta con la carne", matiza, y es que en el resto de Brasil, ese fruto de la Amazonía es ante todo un dulce que suele tomarse en forma de helado o sorbete.
Sin embargo, en medio de la selva la explotación de esta fruta es de vital importancia para las economías de varios estados, especialmente el de Pará y el de Amazonas, donde esta actividad sostiene a las poblaciones ribereñas, promoviendo el aumento de la competitividad y preservando el entorno de la deforestación.
Como muchas comunidades de la zona, el açaí es la base de la economía de las 35 familias y alrededor de 200 personas que viven actualmente a la vera del río Mojú, ya que todas ellas se dedican a su extracción.
De siete a once de la mañana, huyendo del bochorno y del calor que azota esta región durante todo el año, las familias recolectan el açaí y lo llevan a la orilla del río, donde lo venden a comerciantes fluviales.
Si la suerte está de su lado, cada familia ingresará al mes unos 800 reales (unos 313 dólares), pero si el açaí crece en abundancia, el precio de cada lata, de unos 14 kg, caerá de los cincuenta a los diez reales (de los veinte a los cuatro dólares aproximadamente).
"A veces hay más y otras menos, pero como mínimo nunca falta", apunta el actual presidente de la asociación, Francisco José Ferreira Pereira, también hijo de Don Creuza.
Ferreira explica que la economía y la mentalidad de esta comunidad han dado un giro desde hace siete años, cuando la compañía brasileña fabricante de cosméticos Natura les propuso comerciar con las frutas que extraían, como el murumuru o la andiroba.
"Estamos aprendiendo a pensar en clave de negocio", asegura el joven de 23 años, mientras su bebé de dos años remolonea entre sus piernas bajo el aroma del fruto que se impone en el lugar.
"Antes, nuestros padres vendían un tronco entero por siete reales (unos tres dólares). Nosotros hemos aprendido que vendiendo el fruto se mantiene al árbol en pie, se cuida de la naturaleza y se obtiene un beneficio", relata.
Y agrega que el siguiente objetivo es "poder vender el açaí a otras empresas y no a atravesadores (como se conoce a los comerciantes fluviales)".
Mientras sus hijos conversan, Dona Creuza observa atenta su máquina prensadora y confiesa que antiguamente lo tenía que preparar todo a mano: "tenía que dejar los granos horas en agua para que se reblandecieran y poderlos moler".